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Trump, un diplomático por accidente

Este martes el presidente de EE. UU. Unidos tendrá la foto que le faltaba a su campaña electoral: la firma de la normalización de relaciones entre Israel y Emiratos Árabes. La política del espectáculo.

Redacción Mundo

14 de septiembre de 2020 - 06:02 p. m.
Donald Trump y su diplomacia de “reality” en la Casa Blanca.
Foto: AFP - Ethan Miller
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En menos de dos semanas el presidente Donald Trump ha recibido dos nominaciones al Premio Nobel de la Paz por “sus esfuerzos desplegados para resolver conflictos prolongados y crear un clima de paz entre naciones”. Y hay que recordar que si algo promocionó el republicano durante su campaña fue su habilidad para hacer negocios.

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La nominación no significa mucho en sí misma, excepto para Trump. El mandatario, que se juega la reelección en tan solo 50 días, recibió extasiado la noticia. La ha compartido en su Twitter sin descanso. Sus seguidores también han estado felices, pues consideran que es un reconocimiento para su caudillo a quien ven como un estadista y un líder mundial capaz de resolver conflictos y problemas que ninguno de sus antecesores pudo. Esto, desde luego, le cayó de perlas al presidente como propaganda electoral: “Trump, el pacificador mundial”, dicen ahora los trumpistas. Pero la realidad indica que las acciones diplomáticas de Trump, uno, han sido accidentales o accidentadas, y dos, podrían tener efectos negativos en el futuro.

Comencemos por la primera nominación, que vino por su labor dentro del Acuerdo de Abraham, el cual apunta a la normalización de las relaciones entre los Emiratos Árabes Unidos (EAU) e Israel. Por supuesto que esto debería celebrarse como un avance histórico, pues convierte a EAU en el primer país del golfo en normalizar completamente relaciones con Israel, y el tercer Estado árabe después de Egipto y Jordania. Pero podemos ver que el verdadero protagonista de esta ecuación es el príncipe heredero saudí, Mohammed bin Zayed (MBZ), y también, de carambola, el yerno de Trump, Jared Kushner, y no Donald Trump.

EAU llevaba un buen tiempo acercándose a Israel para construir una alianza estratégica, pero su cooperación tenía un límite: el conflicto israelí-palestino. No podría haber acuerdo hasta que las solicitudes de Palestina estuvieran satisfechas. MBZ esperaba que el plan de Trump para Oriente Medio ayudara a la normalización, pero, en cambio, presentaba la anexión israelí de una parte de Cisjordania, incluido el valle del Jordán. Esto habría traído una reacción violenta en el mundo árabe y habría sepultado las intenciones de MBZ por normalizar sus relaciones con Israel, además de traerle una pesadilla para la estabilidad de Jordania.

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Lo que hizo el príncipe MBZ fue ofrecer una normalización completa con Israel a cambio de una no anexión. La normalización enfurecería a los palestinos, pero el príncipe podría argumentar que con ello evitó la anexión israelí. Estaría protegido. Así que presionó a Kushner para cambiar los planes, y el yerno de Trump, viendo la oportunidad en ello, aceptó. Así fue como se selló el acuerdo.

Como explica Martin Indyk, analista de Foreign Affairs: “Lo que Trump realmente merece es un premio por ser el diplomático accidental: si no hubiera impulsado la anexión en su plan, MBZ no habría ofrecido la normalización total con Israel para bloquearla. Y si no hubiera continuado con la política de Barack Obama de reducción de Oriente Medio , MBZ no habría sentido la urgencia de sacar a la luz su relación estratégica con Israel”.

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El Acuerdo de Abraham, como señala Indyk, no ofrece ningún avance en la resolución del conflicto palestino-israelí. De hecho, hace que la paz sea menos posible. Sin embargo, “mientras Trump tenga una ceremonia de firma en la Casa Blanca, es poco probable que le importe si un jeque emiratí reemplaza a un líder palestino en la foto con Netanyahu, especialmente si esto implica miles de millones de dólares en ventas de armas en lugar de la enorme ayuda prometida a los palestinos en su plan de paz”, dice el experto. Y eso es lo que tendrá este martes: una ceremonia y una foto de campaña electoral.

Los acuerdos firmados con Kosovo y Serbia este mismo mes, que Trump presenta como un logro de paz, tienen más espectáculo que de promoción sensata de un diálogo. Trump había anunciado a principios de 2020 su iniciativa de acercamiento entre la República de Kosovo y Serbia, países en conflicto en los Balcanes. Sus esfuerzos, como señala Majda Ruge, investigadora principal de políticas del Programa Wider Europe en el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, han sido “livianos en sustancia y pesados en publicidad”.

El pasado 4 de septiembre, el líder serbio, Aleksandar Vučić, y el kosovoar, Avdullah Hoti, firmaron un acuerdo que Washington presentó como un éxito. No lo es. No fue un documento conjunto: fueron dos separados firmados individualmente, lo que, como señala Ruge, “refleja la falta de planificación” y alimentó interpretaciones diferentes de cada parte. No ofreció nada nuevo, pero lo que es peor, fue descuidado y bochornoso, y le dio una bofetada a la Unión Europea, la cual quedó margniada del encuentro pese a ser una parte fundamental en la solución de este conflicto.

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Hubo algo más grave. A último momento, el presidente Trump comunicó que Vučić aceptaba trasladar su embajada de Tel Aviv a Jerusalén, lo que da un giro de 180 a la posición serbia propalestina. Vučić parecía sorprendido. Su rostro desubicado, tomándose el pelo, revolviendo los documentos para encontrar ese apartado del acuerdo, hicieron pensar que no sabía de lo que hablaba Trump, quien, dicen, puso esa decisión en la mesa para satisfacer a su base electoral de cara a los comicios de noviembre.

Pero el presidente también le lanzó una bomba al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Dijo que Kosovo establecería relaciones con Israel y pondría su embajada en Jerusalén. Esto es un gran e incómodo problema para todos, no solo porque Serbia no lo aceptaría, pues no reconoce a Kosovo como Estado y tensaría las relaciones con Israel, sino que la clase política israelí no quiere reconocer a Kosovo para no sentar un precedente de reconocimiento a una provincia secesionista y a las corrientes independentistas como la de Palestina.

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La diplomacia de Trump ha sido así: disruptiva, caótica y accidentada, con más episodios que han dejado al país al borde de una guerra, como con Irán, que cerca de la paz. Su legado deja cicatrices, vínculos rotos, pérdida de confianza. Y más que promover el diálogo y buscar la estabilidad, Trump está buscando promover su propia campaña con ceremonias y encuentros como el que tiene hoy. Pese a lo inconvenientes que son sus propuestas para encaminar la paz, ha recibido dos nominaciones al Nobel. La diplomacia de la Casa Blanca hoy es de “reality show”, como al que está acostumbrado Donald Trump.

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