Toda idea contraria a la del Gobierno es vista como una traición. Eso está pasando en este momento en Estados Unidos y las universidades se están preguntando: ¿quién es la siguiente? La autocensura es una realidad. Algunos docentes piensan si discutir o no los temas del día en sus clases por temor a las consecuencias. La pelea entre Harvard y la administración republicana es un enfrentamiento de la Casa Blanca con todas las universidades del país. Es una contienda que atenta contra la libertad de expresión y de cátedra, pilares de la democracia.
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“Esto lo hace un gobierno autoritario”, dijo una fuente académica en el país del norte, que por seguridad prefirió hablar en anonimato: “Lo están haciendo de frente, sin ningún tipo de pudor. No se trata de antisemitismo, como dicen, sino de subyugar instituciones que controlan al poder”. Trump le ha congelado unos US$3.200 millones a este prestigioso centro educativo y ha amenazado con quitarle el estatus libre de impuestos, pero además le ha prohibido recibir estudiantes extranjeros y existe la posibilidad de que unas nueve agencias federales suspendan los contratos que tienen con este miembro de la Ivy League.
Es un precedente complicado y para muchos la resistencia de Harvard es determinante. “Afortunadamente, se opuso a pesar de las represalias. El primer miedo que tuvimos nosotros en la academia fue que no respondiera”, agregó el docente, quien por temor a una reacción adversa pidió no ser identificado con su nombre: “Si Harvard no es exitosa en esto, con todo el poder económico y social que tiene, nadie podrá hacerlo”. Ante este nivel de amenaza, el mensaje para los demás es el mismo: cualquier universidad está sujeta a chantajes. Y es que toda esta batalla empezó con la negativa de la institución educativa frente al pedido del Gobierno de ajustar sus parámetros de contratación y admisión, como también le solicitó a Columbia.
Todo esto está ocurriendo en un clima adverso para los estudiantes extranjeros. Si meses atrás la prensa registraba los casos de Mahmoud Khalil, residente permanente en Estados Unidos y líder estudiantil, y el de la mujer turca Rumeysa Ozturk, ambos detenidos por sus posiciones a favor de la causa palestina, hace pocos días se leía un mensaje de Trump en el que él pedía conocer los nombres y los países de los alumnos internacionales inscritos en Harvard, que es una información que las autoridades conocen desde el momento de la aplicación de la visa.
Lo uno no está aislado de lo otro, o al menos eso cree el historiador y profesor de la Universidad Javeriana, Ariel Svarch. Aquí se junta la hostilidad contra las universidades que no se alinean a las exigencias del Gobierno y a su directriz política con la cuestión antimigrante: “Los que pierden son los jóvenes extranjeros y las universidades que los reciben, pero también está en juego el prestigio internacional de Estados Unidos como centro de formación intelectual”.
Algo similar detalló la fuente citada al inicio: “Además de que los estudiantes extranjeros no tienen libertad de expresión, el país está perdiendo la capacidad de hacer investigación de alta calidad, que es una de sus fuentes de prosperidad”. A eso se suma el hecho de que el gobierno de Trump ha ordenado suspender nuevas entrevistas para visas estudiantiles y de intercambio hasta nuevo aviso, además de que se prepara para implementar un sistema de verificación obligatoria de redes sociales para todos los solicitantes extranjeros.
La esperanza está puesta en el sistema judicial y en los bloqueos que las cortes puedan hacer frente a las decisiones de Donald Trump. De momento, una jueza federal suspendió de forma temporal la intención del republicano de impedir que jóvenes de otros países se matriculen en Harvard. Aún hay mecanismos de contrapeso, pero el panorama es complejo.
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