En 2020, antes de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, varias figuras del Centro Democrático apoyaron públicamente la campaña del entonces presidente Donald Trump contra su rival demócrata, Joe Biden. Lo hicieron María Fernanda Cabal y Francisco Santos. Otros fueron más allá y respaldaron campañas de republicanos al Congreso, como es el caso de Juan David Vélez, quien residía en Miami y apoyó a María Elvira Salazar, candidata al distrito 21 de Florida. ¿El resultado? Cuando Biden ganó, las relaciones entre Colombia y la administración demócrata se tensaron.
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Eso lo reconoció el propio Santos, entonces embajador en Washington. En diálogo con Blu Radio, dijo en 2021 que “ese precedente fue muy negativo, no se debe repetir y es un precedente en el que un poder interviene y genera una dislocación en una relación, nada más y nada menos en la más importante que tiene Colombia”. Sin embargo, la clase política colombiana no aprendió de dicho precedente.
Dos años después, Gustavo Petro logró una victoria histórica y se quedó con la presidencia de Colombia. Se pensaba que este giro hacia la izquierda iba a traducirse en una mejora en la relación con Biden, a quien le quedaban dos años de gobierno. Pero el demócrata prefirió continuar con el manejo de las relaciones con Bogotá a través de encargados de negocios, como Francisco Palmieri, quien se quedó como embajador interino en junio de 2022.
“El encargado de negocios no es un embajador en propiedad, pero ha garantizado continuidad en temas clave como cooperación militar, seguridad, comercio y transición energética”, apuntó, sin embargo, la exivicepresidenta y excanciller Marta Lucía Ramírez, quien recordó que de todas maneras la relación fluyó de manera positiva hasta el punto de que “logramos que Colombia obtuviera el estatus de aliado especial estratégico de Estados Unidos no miembro de OTAN, lo que significa un nivel elevado de cooperación y confianza mutua”.
Eso continuó así por varios meses hasta que Biden se movió finalmente para nombrar a una embajadora a principios de 2023. Sin embargo, Jean Elizabeth Manes, su nominada para el cargo, no superó las pruebas del Congreso estadounidense, que es el que debe aprobar estos nombramientos. ¿La razón? Aunque Manes tenía una gran trayectoria diplomática, en el Comité de Relaciones Exteriores del Senado alguien frenó su nominación: Marco Rubio, exsenador republicano y hoy secretario de Estado, quien se opuso públicamente a la nominación de Manes y dijo que votaría contra ella. Esto obligó a la administración Biden a retroceder. El nombramiento fue bloqueado por más de un año, hasta que en febrero de 2024 el Senado devolvió a la Casa Blanca la nominación. Biden no volvió a presentar otro candidato en lo que le restó de gobierno.
Acá hay que hacer un gran paréntesis: la problemática del bloqueo de nombramientos de embajadores no era algo que le ocurría solo a Colombia. Unos 31 países tuvieron que pasar varios meses con un embajador interino de EE. UU. porque los republicanos del Comité en Washington mantenían bloqueados los nombramientos hasta que llegara alguien que se ajustara a sus ideologías. Y esto lo hacían aunque eran minoría. Eso es un problema gigantesco para la política exterior estadounidense. Como señaló el senador demócrata Robert Menéndez, entonces presidente del Comité de Exteriores, no debería pasar que un miembro de la minoría del Senado le dicte la política exterior al poder Ejecutivo de esa manera. “Yo he visto emitir votos para sugerir cuál debería ser esa política, pero nunca he visto tomar como rehenes a candidatos de carrera para lograrlas”, declaró a la NPR.
Según la senadora Jeanne Shaheen, lo que está sucediendo ahora con los procesos de nombramientos de diplomáticos en el Congreso “está inhibiendo la capacidad de los Estados Unidos para realizar su trabajo”, pero este es apenas un elemento que propicia el quiebre con Colombia. Luego de esto, por supuesto, las cosas empeoraron. Como dice el dicho: se juntó el hambre con las ganas de comer.
Trump consiguió volver a la Casa Blanca en 2024 y así ambos gobiernos quedaron dirigidos por políticos que prefieren saltarse todos los protocolos y dirigir la diplomacia por redes sociales, según los analistas. Era una bomba de tiempo. No pasó ni una semana desde la posesión del republicano para que él y Petro entraran en una pelea por X que derivó en una crisis cada vez peor para Colombia: amenazas de retiro de visados y aranceles protagonizaron titulares.
Luego de esto, la tensión se calmó relativamente por meses, hasta que surgieron las tramas de supuestos golpes dirigidos por el mismo grupo de republicanos con el que se alinearon congresistas del Centro Democrático años atrás. Llegaron nuevos enfrentamientos entre congresistas colombianos y estadounidenses —que, cabe destacar, no tienen tanto peso en los legislativos de sus respectivos países—. La inestabilidad también llegó al Palacio Liévano, con la incapacidad para mantener un solo canciller que dirija la política exterior colombiana (van tres en lo que va del gobierno). Washington lidia también con su incapacidad: Daniel J. Newlin, nominado por Trump para embajador en Bogotá, tiene complicada su aprobación, pues, al tener negocios en Medellín, estaría violando la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas que le impide a “un agente diplomático ejercer actividades comerciales en provecho propio”.
Es clave hacer el recuento de cómo se formó esta “tormenta perfecta” que ha ayudado a dinamitar las relaciones con el aliado histórico de Colombia para obtener una gran conclusión que permita redireccionarnos a soluciones: sea cual sea la ideología que esté en el poder, izquierda o derecha aquí o allá, todas son responsables de arruinar los canales diplomáticos. La derecha colombiana con su injerencia a favor de candidatos republicanos; los demócratas distanciándose por estas acciones; los republicanos con su bloqueo a los diplomáticos que no comparten sus visiones o nominando a personas no calificadas para el cargo; y la izquierda colombiana replicando cada discurso incendiario de su líder. Todas, de alguna manera, han alterado el curso de la diplomacia.
Para encontrar soluciones a esta crisis habría que devolverse a las lecciones de Madeleine Albright, primera mujer en convertirse en secretaria de Estado de EE. UU., quien decía: “Cuando tratamos de resolver problemas nacionales, a veces es necesario hablar tanto con adversarios como con amigos. Los historiadores tienen una palabra para eso: diplomacia”, esa delicada palabra que ha sido tan maltratada en medio del péndulo ideológico. Para reactivar los diálogos, la respuesta de analistas de relaciones es la misma: para la diplomacia se necesitan diplomáticos, no militantes de trincheras políticas. Y quienes están en esas trincheras no deberían lanzar más granadas a la diplomacia, a la que también pueden entrar otros actores clave.
“Aunque la conducción formal de las relaciones internacionales corresponde a los gobiernos, la relevancia de la relación con Estados Unidos —nuestro principal socio comercial— exige que otros actores también asuman un rol activo. Hoy más que nunca, la diplomacia no se limita a lo estatal: el sector empresarial colombiano y estadounidense han demostrado que puede ser canales efectivos para preservar intereses binacionales y contribuir a la desescalada”, señaló María Clauda Lacouture, presidenta de la Cámara Colombo Americana, Amcham Colombia.
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