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Ventajas, riesgos: Lo que está en juego para Colombia con la OTAN

Gustavo Petro cuestionó la vigencia de Colombia como “socio global” de la OTAN y abre el debate sobre los riesgos de una visión maniquea de la seguridad: ¿vale sacrificar beneficios en entrenamiento y tecnología por buscar alianzas más afines a nuestras prioridades?

Camilo Gómez Forero y Hugo Santiago Caro

21 de julio de 2025 - 05:00 p. m.
Mientras que el presidente Petro dice que Colombia no debería insistir en mantener relaciones con la OTAN, el sector Defensa rema para la renovación del Programa de Asociación Personalizado.
Foto: Presidencia de la República
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“Si los principales jefes de la OTAN están con el genocidio, ¿qué hacemos ahí? ¿No es hora de reconfigurar militarmente el mundo? ¿Qué hacemos nosotros en la OTAN? ¿No llegó la hora de otra alianza militar?”, fueron las frases concretas que lanzó el presidente de Colombia, Gustavo Petro, ante los países reunidos en Bogotá la semana pasada en la cumbre de emergencia del Grupo de La Haya para tratar la situación de Palestina.

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La OTAN, mientras tanto, está en jaque desde el regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos y su exigencia de que los países miembros de la alianza transatlántica incrementen su gasto en defensa. Pero, en todo este contexto, ¿cuáles son las implicaciones reales de diversificar estas alianzas militares para Colombia?

Del bien y del mal

La idea de dividir al mundo entre ejércitos del bien y del mal ha estado presente en múltiples momentos históricos, especialmente durante los grandes conflictos del siglo XX. La Segunda Guerra Mundial popularizó esta narrativa con la derrota del régimen nazi y la figura de Adolf Hitler como epítome del mal. Las potencias aliadas —Estados Unidos, la Unión Soviética, el Reino Unido y otros— fueron vistas como una suerte de “ejército de la luz”, como lo expresó recientemente el presidente Petro durante una cumbre sobre Gaza celebrada en Bogotá.

Petro no es el primero que busca dividir las acciones de los ejércitos en “buenos y malos”. En 1983, Ronald Reagan calificó a la Unión Soviética como el “imperio del mal” en un discurso ante la Asociación Nacional de Evangelistas. Con esa frase, Reagan no solo apeló a una narrativa moralizante, sino que reforzó la idea de que Estados Unidos lideraba una lucha justa contra un enemigo inherentemente perverso. Ese tipo de discurso ayudó a moldear una visión binaria del conflicto: democracia contra tiranía, libertad contra opresión.

Sin embargo, esta visión maniquea encierra varios problemas. Por un lado, borra las complejidades políticas de los actores involucrados. La Unión Soviética, uno de los protagonistas de la derrota del nazismo, también fue responsable de violaciones sistemáticas a los derechos humanos, por nombrar un ejemplo. Otro caso es el de Estados Unidos en la Guerra Fría: mientras promovía la democracia como ideal global, respaldó dictaduras militares en América Latina, África y Asia, justificándolas como un mal menor frente al comunismo.

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Durante las guerras de los Balcanes, medios occidentales presentaron al pueblo serbio como culpable colectivo de una violencia de la que solo unos pocos eran responsables. Ese tipo de discurso, entonces, impide discernir entre extremistas y civiles, y facilita la represión. Perpetuar una lógica de “buenos contra malos” impide el debate sobre las acciones concretas de los ejércitos actuales, más allá de sus discursos. En la guerra moderna, donde los daños colaterales y las intervenciones preventivas se debaten tanto como se ejecutan, hablar de ejércitos moralmente puros puede ser no solo ingenuo, sino también peligroso. Incluso puede llevarnos a otras guerras.

Para Elizabeth Samet, profesora en West Point, la sentimentalización de la Segunda Guerra Mundial como la “Buena Guerra” ha distorsionado la memoria histórica y premió intervenciones posteriores —como Vietnam o Irak— bajo falsas premisas morales. “Todo ejercicio de la fuerza militar estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial, al menos a ojos de quienes lo concibieron, ha heredado la justificación moral de aquella guerra y ha sido entendido como su descendiente: motivado por su recuerdo, llevado a cabo bajo su sombra e inevitablemente medido frente a ella”, señala Samet en su libro Buscando la buena guerra.

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Por otro lado, Petro acompañó su idea de crear un “ejército de la luz” que represente a los pueblos del Sur Global con el distanciamiento de alianzas como la Alianza del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), a la que ha criticado por su rol en conflictos como el de Gaza. Si bien Colombia no es miembro pleno de la OTAN, sí tiene un estatus de “socio global”, único en América Latina, lo que permite cooperación militar, entrenamiento y acceso a tecnología defensiva.

La OTAN no es la única alianza de seguridad internacional. Existen otras, como la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (liderada por Rusia), el Tratado de Seguridad ANZUS (entre EE. UU., Australia y Nueva Zelanda), la alianza AUKUS (entre EE. UU., Reino Unido y Australia) o la Organización de Cooperación de Shanghái, que agrupa a China, Rusia, India, Pakistán y otros países asiáticos. También está el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), del que Colombia es firmante, aunque su relevancia práctica ha disminuido con los años.

Aunque las alianzas militares han sido criticadas por reforzar lógicas de poder o intervenir en conflictos ajenos, también han aportado capacidades estratégicas valiosas: programas de capacitación en ciberseguridad, interoperabilidad técnica y entrenamiento conjunto han fortalecido tanto la defensa como la preparación civil de los países miembros y socios, algo de lo que Colombia ha gozado en estos años recientes.

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El problema no es que existan alianzas militares o participar de ellas, sino cómo se usan. En el contexto actual, con amenazas como los grupos transnacionales o la ciberdelincuencia, es importante intercambiar conocimiento entre países. En un mundo multipolar, donde los conflictos no se limitan a fronteras físicas, pensar en “bloques de buenos y malos” no solo es simplista, sino que puede justificar excesos de lado y lado, y arruinar mecanismos de cooperación útiles para naciones como la nuestra.

Más por perder que por ganar

En términos de costo-beneficio, para Manuel Camilo González, analista y docente de la Pontificia Universidad Javeriana, es más lo que Colombia podría perder si decidiera renunciar a la cooperación que conlleva su estatus como socio global de la OTAN. El país ha cosechado beneficios en diferentes frentes gracias a esta alianza: formación avanzada en inteligencia artificial aplicada a la defensa, apoyo en la lucha contra el narcotráfico y la corrupción, y acompañamiento a las Fuerzas Armadas. También ha ganado visibilidad clave en foros y ejercicios multilaterales. Esta es una de las cuestiones que, confidencialmente, discute el presidente Petro en Chile, durante la cumbre con Lula da Silva, Gabriel Boric, Yamandú Orsi y Pedro Sánchez, presidentes progresistas de Brasil, Chile, Uruguay y España.

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González destaca, además, el aporte de militares colombianos capacitando a sus pares ucranianos en desminado y guerra híbrida, un conocimiento forjado en décadas de conflicto interno. “Colombia perdería visibilidad en el mundo de la seguridad internacional porque, al ser socio global, esa experiencia ha sido de gran ayuda para estos militares ucranianos”, afirma.

¿Es bueno diversificar?

Otro aspecto a considerar es cuánto podría beneficiar a Colombia diversificar sus alianzas militares. Ya repasamos las alianzas vigentes, pero para González es un gran riesgo acercarse a potencias cuyos intereses y amenazas quizá no comprendan nuestras prioridades. “Hablar de China o Rusia, por decir menos, es un riesgo alto políticamente hablando. Además, implica abrirle los brazos a actores que, a lo mejor, no comprenden nuestras amenazas y prioridades de seguridad, o simplemente no sumarían a nuestras habilidades para enfrentarlas”, señala.

Para seguir la línea de González: China y Rusia son miembros de los BRICS, y a principios de mes Estados Unidos envió cartas amenazando con aranceles a los países que se acerquen a la iniciativa del Sur Global. Un acercamiento en términos militares podría desencadenar, incluso, una reacción más fuerte. Lo cierto es que, más allá de la luz, el bien y el mal, en ese sentido, el desafío está en fortalecer la cooperación con actores que comprendan el contexto colombiano y contribuyan verdaderamente al desarrollo de sus capacidades en defensa y seguridad.

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Por Hugo Santiago Caro

Periodista de la sección Mundo de El Espectador. Actualmente cubre temas internacionales, con especial atención a derechos humanos, migración y política exterior.@HugoCaroJhcaro@elespectador.com
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