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¿Qué tan rápido puede producir armas un país pacifista altamente industrializado? Esta pregunta, que fue tabú en Japón durante la segunda mitad del siglo XX, ha dejado de ser una hipótesis lejana y cobra vigencia tras el anuncio de aranceles a todas las marcas que quieran vender en Estados Unidos automóviles no fabricados en ese país, el segundo consumidor de vehículos de motor después de China. (Lea más columnas de Gonzalo Robledo sobre Japón).
La guerra arancelaria obligará a muchos fabricantes a diversificar y mirar hacia el sector militar, un mercado tentador dado el trepidante rumbo belicista de la geopolítica actual.
Vender tanques, bombarderos y sistemas de defensa pagados de antemano, y a menudo subvencionados por los respectivos gobiernos, ofrece un nicho estable frente a un mercado civil expuesto al caos constante de legislaciones repentinas y caprichosas.
Convertir una cadena de montaje de carrocerías comerciales a una de vehículos blindados, tanques y otros transportes de guerra no es ninguna estrategia novedosa.
Estados Unidos fortaleció su industria automotriz gracias a los pedidos militares de motores y otros componentes a empresas como Dodge, Pontiac, Chrysler y General Motors en la primera mitad del siglo pasado.
Japón, que quedó en ruinas tras los bombardeos aliados, incluido el devastador debut atómico de Hiroshima y Nagasaki, desarrolló un sólido sector manufacturero gracias a que Estados Unidos convirtió este archipiélago en una base de operaciones de logística y servicios para apoyar su guerra contra el comunismo en la península coreana (entre 1950 y 1953). Fue una muestra más de la paradoja económica de las guerras humanas, que destruyen un país mientras generan riqueza en otros.
Las fuerzas de ocupación americanas, que habían desarmado al Japón derrotado, le impusieron una Constitución pacifista que, por lo menos hasta comienzos de este siglo, mantuvo a raya las fuerzas ultranacionalistas niponas que han abogado siempre por el rearme. El talante antibélico de la Carta Magna, se empezó a resquebrajar con el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York y el llamado de Washington a unir fuerzas contra la amenaza que representaba para occidente el terrorismo islámico.
Con timidez y tacto, Japón empezó a dar ayudas en dinero en efectivo y apoyo logístico a las guerras americanas. Luego, compró barcos con sistemas antimisiles y hoy el grupo Mitsubishi incluye en su largo catálogo misiles Patriot fabricados con licencia americana.
Según el Instituto Internacional de Investigación de la Paz de Estocolmo (SIRPI), en 2023 cinco empresas japonesas (Mitsubishi Heavy Industries, Kawasaki Heavy Industries, Fujitsu, NEC y Mitsubishi Electric) registraron un aumento combinado de ingresos por contratos relacionados con la defensa del 35 por ciento.
El tabú está superado y mientras suenan los tambores de la guerra arancelaria, Japón se rearma.
* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.