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Torre de Tokio: Hiroshima utilizada

Columna para acercar a los hispanohablantes a la cultura japonesa.

Gonzalo Robledo * @RobledoEnJapon / Especial para El Espectador, Tokio
28 de mayo de 2023 - 02:00 a. m.
Grullas de origami, símbolo de la paz que repartían algunos taxistas durante la pasada cumbre del G7 en Hiroshima.
Grullas de origami, símbolo de la paz que repartían algunos taxistas durante la pasada cumbre del G7 en Hiroshima.
Foto: Gonzalo Robledo

Abrir la maleta tras regresar de la reciente Cumbre del G7 en Hiroshima es encontrar entre la ropa grullas de origami que la gente de la primera ciudad arrasada por una bomba atómica regala a los visitantes como recordatorio de su esperanza, cada vez menguante, por una paz duradera. (Recomendamos más columnas de Gonzalo Robledo sobre Japón).

Aún los niños pequeños doblan con precisión geométrica grullas de papel siguiendo la conocida técnica japonesa que tiene nombre propio en nuestro idioma: papiroplexia.

El simbolismo pacifista de las grullas de Hiroshima se originó en la historia de Sadako, una niña fallecida víctima de la radiación antes de cumplir su objetivo de doblar las mil grullas requeridas por una antigua leyenda para otorgar un deseo. Como había prometido pregonar la paz por el mundo si vivía, los escolares japoneses consideran incompleta una visita al Parque de la Paz de Hiroshima sin ofrendar grullas de origami en el monumento dedicado a Sadako.

Las grullas de papel evocan en este país armonía, estabilidad y ausencia de conflicto de una manera más inmediata que las palomas bíblicas con ramas de olivo en el pico o aquellas dibujadas a mano alzada por Picasso.

Durante los tres días del G7, sin embargo, el Parque de la Paz, donde se conserva una cúpula medio calcinada por la explosión atómica llamada el Domo de Hiroshima, estuvo vallado y la ciudad entera fue tomada por batallones de policías llegados de todo Japón.

Alojar y proteger a los principales gobernantes del mundo industrializado en un país que hace menos de un año sufrió un magnicidio -y el pasado abril presenció un atentado contra su actual primer ministro-, justificaba cualquier ostentación de seguridad.

“Lo sentimos, la calle está cerrada. Espere por favor”, pedía un uniformado asignado a una avenida donde se esperaba el paso de algún mandatario. ¿El norteamericano Biden? ¿La italiana Meloni? ¿El canadiense Trudeau? Nadie lo sabía, y menos aún cuánto tardaría en abrirse la calle. La gente resignada tomaba desvíos y seguía con sus deberes. Pero al entablar conversación tanto con hombres y mujeres, mayores y jóvenes, todos expresaban desconcierto con el giro belicista que había tomado la cumbre antes de terminar el primer día.

La capital asiática de la paz era ahora escenario de una exitosa reunión de estrategia militar, cuyos resultados más palpables fueron aviones estadounidenses F-16, formación de pilotos y un centenar de vehículos japoneses para apoyar a Ucrania en su guerra contra Rusia.

El G7 sirvió también para confirmar que pese a tener una Constitución que renuncia a la guerra para resolver conflictos internacionales, Japón se dirige al rearme y pronto convertirá a quienes doblan grullas de origami en viejos románticos de otra época.

* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.

Por Gonzalo Robledo * @RobledoEnJapon / Especial para El Espectador, Tokio

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