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Torre de Tokio: insectos exquisitos

Columna para acercar a los hispanohablantes a la cultura japonesa.

Gonzalo Robledo * @RobledoEnJapon / Especial para El Espectador, Tokio
25 de febrero de 2024 - 02:00 a. m.
Anuncio de saltamontes comestibles en la web de Hamaru Foods, uno de los principales vendedores de insectos en Japón.
Anuncio de saltamontes comestibles en la web de Hamaru Foods, uno de los principales vendedores de insectos en Japón.
Foto: Archivo Particular

Mientras gran parte de Occidente sigue esperando con los ojos cerrados la llegada a su mesa de los insectos comestibles, Japón amplía su oferta de bichos alados, con antenas y crujientes. La venta tiene lugar a través de máquinas expendedoras y la estrella internacional del menú es una cucaracha argentina alimentada con salvado de trigo y hierbas frescas. (Recomendamos más columnas de Gonzalo Robledo sobre Japón).

Sin llegar a la exuberancia entomófaga de chinos y tailandeses, para quienes los insectos son una fuente habitual de proteínas y sustancias medicinales, el japonés promedio los consume con moderación y casi siempre guisados en salsa de soja y azúcar.

Según el consenso de los expertos, en Japón se consumen unas 50 variedades de insectos. Pero al igual que los comedores de hormigas, grillos, gusanos y larvas en América Latina, los devotos de los bichos en este archipiélago están concentrados en algunas regiones.

Cuando se pregunta dónde se comen más insectos los japoneses señalan a Nagano, una provincia en el centro del país con un río famoso por sus deliciosas larvas comestibles.

En los supermercados de mi barrio en Tokio se pueden comprar paquetes de grillos por el mismo precio de un litro de leche. Muchos visitantes occidentales fruncen el ceño al verlos, pero una vez aceptan probarlos se dan cuenta de cómo la barrera psicológica les impide conocer un sabor nada desagradable y, en algunos casos, adictivo.

El principal obstáculo para degustar los insectos es casi siempre su textura. Cuando la lengua entra en contacto con antenas y patas, es difícil no recordar alguna despiadada apuesta escolar que se pagaba comiéndose alguna alimaña viva.

El reto de convencer a los occidentales de las ventajas de ingerir sabandijas envueltas en un exoesqueleto crujiente empezó en 2013. Ese año la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) advirtió al mundo de que en 2050 seríamos 9 mil millones de personas y sería necesario duplicar la producción de alimentos.

En un documento señalaba que los insectos “no son simplemente alimentos de hambruna que se comen en tiempos de escasez”. El alto contenido proteínico y el efecto reducido de su producción en el calentamiento global son hoy los principales argumentos que emprendedores en todo el mundo citan para justificar sus investigaciones para la cría masiva.

Debido a que muchos occidentales asocian los insectos a cloacas, putrefacción o luz mortecina, sus promotores han empezado a camuflarlos mezclándolos triturados en harinas para tortillas, pizzas y pastas.

De esta forma estaremos mejor preparados para cuando el irreversible cambio climático y la escasez de alimentos nos obligue a pasar del churrasco argentino a una exquisita cucaracha de la misma nacionalidad.

* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.

Por Gonzalo Robledo * @RobledoEnJapon / Especial para El Espectador, Tokio

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Melmalo(21794)25 de febrero de 2024 - 02:07 p. m.
Con los precios que tienen los alimentos de la canasta familiar,no es dificil imaginar que hay que mirar hacia otras fuentes de vida.
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