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Torre de Tokio: karaoke nacional

Columna para acercar a los hispanohablantes a la cultura japonesa.

Gonzalo Robledo * @RobledoEnJapon / Especial para El Espectador, Tokio

20 de enero de 2024 - 09:00 p. m.
Según nippon.com, hasta antes de la pandemia los bares de karaoke en Japón movían 151.300 millones de yenes, mientras que los karaoke box, habitaciones individuales con karaoke, alcanzaban los 379.800 millones de yenes.
Foto: Cortesía nippon
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Imposible de rechazar después de una cena de trabajo en Japón. La invitación al karaoke es una muestra inequívoca de confianza para quien inicia algún proyecto o aventura empresarial. (Recomendamos más columnas de Gonzalo Robledo sobre Japón).

Después de discutir los detalles de un plan y cuando se vislumbra un acuerdo, se escucha la anhelada pregunta: “¿Le gusta a usted cantar?”. Nunca se escuchará “¿Canta usted bien?”, pues en el karaoke japonés lo importante es participar.

Desde finales del siglo pasado existen en todo Japón edificios enteros dedicados a los aficionados al canto con banda sonora enlatada.

Son verdaderos palacios del karaoke con salas de diversa capacidad dotadas de pantallas, parlantes, micrófonos y un archivo electrónico de miles de canciones en el que predominan las baladas de moda. Se asiste solo o en grupo, y se bebe y se come.

Como el objetivo es pasar un rato agradable, a nadie se le ocurre burlarse de un desentonado entusiasta que intenta imitar a su cantante favorito.

Cuando la letra tiene una pausa y aparece en la pantalla el número de segundos que tardará en aparecer la siguiente estrofa, el resto de comensales aplauden y animan al cantante como si estuvieran en la Scala de Milán.

Otro tipo de karaoke es el bar privado al que se accede por invitación y donde los asiduos mantienen una botella, por lo general de whisky, etiquetada con su nombre o el nombre de la empresa. Hace unos días, un productor amigo me invitó a su bar favorito y me advirtió que esa noche tendría lugar una “fiesta de karaoke”.

El promedio de edad de los participantes en la fiesta, dos mujeres y seis hombres, era de unos 70 años.

Cantaban versiones antiguas de un género japonés llamado enka que, como el bolero latino, capitaliza en amores no correspondidos, rupturas amorosas y despedidas.

Después de una hora de canciones melancólicas y aplausos dijeron que cederían, por cortesía, el turno al único extranjero presente.

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Al no tener la excusa del idioma, pues en la alineación del bar figuraban Julio Iglesias, Nat King Cole y Juanes, me tocó hacer frente a la situación y agarrar el micrófono.

Una vez terminada mi sesión, que se limitó a Cachito mío y La camisa negra, uno de los octogenarios pulsó un botón y apareció en la pantalla un avión de combate en blanco y negro.

Sonó una marcha rimbombante con tonos militares y una letra con mensajes patrióticos para animar a los soldados durante la Segunda Guerra.

Cuando se sumaron al coro las dos señoras tuve la sensación de que querían demostrarme que el anhelo de una nación victoriosa y dueña de gran parte de Asia sigue vivo en muchos corazones nipones.

* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.

Por Gonzalo Robledo * @RobledoEnJapon / Especial para El Espectador, Tokio

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