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El bíblico Rey Salomón, famoso por ordenar cortar en dos un recién nacido para discernir cuál de las dos mujeres que lo reclamaban como propio era la verdadera madre, tiene su contraparte nipona en un ingenioso juez llamado Tadasuke Oka, que vivió entre 1677 y 1752. (Lea más columnas de Gonzalo Robledo sobre Japón).
Deformada por la tradición oral y decenas de adaptaciones literarias, televisivas y cinematográficas, la biografía del célebre magistrado está poblada de episodios singulares que destacan su equidad y su gran capacidad para hallar verdades subyacentes en las situaciones más disparatadas.
El caso más emblemático de su carrera como magistrado narra el juicio de un estudiante pobre que es llevado ante la justicia por el avaro propietario de un popular restaurante de pescado frito que queda justo debajo de su austera habitación.
El dueño del restaurante asegura que el estudiante lleva tres meses comiendo su taza diaria de arroz acompañándola con el olor de las suculentas frituras que suben de su suculenta cocina y demanda una justa retribución.
Los habitantes del pueblo sonríen ante la inusual denuncia y algunos dudan de que el juez Okka acepte tan peculiar petición.
Pero, como era de esperar, el juez Okka anuncia que ambas partes merecen ser escuchadas y las convoca a una audiencia.
Tras oír las quejas del dueño del restaurante y la justificación del estudiante, que como única defensa cita su extrema pobreza, el juez dicta su ingeniosa sentencia.
Para deleite inicial del propietario, el fallo del juez Okka se basa en la premisa de que el estudiante es culpable de apropiación indebida del olor y deberá pagar por ello. El primero no cabe en sí de la dicha y el estudiante, por su parte, cuenta compungido las escasas monedas que tiene en el bolsillo.
Finalmente, el juez pide al estudiante y al demandante ponerse uno a lado del otro y ordena al acusado pasar las monedas de una mano a otra, de manera que la parte agraviada pueda escuchar el tintineo. Tras hacerle repetir la operación varias veces, el juez dictamina que la deuda del olor ha sido debidamente pagada.
El público, sorprendido, se maravilla de la sabiduría del magistrado que con su inteligente truco enriquece un legado de decisiones equilibradas y justas que trascienden la mera aplicación formal de la ley.
Su nombre es hoy sinónimo de sabiduría judicial en Japón y algún estudioso norteamericano lo denominó “el Salomón con quimono”.
La mera existencia de la historia, hace pensar además en los arquetipos universales arraigados en la psique humana y subraya la profunda conexión que existe entre todas las culturas a través de nuestras experiencias y nuestra capacidad de darles forma a través de una narración.
* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.