Por primera vez en 12 años, la Iglesia católica está huérfana de un pastor con la muerte, el lunes, del papa Francisco. Mientras comienzan los trámites de su sucesión, con la convocatoria próxima a un cónclave y las consecuentes vocaciones, es el fin de la agenda del pontífice argentino, que hasta septiembre último estuvo en constante actividad apostólica con viajes a Indonesia, Papúa Nueva Guinea, Timor Oriental, Singapur, Bélgica y Luxemburgo.
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Es un camino que empezó a los pocos meses de su papado, en julio de 2013, cuando, en plena crisis de gestión migratoria en el Mediterráneo, viajó a la isla de Lampedusa, en Italia, para encontrarse con los migrantes que cruzaban este mar buscando llegar a Europa a través del puerto italiano.
“Sentí que tenía que venir hoy aquí a rezar, a realizar un gesto de cercanía, pero también a despertar nuestras conciencias para que lo que ha sucedido no se repita. Que no se repita, por favor (…) pidamos al Señor la gracia de llorar por nuestra indiferencia, de llorar por la crueldad que hay en el mundo, en nosotros, también en aquellos que, en el anonimato, toman decisiones socioeconómicas que hacen posibles dramas como este. ¿Quién ha llorado hoy en el mundo?”, dijo en ese momento el hoy fallecido pontífice en su homilía desde Lampedusa.
Desde entonces, Francisco dejó por sentado que su apostolado al frente de la Iglesia estaría completamente volcado en el concepto de la opción preferencial por los pobres, y así lo dejó impreso en Fratelli Tutti (2020), una de sus cuatro encíclicas (documento del papa a los obispos y fieles católicos del mundo) en la que dictó una doctrina dirigida a la relación de la sociedad consigo misma y con la “casa común”. Es decir, el planeta.
“Cómo se relacionan las dos cosas: el cuidado del medioambiente y de los recursos naturales —especialmente de las fuentes de agua— con la creación de fraternidad y la superación de las estructuras injustas de este mundo. No se trata de un país en particular, sino de un mundo que margina a unos, privilegia a otros y no crea los mecanismos necesarios para que las personas que viven en condiciones de extrema pobreza puedan realmente desarrollarse. No solo en lo económico, sino también en lo educativo, lo cultural, lo ambiental y en muchos otros aspectos”, describe este documento Vicente Durán Casas, sacerdote jesuita y rector de la Pontificia Universidad Javeriana de Cali.
Él, miembro de la misma comunidad religiosa de la que emergió Bergoglio antes de llegar a Roma, atribuye esta tendencia pastoral precisamente a la formación sacerdotal y al camino que recorrió desde sus días como sacerdote común en Buenos Aires. A diferencia de Benedicto XVI, quien llegó a ser papa después de ser prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe —la institución que trabaja sobre los principios teológicos de la Iglesia—, Bergoglio hizo una pastoral mucho más orientada al recorrido social y al compartir con la comunidad.
“Todas esas historias nos hablan de que es un papa pastor. Yo no lo llamaría simplemente un hombre de la calle, sino un verdadero pastor que cuida de todas sus ovejas. Sus escritos tienen un gran bagaje teológico y un profundo trasfondo conceptual, pero están redactados con la intención de llegarle al hombre y a la mujer que están en la calle: al vendedor de periódicos, al maestro de escuela, a los jóvenes, a quienes están buscando un sentido para su vida y, a veces, tienen dificultades para encontrarlo”, continúa Durán.
Una Iglesia sinodal
Santiago Sierra González, docente del Centro de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana, describe un modelo de Iglesia católica que apuesta por la sinodalidad, entendida como una iniciativa en la que, más allá de la jerarquía, laicos, altos cargos y, en general, todos los fieles aporten a la construcción de la institución.
“Es un ejercicio para que todos caminemos juntos en la transformación de la Iglesia, no como lo dice simplemente un pontífice, sino como lo dice la Iglesia, como lo dice el pueblo: la participación de la mujer, pero también la del laico, de las comunidades y de los movimientos populares, que son muy importantes en todo este andamiaje que es la Iglesia, que se abre a nuevos horizontes, pero son horizontes participativos, donde las personas pueden expresar su voz y decir lo que desean. En este mundo que avanza a una velocidad vertiginosa, podríamos esperar que los cambios se dieran mucho más rápido. Pero, por supuesto, la Iglesia marcha a un ritmo distinto”, explica.
Durán también enfatiza esta última parte al recalcar la iniciativa de reformar la Curia —un órgano que colabora con el obispo en la administración de la diócesis o con la Santa Sede en el gobierno central de la Iglesia— para permitir roles de mayor importancia para las mujeres: “Eso, a muchos, les ha parecido una exageración; a muchos, algo que no debe ocurrir. Pero yo creo que sí debe ocurrir. La Iglesia está en deuda con las mujeres. Tiene que demostrar que las mujeres son parte, en igualdad con los hombres, en la conducción de los asuntos eclesiales: en el gobierno, en las finanzas, en la administración y en muchos otros aspectos”.
Lo cierto, afirman ambos analistas, es que el legado de Francisco comienza a escribirse desde hoy. Todas las reformas o cambios que buscó implementar en 12 años el jesuita comenzarán a surtir efecto a largo plazo y, por supuesto, se enfrentarán a la doctrina de su sucesor.
“Las reformas en la Iglesia no se hacen con el fin de congraciarse, hacer simpatía con la cultura del momento. Se deben hacer, y yo estoy convencido de que ese es el espíritu del papa Francisco: volver a los orígenes de la Iglesia, volver a las fuentes de donde surgió, que es la obra de Jesucristo”, concluye Durán.
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