Manipulando el cónclave con Red Hat Report
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«El Espíritu Santo inspirará a los cardenales para que hagan la mejor elección.» Es una frase que me han repetido en muchas ocasiones en la vigilia del extra omnes (fuera todos). Es el momento en que los purpurados con derecho a voto se encierran bajo llave en la capilla Sixtina para deliberar y votar a un nuevo jefe de la Iglesia católica.
Es algo que los cardenales a los que he entrevistado pocas horas antes del inicio de un cónclave repiten hasta la saciedad. Sean del color que sean, piensen como piensen, quieren recordar que la tradición de la Iglesia señala al Espíritu Santo, que encarna dones sobrenaturales, como el responsable de inspirar a los purpurados en la trascendental misión de aportar un nuevo pontífice al mundo católico.
Es evidente que, visto lo que hemos observado a lo largo de la historia, los cónclaves se resuelven por muchas vías que nada tienen que ver con el carácter espiritual de esta figura bíblica, que la iconografía suele representar en forma de paloma. Cuando los entrevistados, cardenales y también especialistas creyentes, apelan a la sabiduría y la capacidad de esta figura espiritual de transmitir a los hombres (en este caso purpurados) sus decisiones, creo sinceramente que utilizan ese subterfugio para no decir nada.
En resumen, para echar balones fuera ante las preguntas de los periodistas, y evitar comprometerse en un momento especialmente delicado. Si se deja en manos del Espíritu Santo la decisión de elegir a uno u otro candidato, siempre se queda bien; además, todo el mundo evita mojarse.
«El Espíritu Santo está de vacaciones, sobre todo durante el cónclave», me diría en 2005 un simpático, ocurrente y bastante irreverente periodista mexicano, mientras tomábamos un café en las jornadas previas a la elección del cardenal Joseph Ratzinger como Benedicto XVI. Y añadió: «Si el Espíritu Santo sobrevolase la capilla Sixtina, se pondría una venda sobre los ojos».
La elección de un pontífice siempre se ha visto envuelta en notas que poco tienen que ver con la espiritualidad. Las crueles batallas que libradas entre los cardenales electores siempre han estado condicionadas por factores políticos. Tanto en la época antigua como en la actual, han primado los intereses que ponen en juego las diversas facciones. Durante la elección, siempre ha sido crucial la correlación de fuerzas con las que cuentan los candidatos, las sumas y las restas de la aritmética electoral, la oportunidad y el oportunismo. Nada ha ocurrido por azar. Es todo, desde siempre, escandalosamente mundano.
Desde el siglo XIII hay muchos documentos históricos que muestran pugnas sangrantes y martingalas para conseguir situar a un candidato en el trono de san Pedro. Inicialmente, el obispo de Roma era elegido en asambleas de fieles muy tumultuosas, que acababan en violencia y cismas. Era la época anterior a que el emperador Constantino aceptase oficialmente el cristianismo.
Hasta el siglo XII fueron proclamados alrededor de treinta «antipapas». Una docena de pontífices, en el periodo de cien años en torno al año 1000, serían expulsados del alto cargo. Algunos morirían asesinados y otros padecieron el exilio. En el siglo xi, los fieles y religiosos fueron vetados como electores y se impuso que fueran los cardenales los que eligieran a los papas.
Finalmente, en 1179 se acordó, en vista de que continuaban las disputas, aplicar una norma que ya era habitual en el gobierno de algunas ciudades italianas como Venecia. La regla de que fueran necesarios dos tercios para ser elegido eliminaba en buena medida el poder del tercio perdedor de presentar batalla con la fuerza suficiente. De todos modos, esta norma, que exige amplios consensos y complicadas negociaciones, provocó unas vacantes muy largas en la sede, a causa de los desacuerdos que se eternizaban.
En el siglo XIII, Celestino V «inventó» e impuso el cónclave como solución drástica. Para evitar que las deliberaciones se alargasen durante siglos, los cardenales electores dormían en lechos incómodos, se les privaba de su paga y solo se alimentaban de pan, vino y agua. Con tales condiciones, no tardaban en decidir. Estas radicales medidas provocaron un buen número de elecciones precipitadas y de errores que muchas veces se enmendaban con muertes repentinas y obviamente inducidas.
Aunque la coerción, el soborno y los pactos están oficialmente vetados bajo pena de excomunión, y pueden suponer la anulación de la elección, siempre los ha habido y, probablemente, siempre los habrá. A lo largo de la historia encontramos indicios suficientes e incluso pruebas de que muchos papas han sido elegidos a partir de estas prácticas y de extraños complots nunca reconocidos por las crónicas oficiales.
Con la amenaza de la excomunión vigente, ahora podemos demostrar que todo está preparado para manipular el cónclave que ha de elegir al sucesor del papa Francisco. Solo una mayúscula sorpresa (algo que nunca se puede descartar, cuando hablamos del Vaticano) podría cambiar el guion previsto. ¿Cómo se pretende hacer? ¿Quién escribe en estos momentos el argumento de lo que ha de pasar? En las páginas previas, hemos visto con detalle que el sector más tradicionalista de la Iglesia, en concomitancia con la extrema derecha internacional, se ha conjurado para que no se repita el «error» de nombrar a otro Francisco.
Todos los esfuerzos hechos durante los años del pontificado de Bergoglio confluirán en el momento clave del cónclave para que no se produzca ningún tipo de obstáculo que impida la elección de un nuevo papa afín a sus intereses. El problema que tienen, como veremos más adelante, es que no cuentan con un candidato del todo presentable y aceptable. Una personalidad con entidad propia.
Quizá puedan erosionar, pues cuentan con un gran presupuesto para hacerlo, la credibilidad de los candidatos más reformistas, pero… ¿disponen de una alternativa? Si no es así, probablemente optarán por un pontífice débil y fácilmente manipulable, con la finalidad de obligarlo a liquidar las reformas que Bergoglio haya implementado.
Sin privilegios, los enemigos se multiplican
El Sínodo de la Familia convocado por el papa Francisco en 2015 ahondó mucho más el abismo que desde hace décadas divide y sacude a la Iglesia. El pontífice argentino había hecho estallar una bomba en el frágil equilibrio de poder que había entre reformistas y conservadores. El acceso, hasta entonces prohibido, al sacramento de la comunión por parte de los divorciados y vueltos a casar, que el papa introdujo en una nota a pie de página en la exhortación apostólica Amoris Laetitia, generó una gran oleada de rechazo en los sectores más tradicionalistas.
Poco a poco, con otras disposiciones como la restricción del uso del latín en la misa, en julio de 2021, Bergoglio fue incrementando la irritación de los intransigentes. Todo eso, sumado a las declaraciones favorables a la lucha ecológica y la toma de posición sobre los homosexuales, las mujeres y los inmigrantes, ha configurado un panorama donde los enemigos del papa multiplican los agravios contra él. Entre los católicos laicos de base y los religiosos, sobre todo los obispos, se incrementa la oposición a Francisco. La reducción de los privilegios que ostentan los cardenales ha acabado de remachar el clavo. Dentro y fuera del Vaticano, los contrarios más activos al pontífice saben que no están solos, sino que cuentan con una legión dispuesta a ponerse a su lado en cada una de las batallas que decidan iniciar.
En el segundo semestre de 2022 se intensificó en el Vaticano una práctica que viene siendo habitual desde la llegada de Francisco al pontificado: la llamada «guerra de dosieres». Lanzar basura sobre Bergoglio y los reformistas que lo apoyan era el objetivo, y la base, falsedades, medias verdades y manipulaciones diversas. ¡Todo vale! Ya lo decíamos al principio: se ha abierto la veda para la caza mayor, que no se cerrará hasta que el pontífice deseado por el sector más reaccionario sea proclamado como nuevo jefe de la Iglesia católica. En resumen, el movimiento de difundir dosieres que hemos comentado antes era solo un ensayo, el aperitivo de lo que pasará cuando realmente se convoque un cónclave para elegir al sucesor de Francisco. La estrategia de guerra sucia diseñada con meticulosidad y sin escatimar recursos está en marcha; todo parece controlado desde un centro de operaciones situado a más de siete mil trescientos kilómetros de Roma, en Estados Unidos.
Después del último consistorio, en agosto de 2022, el Colegio Cardenalicio cuenta con ciento treinta y dos electores purpurados, es decir, que tienen menos de ochenta años y por tanto pueden entrar a la capilla Sixtina para elegir a un nuevo pontífice. Ochenta y tres, es decir, un 63 %, han sido nombrados por Francisco; treinta y ocho por Benedicto XVI, y aún quedan once que fueron nombrados por Juan Pablo II.
Sobre el papel, esto concede una gran ventaja para que el argentino pueda lograr que su sucesor siga su línea, pero no todo está tan claro como parece a simple vista. En primer término, no todos los nombrados por Francisco son reformistas o se muestran fieles a él. En segundo lugar, si esta mayoría se produjese y se viera una tendencia clara que pudiese conducir a la victoria de los partidarios más progresistas, ya hay quien está dispuesto a manipular el cónclave.
Cuando decimos que no todos los nombrados por Bergoglio forman un grupo compacto a favor de un nuevo papa continuista en la línea de las reformas del pontífice, nos referimos a esto: «Muchos de los cardenales que deben al santo padre Francisco su nombramiento como purpurados lo han abandonado. Algunos están en desacuerdo con su actuación a favor de los inmigrantes, de los derechos que él quiere para los homosexuales o las mujeres, y se muestran críticos con el papel que defiende en la lucha contra el cambio climático.
Le censuran que, como dicen ellos, quiera convertir la Iglesia en una ONG, que hable poco de doctrina. Otros, sobre todo los cardenales que trabajan en la curia, no han visto con buenos ojos que les retire privilegios. Quieren seguir siendo príncipes de la Iglesia, y no entienden por qué Bergoglio los critica por vivir en grandes palacios o lujosos apartamentos, o por tener el poder de invertir en el oscuro mundo financiero, ni aceptan que los desacrediten por dedicarse a una vida mundana en la cual predomina la ambición y la hipocresía». Quien así me habla es un monseñor que ejerce su vocación con entrega y austeridad. Un gran admirador de Francisco, que siempre afirma que le recuerda a Juan XXIII. Trabaja en una congregación (ahora ya se llama dicasterio) dentro del Vaticano, y actúa siempre con discreción y procurando no llamar la atención. Prefiere ser cauteloso por convicción y también, por qué no decirlo, por un espíritu de supervivencia muy recomendable cuando uno es consciente de estar rodeado de gente con un concepto moral y unas actuaciones poco ejemplares. Un sistema de vida que considera que es, desde luego, muy cuestionable para un cristiano.
Efectivamente, hasta la llegada del papa Francisco, había cardenales y altos cargos de la curia que tenían organizado un buen negocio abriendo cuentas con dinero de procedencia desconocida en la Banca Vaticana. Eso ya no es posible. La vieja práctica era muy sencilla. Llegaba alguien a contactar con un purpurado y le llevaba una maleta llena de billetes que sumaban millones de euros. El receptor se quedaba algunos fajos como comisión, y abría una cuenta en el IOR, el banco de la Santa Sede. Ese dinero, muchas veces procedente de la mafia y el crimen organizado, quedaba reciclado. El Vaticano era un paraíso fiscal con un buen número de beneficiarios entre los altos cargos de la Iglesia. Se llenaban los bolsillos sin ningún esfuerzo. También algunos invertían en negocios y productos financieros poco éticos, moralmente reprobables y contrarios a los principios cristianos.
Todo este sector no ha apreciado tampoco demasiado el recorte en los salarios que Francisco ha impuesto a los funcionarios y altos cargos de la Santa Sede.
* Traducción de Ana Herrera. Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial. Vicens Lozano es periodista e historiador, especialista en Italia y el Vaticano. Ha sido redactor de la sección de Internacional de TV3 de 1984 a 2019. Ha cubierto acontecimientos de gran alcance comunicativo e histórico, como los macrojuicios a la mafia de 1986, la independencia de las repúblicas Bálticas de 1991, la guerra de los Balcanes y el tsunami asiático de 2004.