Nos podríamos preguntar: ¿Ahora qué tengo que hacer? ¿Cuál podría ser mi lugar en este futuro y cómo hago para hacerlo posible? Dos palabras me vienen a la mente: descentrarse y trascender.
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Mirá en qué cosas estás centrado y descentrate. La tarea es abrir puertas, abrir ventanas, ir más allá. Recordá lo que dije al principio sobre el riesgo de quedarnos atrincherados en las mismas formas de pensar y actuar. Lo que tenemos que evitar es la tentación de girar sobre nosotros mismos.
Una crisis te obliga a moverte, pero podés moverte sin ir a ninguna parte. En la cuarentena, muchos de nosotros salimos de casa o del departamento para comprar lo esencial o para dar una vuelta a la manzana y estirar las piernas. Pero después volvimos al mismo lugar donde estábamos, como un turista que visita el mar o las montañas durante una semana para descansar, pero después vuelve a su asfixiante rutina. Se movió, pero hacia los costados, y termina por volver al mismo punto de partida.
En oposición a esto me gusta la imagen del peregrino, aquel que se descentra y así puede trascender. Sale de sí mismo, se abre a un nuevo horizonte, y cuando vuelve a casa ya no es el mismo, por lo tanto, su casa ya no será la misma. Es tiempo de peregrinación.
Hay un tipo de caminar hacia delante, que es acaracolarse, como el mito griego del laberinto en el que entra Teseo. El laberinto no tiene que ser un espacio físico donde damos vueltas y vueltas; se puede crear un laberinto en nuestras mentes. Jorge Luis Borges tiene un cuento, «El jardín de los senderos que se bifurcan», sobre una novela en que varios futuros y resultados son posibles. Cada uno te lleva al siguiente, donde nada se resuelve porque ninguna posibilidad excluye la otra. Es una pesadilla porque no existe la posibilidad real de una salida. Del laberinto solo se sale de dos modos: hacia arriba, descentrándote y trascendiendo, o dejándote conducir por el hilo de Ariadna.
Hoy el mundo está en un laberinto y estamos dando vueltas intentando que no nos devoren muchos «minotauros»; o estamos avanzando, pero por senderos bifurcados de posibilidades infinitas que nunca nos llevan a donde necesitamos estar. El laberinto puede ser también nuestra suposición de que la vida volverá a la «normalidad». Podría reflejar nuestro egoísmo, nuestro individualismo, nuestra ceguera, nuestro querer que las cosas vuelvan a ser como eran, ignorando que antes tampoco estábamos bien.
En el mito griego, Ariadna le da a Teseo un ovillo con hilo para poder salir. El ovillo que se nos ha dado es nuestra creatividad para superar la lógica del laberinto, para descentrarnos y trascender. El regalo de Ariadna es el espíritu que nos llama a salir de nosotros mismos, el «tirón del hilo» del que hablaba G. K. Chesterton en la serie de historias del padre Brown. Son los otros, los demás, quienes como Ariadna nos ayudan a encontrar salidas y a dar lo mejor de nosotros mismos.
Lo peor que nos puede pasar es quedar mirándonos al espejo, mareados de tanto dar vueltas sin salida. Para salir del laberinto es necesario dejar la cultura «selfi» para ir al encuentro de los demás: mirar los ojos, los rostros, las manos y las necesidades de aquellos que nos rodean y así también poder descubrir nuestros rostros, nuestras manos llenas de posibilidades.
Una vez que sentimos ese «tirón del hilo», hay muchas maneras de salir del laberinto que tienen en común entender que nos pertenecemos mutuamente, que somos parte de un pueblo y que nuestro destino está entrelazado con un destino común. «Seguramente, los acontecimientos decisivos de la historia del mundo fueron esencialmente influenciados por almas sobre las cuales nada dicen los libros de historia», escribe Edith Stein (santa Teresa Benedicta de la Cruz). «Y cuáles sean las almas a las que hemos de agradecer los acontecimientos decisivos de nuestra vida personal, es algo que solo sabremos el día en que todo lo oculto será revelado.» Pero son almas capaces de pegar un tirón en el hilo.
Dejate tironear, dejate alterar, dejate cuestionar. Quizá sea por medio de algo que leíste en estas páginas, quizá sea por un grupo de personas que oíste hablar en las noticias o que conocés de tu barrio, cuya historia te conmovió. Quizá sea una residencia de ancianos, un centro para refugiados o un proyecto de regeneración ecológica lo que te está llamando. O quizá sean personas más cerca de casa las que te necesitan.
Cuando sientas el tirón, pará y rezá. Leé el Evangelio, si sos cristiano. O creá un espacio dentro tuyo para escuchar. Abrite..., descentrate..., trascendé. Y después actuá. Hacé una llamada, andá a visitar, ofrece tu servicio. Decí que no tenés la menor idea de lo que hacen, pero a lo mejor podés dar una mano. Decí que te gustaría ayudar a ser parte de un mundo distinto y que pensaste que ese podría ser un buen lugar donde empezar.
* Se publica por cortesía de Penguin Random House Grupo Editorial.