Francisco I ya no es el mismo hombre que se asomó diez años atrás en la plaza de San Pedro sin ornamentos y con una sonrisa en el rostro a pedirles a los feligreses católicos que oraran por él. Aunque el pedido se mantiene, ha sido un camino de reformas y cambios, externos e internos, que han hecho mella en la Iglesia que dirige y en su propia humanidad, pues a sus 86 años se le ve físicamente agotado y la jovialidad que lo caracterizó en su carrera misional en Argentina, y en sus primeros años de papado, se ha visto mermada por la ineludible...

Por Hugo Santiago Caro
Periodista de la sección Mundo de El Espectador. Actualmente cubre temas internacionales, con especial atención a derechos humanos, migración y política exterior.@HugoCaroJhcaro@elespectador.com
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