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Ensayo: China y Taiwán en el nuevo contexto imperialista

Con un espíritu pragmático y constructivo, China podría alcanzar la reunificación con Taiwán, pero respetando su autodeterminación política, esto es, su independencia.

Juan Gabriel Gómez Albarello * / Especial para El Espectador
22 de abril de 2025 - 06:00 p. m.
En imagen de la semana pasada, un buque taiwanés repele la incursión de una embarcación de la Guardia Costera de China cerca de las islas Kinmen. Las autoridades taiwanesas denunciaron un repunte del número de incursiones de la Guardia Costera de China en los alrededores de las islas Kinmen, en medio del recrudecimiento de las tensiones entre Taipéi y Pekín, informaron fuentes oficiales de la isla.
En imagen de la semana pasada, un buque taiwanés repele la incursión de una embarcación de la Guardia Costera de China cerca de las islas Kinmen. Las autoridades taiwanesas denunciaron un repunte del número de incursiones de la Guardia Costera de China en los alrededores de las islas Kinmen, en medio del recrudecimiento de las tensiones entre Taipéi y Pekín, informaron fuentes oficiales de la isla.
Foto: EFE - Administración de la Guardia Costera (CGA) de Taiwán
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Vladimir Putin y Donald Trump han notificado al mundo que conciben el sistema internacional en términos de esferas de influencia. Según esta concepción imperialista, cada superpotencia tiene un patio trasero del que puede disponer de acuerdo con su conveniencia, y sobre el cual nadie puede opinar ni discutir. (Recomendamos un reciente ensayo de Juan Gabriel Gómez Albarello sobre el futuro de Colombia).

El reciente libro de Alexander Dugin, la eminencia gris de Putin, La Revolución de Trump, no deja dudas al respecto. Tampoco las declaraciones de Putin en las que concede que Estados Unidos tiene un interés estratégico en Groenlandia, un pronunciamiento que puede leerse más pedestremente como “tómese esa isla y sepa que no vamos a cuestionar su invasión porque ese no es un asunto nuestro”. El mensaje también tiene una implicación muy clara: “hágale, y déjenos en paz con Ucrania pues ésta sí que es nuestro asunto y el de nadie más”.

Cabe mencionar que esta política neo-imperialista le está abriendo camino a otras ambiciones. El gobierno israelí, por ejemplo, ya es mucho más descarado en su propósito de acabar con la existencia de Palestina. Uno de sus ministros, Bezalel Smotrich, repetidamente ha mostrado un mapa del ‘Gran Israel’, que incluye al Líbano y Jordania, gran parte de Siria e Irak, así como grandes extensiones de Arabia Saudita y Egipto. Con un propósito similar, Trump ha enunciado su plan de convertir a Gaza en una “Riviera” del Medio Oriente, echando de su tierra a sus pobladores.

Con respecto a Taiwán, la República Popular China tiene una posición que, en términos prácticos, equivale a la de Putin frente a Ucrania y la de Trump frente a Groenlandia. Si las grandes potencias se comportan como rufianes y toman para sí lo que quieren, ¿por qué China no podría hacer lo mismo?

Sin embargo, no es esa la manera como China quiere ser vista por el resto de países. A diferencia del discurso imperial de Putin y de Trump, los representantes del gobierno chino, como el ministro de relaciones exteriores Wang Yi, afirman que el mundo multipolar lo conciben en términos de “derechos iguales, oportunidades iguales y reglas iguales para todas las naciones.” Falta ver si esa idea de igualdad la quisieran ver realizada en una reforma al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que elimine el privilegio de cinco potencias de tener un asiento permanente y derecho de veto.

Para comprender la posición china, es preciso tomar en cuenta su singular trayectoria histórica. A finales del siglo diecinueve, las potencias occidentales aceleraron su expansión colonialista y, para evitar desgastantes conflictos entre ellas, se pusieron de acuerdo en varios repartos: el primero, el de África, que fue objeto de una conferencia internacional en Berlín en 1884; el segundo, el de China, en el que hubo un entendimiento tácito acerca de arrancarle aquí y allá concesiones de todo tipo a un imperio decadente.

Este trasfondo histórico es fundamental para entender la posición de China en muchos foros internacionales. A tono con la ideología marxista y, consiguientemente, con un fuerte sentimiento anticolonialista, China ha defendido el derecho a la autodeterminación de los pueblos contra la injerencia de potencias extranjeras. Por tanto, no es desde una posición abiertamente imperialista que China se aproxima a Taiwán.

China considera que el caso de Taiwán es muy diferente al de Ucrania y no ahorraría palabras para afirmar que no tiene nada que ver con el de Groenlandia. La gran potencia asiática sostiene que le asisten razones históricas para actuar contra un país que califica de “provincia rebelde”. Lo de “provincia rebelde” es, sin embargo, un claro caso de abuso de las palabras. Taiwán nunca ha hecho parte de la República Popular China. Tampoco ha hecho parte de China desde tiempos inmemoriales. Por esta razón, no hay base alguna afirmar que Taiwán ‘siempre’ ha hecho parte de China.

Taiwán fue ocupada por el régimen imperial chino a finales del siglo diecisiete, pero nunca tuvo control de toda la isla. En las postrimerías del siglo diecinueve, luego de que el imperio chino perdiera una guerra con Japón, este país tomó la soberanía de la isla. En 1943, en la Conferencia de El Cairo, Chiang Kai-shek persuadió a Franklin Delano Roosevelt y a Winston Churchill de incluir en la declaración final que Taiwán era parte de China. Por ello, al final de la Segunda Guerra Mundial, Taiwán volvió a ser incorporada en el régimen fundado por Sun Yat-sen. Luego de ser derrotadas por las fuerzas comunistas de Mao Zedong en el continente, las fuerzas nacionalistas de Chiang Kai-shek se replegaron en Taiwán. Esta es la razón por la cual la isla conserva el nombre de República de China. De buena gana se lo cambiaría a Taiwán, pero para la República Popular China esto sería una declaración de guerra, por lo cual la dirigencia taiwanesa, así como la mayoría del pueblo taiwanés, ha preferido mantener el statu quo.

Es muy importante tomar en cuenta que la posición de la dirigencia comunista china hacia Taiwán no ha sido siempre la misma. En los años 1930s, la dirigencia comunista adoptó lo que podría denominarse el concepto moderno de las nacionalidades, basado en la experiencia de la Revolución Francesa. Se trata de un concepto que fue sistematizado por Ernest Renan en su famosa conferencia ¿Qué es una nación?

De acuerdo con este concepto, ni la raza, ni la lengua, ni la religión, ni la geografía, ni la mera comunidad de intereses económicos sirven de base a la nación. Ésta es el resultado de experiencias históricas compartidas, aunadas a la voluntad continua de renovar el legado del pasado en un propósito común. De ahí su conocida fórmula de que la nación es un plebiscito que tiene lugar todos los días. Por tanto, es la voluntad del pueblo de cada región el criterio relevante para determinar si hace parte o no de la nación.

Este concepto fue el que inspiró el artículo 14 de la primera constitución comunista que tuvo China, la de 1931. Ese artículo establecía lo siguiente: “El Gobierno Soviético de China reconoce el derecho a la autodeterminación de las minorías nacionales en China, su derecho a la completa separación de China y a la formación de un estado independiente para cada minoría nacional. Todos los mongoles, tibetanos, miao, yao, coreanos y otros que viven en el territorio de China gozarán del pleno derecho a la autodeterminación, es decir, podrán unirse al Estado Soviético chino o separarse de él y formar su propio estado, según prefieran.”

En 1936, en la entrevista que Edgar Snow le hizo a Mao Zedong, éste le dijo, “(…) cuando hayamos restablecido la independencia de los territorios perdidos de China, y si los coreanos desean liberarse de las cadenas del imperialismo japonés, les brindaremos nuestro apoyo entusiasta en su lucha por la independencia. Lo mismo aplica para Formosa [el nombre dado por los portugueses a Taiwán]”.

Como lo mencioné anteriormente, los comunistas chinos cambiaron de posición luego de la Conferencia de El Cairo. Desde entonces, han adoptado el concepto dinástico e imperial de nación de acuerdo con el cual las fronteras del Estado se fijan sin tomar en cuenta la voluntad de la población que habita el territorio.

Esta actitud es cuestionable no sólo porque reedita un concepto anticuado de nación. Es cuestionable también porque muestra un gran desprecio por las obligaciones internacionales que la República Popular China asumió al aprobar y ratificar el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales. En efecto, su artículo primero señala que todos los pueblos tienen el derecho de libre determinación y, en consonancia con este principio, “establecen libremente su condición política.”

No hay que darle muchas vueltas al asunto para darse cuenta que la condición política que ha establecido Taiwán es el de una democracia independiente. En efecto, de acuerdo con el índice construido por el semanario británico The Economist, Taiwán hace parte del selecto grupo de veinticinco democracias plenas que hay en el mundo. La República Popular China, por el contrario, es clasificada como un régimen autoritario.

Taiwán también tiene una trayectoria histórica que la diferencia de China. No sufrió la miseria y el terror que causaron las desastrosas políticas de Mao del llamado ‘Gran Salto Adelante’ y la infame ‘Revolución Cultural’. Experimentó, eso sí, una violenta represión durante el tiempo en el cual Chiang Kai-shek gobernó la isla. En lugar de negar el pasado, los taiwaneses lo rememoran de varias maneras: hicieron del lugar de detención y tortura de los disidentes un museo de derechos humanos, y dedicaron un parque, muy cercano a la sede del gobierno, al recuerdo del evento más desgarrador de su historia: el asesinato de treinta mil civiles en 1947 luego de que protestaran contra la opresión y la corrupción por parte de los chinos continentales. Ese parque está dedicado, además, a la paz y la reconciliación.

En términos de los criterios propuestos por Renan, aunque comparta la misma lengua y la mayoría taiwanesa pertenezca a la misma etnia que la mayoría china, Taiwán es una nación diferente. Así lo piensan las dos terceras partes de la población taiwanesa, que no se identifica como china. En los términos del derecho internacional, aceptado por la misma República Popular China, Taiwán tiene derecho a su propia condición política, la que ha establecido como democracia independiente desde mediados de la década de 1990.

Es una pena que por ignorancia o por interés muchas personas guarden silencio frente a los representantes del gobierno chino que afirman, con mucha contundencia, que Taiwán es un asunto interno de China y de nadie más. Estando de por medio la posibilidad de una tercera guerra mundial, que se desencadenaría en el momento en el cual la República Popular China quisiera tomarse por la fuerza a Taiwán, la condición política de esta isla es de interés general.

China quiere lograr la unificación con Taiwán. Podría hacerlo sobre la base de respetar su autodeterminación política, esto es, su independencia. Con una imaginación audaz, las partes concernidas podrían encontrar una fórmula que evite la guerra y consolide la paz. En la actualidad, recursos muy valiosos son desperdiciados en una carrera armamentista, cuando podrían ser dedicados a propósitos más nobles como la lucha contra el cambio climático.

En contraste con la ceguera ideológica y las ansias de poder de Mao Zedong, el líder Deng Xiaoping encarnó el espíritu pragmático y constructivo de China. Ojalá ese espíritu ilumine a la dirigencia china para que encuentre una solución distinta a la de la reedición de una política imperial hacia Taiwán.

* Abogado y Ph D en ciencia política. Profesor Asociado del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia.

Por Juan Gabriel Gómez Albarello * / Especial para El Espectador

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