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A comienzos de 2015, el nobel de literatura francés Jean-Marie Gustave Le Clézio habló con El Espectador a raíz del atentado terrorista contra el semanario parisino Charlie Hebdo. Su respuesta central fue lo que publicó esa semana en el suplemento literario del diario Le Monde: “Carta a mi hija, el día después del 11 de enero de 2015”.
Ella participó en la gran manifestación en las calles de París contra los ataques terroristas. Se alegró mucho de que estuviera presente en las filas de los que marcharon contra la delincuencia y el azar de la violencia de los fanáticos. Le Clézio hubiera querido caminar a su lado, “pero yo estaba lejos y, francamente, me siento un poco viejo para participar en un movimiento donde hay tantos”.
En la carta cuenta que ella volvió entusiasmada con la “sinceridad y la determinación de los manifestantes”, junto a los familiares de los 12 asesinados en Charlie Hebdo, jóvenes y viejos, miles y miles de indignados por los “ataques cobardes”. Un millón y medio, sólo en París. “Fue un momento importante en la historia de todo el pueblo francés”. Para el escritor, la imagen que resume la reacción ciudadana es la de un niño africano que contemplaba todo mirando hacia abajo desde un balcón, a pesar de que la barandilla era más alta que él. Contra lo que creían “los intelectuales desilusionados y pesimistas”, se condenó la apatía. “Este día hará retroceder el fantasma de la discordia que amenaza nuestra sociedad diversa”. “Durante este instante milagroso, las barreras de clase y orígenes, diferencias de creencias, los muros que separan a los seres humanos ya no existían”.
¿Qué le dejaron estas jornadas al pensador que cambió su visión del mundo cuando descubrió la cultura maya y luego la embera en la frontera entre Panamá y Colombia? La lección de coraje de esas personas y de su hija, de caminar desarmados por las calles parisinas, a pesar de que había amenazas de más atentados y miedo. “El riesgo de un ataque era real, pero había razón para desafiar el peligro”. Como en su novela El pez dorado, como la niña raptada, “el miedo se deslizaba dentro de mí como una serpiente fría, ni siquiera me atrevía a respirar. Durante mucho tiempo me dio miedo la calle”.
Remata la carta diciendo que le ratifican el milagro del tiempo y la memoria, porque sólo eventos de esta magnitud reúnen a tantas personas de tan diversos orígenes, culturas y creencias para hacer historia. Las imágenes que le llegaron se le grabaron en la memoria. Más intensos fueron los sucesos “a los ojos del niño que viste en el balcón… los recordará toda su vida”.
Según él, los jóvenes de hoy deben entender que esto sucedió y que fueron testigos, porque la generación de él no supo “prevenir los crímenes de odio y sectarismo”. En cambio, la actual y las futuras deben actuar para que el mundo en el que sigan viviendo sea mejor. ¿Cómo? Con respeto e inclusión cultural. “He oído decir que esto es una guerra. Sin duda, el espíritu del mal está presente en todas partes”, pero él invita a “una guerra contra la injusticia, contra el abandono de algunos jóvenes, contra el olvido… compartiendo los beneficios de la cultura y las posibilidades de éxito social”.
El nobel de literatura llama en su carta a acercarse a la condición humana de los terroristas: “Tres asesinos, nacidos y criados en Francia, horrorizaron al mundo por la barbarie del crimen”. Sí. Pero advierte que “no son bárbaros”, sino personas del común con las que uno se puede encontrar en cualquier momento, en la escuela, en la vida cotidiana. “En algún momento de sus vidas, se han cambiado a la delincuencia… porque la vida que les rodea no les ofreció nada más que un mundo cerrado en el que no tienen el lugar que ellos creían”. Le Clézio cree que ahí se enciende “el primer aliento de la venganza”, luego se funde a la religión, que en este caso es “alienación”.
En el cierre de su escrito, el novelista advierte que si cada habitante del planeta no se concientiza y esta ola de protesta mundial se detiene “no va a cambiar nada”. Y pide a Francia ser un solo pueblo: “Debemos romper los guetos, dejar las puertas abiertas, dar a cada habitante de este país una oportunidad, escuchar su voz, aprender de él tanto como él aprende de los demás… Debemos superar la miseria de los espíritus para curar la enfermedad”.
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Otras reflexiones
En septiembre El Espectador entrevistó al sociólogo francés Gilles Lipovetsky. Cuando se le preguntó sobre cómo debía actuar Occidente frente al fundamentalismo islámico, respondió que la pacificación democrática no significaba un rechazo radical de toda forma de violencia. “No tengo una solución, no soy un estratega. Me parece que el apoyo que se le está brindando a los estados de Oriente Medio es bastante sustancial; no podríamos obtener los resultados que se han logrado sin este apoyo”. El sociólogo agregó que varios de estos países fueron golpeados por una modernización extrema y que su capacidad de asimilar estos cambios no fue fácil y generó rechazo. “Lo hemos vivido en Europa. También el nazismo y el estalinismo se pueden analizar como una respuesta a formas de individualismo extremo, y es normal que las sociedades se sientan agredidas en su identidad. Las sociedades donde germinan estos radicalismos por lo general no han conocido la democracia, y nos encontramos frente a grupos humanos donde la única fuerza que genera cohesión es el islam. También tiene lugar entonces la radicalización, pero estos movimientos nunca podrán vencer. La solución no la podemos sacar del sombrero”.
“QUE NO NOS DOMINE EL MIEDO”
En diálogo con este diario, el profesor y politólogo alemán Manfredo Koessl señaló que “el Gobierno y los jefes de la oposición coincidieron en mostrarse conmocionados y en ‘shock’, expresando su solidaridad con Francia, su gobierno y las víctimas. Estoy muy consternado por lo que pasó y expreso mi solidaridad con las víctimas, pero no hay que permitir que nos domine el miedo. Por otro lado, debemos seguir oponiéndonos a las actitudes xenófobas. En especial porque desde los sectores más conservadores se oponen agresivamente a otorgar el asilo a los cientos de miles de refugiados que están ingresando a Europa y Alemania, bajo la excusa de que así ingresan infiltrados del Estado Islámico”.