Si Donald Trump no es católico y sus posiciones estaban en orillas opuestas a las del papa, ¿por qué terminará siendo uno de los protagonistas del funeral de Francisco? Poco antes de enfermar, en febrero de 2025, el pontífice decidió hablar con franqueza frente al gobierno trumpista. En una carta arremetió contra su política de deportación masiva y la demonización de los migrantes: “Lo que se construye con base en la fuerza y no a partir de la verdad sobre la igual dignidad de todo ser humano, mal comienza y mal terminará”, reflexionó.
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Francisco se había convertido en la voz solitaria que buscaban los críticos de Trump: una que alertaba sobre los peligros de la desinformación, las medias verdades, la desigualdad y el autoritarismo. Un grito solitario, a decir verdad.
La reacción de Trump, tras la muerte del papa, lo demuestra. En medio de la tradicional fiesta del “Easter Egg Roll”, el mandatario estadounidense se limitó a decir: “Era un buen hombre”, mientras posaba junto a un conejo gigante. Al preguntarle si asistiría al funeral respondió: “Veremos si hay tiempo”. Se refería a su agenda del sábado, que según él estaba ocupada. No mintió, estaba programado para jugar golf en uno de sus condominios.
Lo que sucedió después fue articulado por su vicepresidente, J. D. Vance, y el secretario de Estado, Marco Rubio. Vance se convirtió al catolicismo en 2019, cuando tenía 35 años, y fue el último político en reunirse con el papa antes de su muerte. Rubio, que nunca ha ocultado su fe, asiste a misa cada domingo, bautizó a sus hijos y se casó en una iglesia católica de Florida con una colombiana de profundas tradiciones religiosas.
Según “The Wall Street Journal”, luego de las declaraciones de Trump, ambos funcionarios activaron una diplomacia interna para convencerlo de asistir al funeral. Le explicaron que no podía perderse ese “paso histórico” y que, si no iba, sería uno de los pocos grandes líderes occidentales en dejar la silla vacía. No era un buen mensaje en tiempos en que el lema es “hacer a EE. UU. grande e influyente”, incluso en la Iglesia, en donde aliados de Trump quieren tener poder.
Pero hay más detrás de esa decisión. Es sabido que Trump sustenta muchas de sus decisiones en el nacionalismo cristiano, un movimiento político-religioso que lo respalda fervientemente y que busca frenar lo que llaman la “decadencia moral de Occidente”. David French, columnista de “The New York Times”, advertía que este movimiento, cada vez más poderoso, podría causar estragos en EE. UU., ya que “consideran que el país debe regirse por valores cristianos y no por la política o los derechos”. Ahí es donde saltan las alarmas.
Una línea radical de los católicos estadounidenses —a la que pertenece Vance— busca asegurarse de que el próximo papa no siga la línea de Francisco. “Corriere della Sera” menciona que Vance forma parte de una comunidad tradicionalista que asiste a misas en latín y se distancia de las enseñanzas sociales y ambientales del fallecido pontífice. Se hacen llamar “cristianos agustinianos”, en referencia a San Agustín. Son una comunidad poderosa, millonaria, con gran influencia en universidades y, ahora, en el gobierno de Trump. Su intención es influir en el cónclave, y Trump es su ficha más segura para pescar en río revuelto durante el funeral.
¿Pero qué tienen que ver con un rito católico? Mucho. Nada hay más político que el funeral de un papa. El movimiento que representará Trump el sábado es diverso: incluye sectores del catolicismo (el ala radical que siempre se rebeló contra Francisco, encabezada por los obispos Joseph Strickland y Raymond Burke), protestantes y pentecostales. Aunque diferentes entre sí, comparten una creencia: EE. UU. se ha alejado de Dios y debe volver al redil.
Están en un momento cumbre, con un presidente que los escucha, y no piensan desaprovecharlo. Quieren pescar en río revuelto en el Vaticano. Stephen White, director de investigaciones del Catholic Project, citado por “The Wall Street Journal”, revela que la Iglesia estadounidense vive un cisma (no oficial), pues el 80 % de los sacerdotes ordenados en los últimos cinco años se declaran “conservadores-tradicionalistas”, es decir, más conservadores que Francisco. Ellos buscan influir en el cónclave. El plan comenzará el sábado.
El diario italiano “Corriere della Sera” menciona que el obispo Strickland, de Texas, ha movido sus fichas para que llegue un pontífice “más decidido a defender la tradición de la fe”. Brian Burch, embajador de EE. UU. ante la Santa Sede, dirige una asociación católica de extrema derecha en Wisconsin y tampoco quiere que la Iglesia siga el camino trazado por Francisco. Él también estará en el funeral, al lado de Trump. EE. UU. tiene peso en el cónclave: es la cuarta nación con más fieles católicos y posee una gran capacidad económica. De hecho, es el principal apoyo financiero del Vaticano, y esos fondos son de los pocos que no ha congelado la Casa Blanca.
Otras movidas políticas provendrán de líderes que, al enterarse de que Trump asistirá, pidieron audiencia. “Me gustaría reunirme con Donald Trump en el Vaticano esta semana”, dijo el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski. Vladimir Putin, por su parte, declinó asistir, ya que para llegar a Italia tendría que sobrevolar varios Estados europeos donde está sujeto a sanciones, y correría el riesgo de ser detenido por la orden emitida por la Corte Penal Internacional. Giorgia Meloni también espera reunirse con el estadounidense, al igual que varios líderes europeos que ya pidieron audiencia después de la misa en San Pedro.
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