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Veinte años después de la caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, el panorama actual en la Alemania reunificada es mixto. Si bien pocos desean un regreso al sistema socialista de la antigua República Democrática Alemana (RDA o Alemania Oriental), también es cierto que el camino hacía una verdadera unificación del país se presenta como incompleto.
La unificación formal, que culminó con la adopción de la Ley Básica por parte de la RDA, el 3 de octubre de 1990, se contrapone a una unificación interna que aún no ha sido del todo posible: la brecha económica entre Este y Oeste es aún notoria, con el amplío índice de desempleo como ejemplo, así como el difícil problema del manejo de la memoria histórica. Estos fueron a grandes rasgos, los cambios políticos y económicos que Alemania ha sentido en los últimos 20 años. La caída del muro fue el primer paso en un corto proceso de reunificación.
La adhesión formal de Alemania Oriental a Alemania Occidental (la República Federal o RFA) significó que el modelo institucional del Occidente fue trasladado de modo general al Oriente. En este sentido, no hubo un debate público donde existiera la opción de una “tercera vía” política, sino que lo que ocurrió fue una indiscutida adopción de un sistema, que había probado su éxito frente al fallido modelo socialista de la RDA. Lo anterior significa que hoy día, muchos alemanes orientales se sienten ciudadanos de “segunda clase”: la acelerada transformación económica llevó a un índice elevado de desempleo, rechazo de títulos profesionales orientales y a un sentimiento general de dislocación material y emocional.
Quizá el mayor legado de la RDA no sea entonces la figura de la canciller Ángela Merkel, sino la formación de una alternativa política de izquierda, el Partido de la Izquierda (Die Linke), cuya historia se remonta al antiguo partido comunista de Alemania Oriental y que recibió un impulso electoral considerable en las últimas elecciones en septiembre de este año, alcanzando un 12% de los votos para el parlamento alemán (Bundestag). Su caudal electoral está formado por alemanes —en los dos lados de la antigua frontera— descontentos con las reformas económicas y la política exterior “militarista” de los gobiernos de Gerhard Schröder y Ángela Merkel en los últimos 10 años.
En política exterior, Alemania ha continuado su tradición multilateral de posguerra, como uno de los principales miembros de la Unión Europea y de la OTAN. Sin embargo, han aumentado las quejas en la arena doméstica del supuesto militarismo en política exterior, debido a la presencia del ejército alemán en Afganistán como parte de una coalición de la OTAN. Esto, así como la participación alemana en la intervención militar en Kosovo en 1999, marca a su vez una diferencia con la tradición pacifista de Alemania Occidental, donde los conflictos se manejaban y solucionaban a través de la chequera y el poder económico.
Económicamente, la diferencia entre las dos regiones es aún muy evidente. La falta de competitividad de la industria oriental, a pesar de las sustanciales transferencias financieras del Occidente, y el acelerado proceso de privatización han llevado a un desempleo del 20% en el Oriente y a la migración hacia el Occidente de mano de obra calificada, así como a la desindustrialización de muchos áreas de la antigua RDA.
Al estar ligados los salarios con el aumento de la productividad local, se ha visto negativamente afectado el poder adquisitivo oriental y por tanto la profundización del complejo de inferioridad de los ex ciudadanos de la RDA. No obstante, de forma contraintuitiva, Alemania oriental está mejor preparada para enfrentar los desafíos de la globalización económica. La transformación radical de su economía después de 1990, una calidad alta de la mano de obra, salarios relativamente bajos y una infraestructura ultramoderna son elementos claves para lograr y mantener la competitividad económica en el siglo XXI.
Veinte años es poco tiempo, en términos historiográficos. Por consiguiente, es apenas lógico que Alemania hoy día no presente un panorama uniforme. Pero en 20 años algo queda claro: el legado de la RDA se va desvaneciendo gradualmente, llevando a distorsiones benignas y malignas de su historia. Una verdadera unificación debe empezar por un proceso honesto que permita recordar y comprender el pasado lejano y cercano —un tema que es eterno para los intelectuales alemanes—. Comprender lo que fue la RDA y lo que significa para la Alemania unida es tan importante como el análisis honesto de los errores cometidos durante el proceso de la reunificación a partir de 1990.
* Ralf J. Leiteritz es catedrático alemán y Nicolás Mejía R., profesor de Ciencia Política