Una edición de la obra de teatro Boris Godunov y otra del poema Ruslán y Liudmila, ambos escritos por Pushkin en el siglo XIX, figuran entre el grupo de seis libros que fueron robados en 2023 de la Biblioteca Nacional de Países Bajos. También en ese año, dos hombres asaltaron la biblioteca universitaria de Ginebra y se llevaron cuatro primeras ediciones de ese mismo autor.
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En 2024, nueve georgianos fueron arrestados por presuntamente hacer parte de una banda que se robó al menos 170 obras de autores rusos. Los hechos, que también han involucrado obras de Gogol, se registraron en al menos nueve países europeos, en el mismo período de tiempo en el que ha transcurrido la guerra de Ucrania.
Los hurtos ocurrieron en República Checa, Estonia, Finlandia, Francia, Alemania, Letonia, Lituania, Polonia y Suiza, y los cálculos apuntan a que el valor de los libros perdidos puede ser de 2,5 millones de euros, aunque muchos alegan que el impacto cultural por la pérdida de esos ejemplares no tiene precio alguno.
La Europol afirmó en un comunicado que “algunas de estas obras históricas fueron vendidas en subastas en Moscú y San Petersburgo, de modo que son irrecuperables”. La directora de la Biblioteca Nacional neerlandesa, Wilma van Wezenbeek, agregó, por su parte, que “el patrimonio cultural es de todos y no solo deben actuar las instituciones. Él resiste cuando también lo cuidan los usuarios y los amantes”.
Esto parece tener un toque de intereses económicos, pero también geopolíticos. Hieronim Grala, exdiplomático, experto en política rusa y profesor de la Universidad de Varsovia, declaró ante la agencia AFP que el robo de esos libros fue como “arrancar las joyas de la corona”.
Ulrich Schmid, profesor de Estudios de Europa del Este en la Universidad de St. Gallen, le comentó a la televisión suiza que los libros no solo fueron robados para obtener ganancias: “En la Rusia de Putin, Pushkin es visto como un símbolo del imperialismo ruso. No se puede descartar que los oligarcas intenten usar estos libros para posicionarse como figuras culturales en un nuevo clima patriótico”.
La polémica alrededor de Pushkin
Este novelista y poeta es para Rusia lo que William Shakespeare es para los ingleses. André Markovicz, que ha traducido sus obras al francés, se lo dijo en estas palabras a The New York Times: “En Rusia, durante los últimos 200 años, no ha habido cuatro elementos en la naturaleza, sino cinco, y el quinto es Pushkin. Él es reflejo de todas las épocas”.
Sebastián Aldana, librero en La Dacha, un recinto en Bogotá dedicado a la literatura rusa y de Europa del este, lo definió como el origen de la época de oro, alguien que, a diferencia de Dostoyevski, Chéjov y Tolstói, tiene una connotación más local, con un culto a su biografía y legado particular.
Su figura ha sido utilizada en varios momentos de la historia por distintos líderes para asociarla con sus visiones políticas, desde los zares, que expandieron el Imperio ruso en el siglo XIX, hasta Stalin, quien llevó a cabo celebraciones a lo largo y ancho de la Unión Soviética por el aniversario número 100 de su muerte mientras que, a la vez, enviaba intelectuales a los gulags. Vladímir Putin no se ha quedado atrás en ello, pues lo ha citado en sus discursos y ha inaugurado varios monumentos en su honor.
En paralelo y en medio de la invasión a gran escala, Ucrania ha desmantelado más de 30 estatuas del poeta, considerado por algunos como símbolo del imperio zarista. Un estudio publicado hace cinco años reveló que 594 calles de Ucrania llevaban el nombre del poeta, lo que lo convirtió en la tercera figura histórica más representada en el paisaje urbano del país, detrás del poeta nacional ucraniano, Taras Shevchenko, y de Yuri Gagarin.
“Erigir un monumento a Pushkin siempre ha significado marcar territorio para los rusos”, le dijo a The Guardian el escritor ucraniano Oleksandr Mykhed. Donde hay un monumento, un busto o un parque con el nombre suyo, se está diciendo: “Esto es nuestro”.
Esa asociación de Pushkin a las ideas imperialistas del gobierno ruso de hoy resulta problemática para algunos, e incluso cae en una instrumentalización suya. Basta con recordar que, en vida, el autor fue amigo de unos decembristas, los revolucionarios que quisieron limitar el poder absoluto del zar, algunos de los cuales fueron ejecutados y exiliados por abogar por una monarquía constitucional y la eliminación de la servidumbre.
El autor defendió los derechos individuales, así como el derecho a la libertad y a tener un espacio privado, además de luchar contra la censura. En uno de sus poemas expresó: “No hay felicidad en este mundo, solo paz y libertad”. Además, el zar Nicolás I lo acusó de “manifestar opiniones escépticas frente a la fe”, y lo envió al exilio a Pskov.
Antes de eso le fue confiscada una carta en la que hablaba del dramaturgo inglés: “Cuando leo a Shakespeare y a la Biblia, el Espíritu Santo entra en mi corazón. Pero prefiero a Shakespeare. Shakespeare es un buen filósofo, el único ateo inteligente que conozco”.
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