El domingo, el papa Francisco apareció débil, pero sonriente, ante miles de sus seguidores en el Vaticano para darles la bendición de Urbi et Orbi en la misa de Pascua. En silla de ruedas, convaleciente tras una neumonía que lo mantuvo hospitalizado 38 días, saludó por última vez desde el balcón de la basílica de San Pedro. Fue su despedida. Un día después, el Vaticano confirmó su muerte a los 88 años.
“Queridos hermanos y hermanas, feliz Pascua”, dijo el papa, antes de que el maestro de la ceremonia procediera con la lectura de su mensaje.
El tema central fue la paz en el mundo. Ante más de 35.000 personas reunidas en la plaza, Francisco pidió un cese al fuego en Gaza, la liberación de rehenes y el auxilio urgente a una población hambrienta; se solidarizó con el pueblo ucraniano; lamentó la violencia en Sudán, Sudán del Sur, Congo, Yemen y Myanmar; y condenó el creciente antisemitismo global.
“No puede haber paz sin libertad de religión, de pensamiento, de expresión y de respeto por las opiniones ajenas”, afirmó. “Tampoco es posible la paz sin un verdadero desarme”, agregó.
“Que cese el fuego, que se liberen los rehenes y se preste ayuda a la gente que tiene hambre”, sentenció su mensaje.
Francisco fue el primer papa latinoamericano y uno de los más influyentes líderes morales de su tiempo. Crítico del capitalismo salvaje, defensor de los migrantes, cercano a los pobres y a los olvidados, murió la mañana del lunes 21 de abril a las 7:35 a.m. (hora de Roma), según confirmó el cardenal Kevin Farrell.
Durante su pontificado, buscó siempre tender puentes. En los últimos años, incluso debilitado por sus problemas respiratorios y múltiples cirugías, insistió en mantener encuentros con líderes mundiales. Se reunió cuatro veces con el presidente ucraniano Volodímir Zelenski y buscó, sin éxito, un acercamiento con el Kremlin.
Su mensaje de Pascua, además de abordar los conflictos armados, condenó la violencia dentro de los hogares, el desprecio hacia los migrantes y la falta de compasión por los más vulnerables: mujeres, niños, desplazados. “¡Qué sed de muerte y de destrucción hay en el mundo!”, exclamó en su texto.
El pontífice también hizo un llamado directo a los líderes políticos: instó a quienes tienen responsabilidades políticas a no “ceder a la lógica del miedo que aísla, sino a usar los recursos disponibles para ayudar a los necesitados”.
Sobre los migrantes, el papa Francisco fue enfático: lamentó el “desprecio” hacia los marginados y débiles que tienen que migrar y pidió por su auxilio.
“En este día, quisiera que volviéramos a tener esperanza y confianza en los demás, incluso en quienes no nos son cercanos o vienen de tierras lejanas, con costumbres, modos de vida, ideas y hábitos distintos a los nuestros. Porque todos somos hijos de Dios”, declaró.
Francisco no presidió los principales actos litúrgicos de la Semana Santa. El viernes no asistió al Vía Crucis en el Coliseo y el sábado tampoco estuvo en la vigilia pascual. Pero sí hizo una breve aparición en la basílica, rezó ante la imagen de la Virgen, saludó fieles y repartió dulces entre los niños. El domingo, tras la bendición, recorrió en el papamóvil la plaza de San Pedro, saludando bebés y familias. Fue su último gesto público.
“Aunque esté enfermo, queremos verlo”, dijo a AFP una peregrina camerunesa.
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