España, elecciones en un régimen parlamentario (Análisis)
Aquí unas pistas para entender el resultado de las elecciones españolas y sus diferencias con el presidencialismo colombiano.
Eloy García*, especial para El Espectador
No es fácil para un lector colombiano educado en el presidencialismo entender el resultado de las elecciones españolas. Y eso se debe a que en el parlamentarismo las elecciones se dirigen a reproducir los matices (sfumature en italiano) de la sociedad para desde la fotografía más fiel del pluralismo político posible propiciar luego un consenso que fundamente la estabilidad del gobierno. Para entenderlo vamos a glosar primero los resultados de España y explicar después cómo se organizan la estabilidad en un régimen parlamentario.
Cinco datos marcan las elecciones.
1. Los dos partidos históricos se mantienen sólidamente. El Partido Popular (137 diputados y 8.100.000 votos) y el PSOE (121 diputados y 7.800.000 votos) suman, entre los dos, casi dos tercios del total. Porcentaje altísimo que supone un fenómeno insólito para Francia, Italia y parcialmente para Alemania, que contemplan sorprendidas cómo en sus respectivos países los partidos tradicionales socialdemócratas, democratacristianos liberales y conservadores han colapsado y hasta desaparecido, sustituidos por agrupaciones inestables encabezadas por líderes populistas y demagogos poco fiables. Labilidad del sistema de partidos europeo, pues, frente a una sorprendente estabilidad española.
2. Los resultados de las dos fuerzas mayoritarias han sido casi siempre insuficientes para consolidar, por sí solos, una mayoría en el Parlamento (176 diputados sobre 350) susceptible de investir un presidente del Gobierno y de darle apoyo durante cuatro años de legislatura. Pero los dos grandes actores políticos, en vez de acordar entre ellos, han optado históricamente por acudir a las minorías nacionalistas para consensuar la mayoría de gobierno. Una necesidad que adquiere ahora dimensiones nuevas porque la representación nacionalista se ha acrecentado (desde una decena escasa de diputados hace cuarenta años a los treinta de ahora) y porque su reivindicación ha pasado en determinados casos del Estado regional a la independencia (lo son al menos 20 diputados vascos y catalanes). Y es aquí donde empiezan los problemas porque semejante propuesta choca directamente, además de con la unidad de España recogida como límite en la Constitución, con aquello que se llama arco constitucional, la convención que excluye del gobierno a quienes quieren servirse de la Constitución para destruirla.
3. La izquierda no socialista ha experimentado una importante rectificación en una suerte de operación fraguada tras el escenario, que ha dado a luz una nueva formación posibilista llamada Sumar que ha remplazado al viejo Podemos revolucionario, de manera que esta izquierda se ha moderado y se ha hecho constitucional. Es curioso que las dos fuerzas renovadoras surgidas del amotinamiento social desencadenado por la crisis financiera del 2008 –Pablo Iglesias y Albert Rivera– no solo no hayan sido capaces de cambiar nada en España, sino que se han desvanecido del escenario político como por ensalmo. Los jóvenes que hace quince años prometieron nuevos tiempos en la política han sido devorados por la historia como si se tratara de viejos hombres de poder.
4. Vox, el partido situado más a la derecha, ha visto reducido su apoyo en un tercio (ahora cuenta con 37 diputados y tres millones de votos). Importa advertir que el Vox español es más un movimiento de protesta política dirigido contra las concesiones a los nacionalistas, que un partido al estilo europeo forjado como reacción a la emigración foránea. No hay xenófobos en la sociedad española y tampoco existe tensión social al respecto. Y esta no sólo es otra diferencia radical con el resto de Europa, sumida en este punto en una atmósfera de guerra civil, sino la explicación del enorme auge que experimenta la vida española convertida en un portaaviones de América en Europa y de Europa en América.
5. La absurda dinámica de tensión que desde los primeros días de la democracia preside la relación entre los partidos socialista y popular hace extremadamente difícil el consenso natural entre izquierda y derecha, que en Europa habitualmente se construye desde el centro. Y que provoca una situación paradójica en la que ambos partidos se encuentran mortalmente enfrentados en una lucha por el poder contraria a lo civilizado y los deja a ambos carentes de fundamentos políticos e ideológicos que justifiquen el enfrentamiento (en el fondo ambos partidos gobiernan igual y políticamente hacen las mismas cosas). En realidad, ambos partidos se odian sin motivo porque lo único que explica la terrible inquina que mutuamente se profesan es que uno tiene lo que al otro le falta, las sinecuras del poder, el presupuesto …. lo que en Colombia se llama disponer de la mermelada.
¿Cuáles son los pasos para conformar el gobierno en el parlamentarismo español?
1 Es la Cámara baja (el Congreso) quien elige y depone al ejecutivo (el Senado no tiene esa atribución) en la persona de su presidente, que precisa de mayoría simple (más votos a favor que en contra) para resultar investido. Pero la mayoría simple no garantiza la gobernabilidad porque basta que toda la oposición se una para que las leyes, el presupuesto y las medidas del ejecutivo no resulten aprobadas. El objetivo del presidente del gobierno es que la mayoría absoluta del Congreso (176 diputados) le conceda la investidura y en un régimen parlamentario ello exige consensuar entre minorías una mayoría plural. Incluso en los grandes temas (leyes estatutarias, elección de componentes de los órganos de supremacía constitucional) la mayoría que se requiere es también reforzada. Lo que viene ahora es, pues, consensuar porque quien más logre consensuar, aunque no haya ganado directamente las elecciones, formará gobierno. Y estoy mirando al partido socialista de Pedro Sánchez, segundo en el ranking electoral tras el PP de Núñez Feijoo.
2 Un primer tanteo estará en la elección del presidente del Congreso (tercera autoridad del Estado), que desempeña un papel clave en la tramitación y aprobación de cuanto al Parlamento corresponde. Será sobre el 17 de agosto y en su nominación veremos cómo se van a comportar las minorías, deseosas muchas veces de consensuar, pero no de entregarse al candidato que votarán como presidente del Gobierno.
3 La proposición al Parlamento del candidato a presidente corresponde al Rey, que dispone de la iniciativa al respecto, hecho que se producirá a partir del 21 de agosto. Eso no quiere decir que el Rey elija libremente al candidato, sino que desde su neutralidad constitucional el monarca está obligado a presentar al que tenga más posibilidades de obtener el respaldo del parlamento, haya conseguido o no el mayor número de votos en las elecciones. En el régimen parlamentario se trata de obtener consensos y el consenso a veces lo tiene un partido minoritario. Para eso el Rey tiene que ser escrupulosamente neutral, tal y como le permite serlo el hecho de no ser elegido, de no salir de las urnas. La función del Rey aquí es garantizar la neutralidad de las instituciones, algo que no puede hacer fácilmente un presidente de la República, como el italiano. Esta es sin duda la función más importante de cuantas competen al Rey en España, garantizar que en medio de la tensión y en ocasiones del odio entre los partidos se pueda elegir como presidente a quien suscite mayor consenso en el Parlamento.
4 Si en el plazo de dos meses, a contar desde el instante en que se produce la primera votación de investidura, la construcción del consenso fracasa y no se llega a elegir presidente, ambas cámaras se disuelven y se convocan automáticamente elecciones otra vez. La pelota vuelva al pueblo, entonces, que deberá pronunciarse nuevamente, lo que significa que todo lo obrado en ese plazo puede redundar de manera negativa en los partidos y sus líderes si el cuerpo electoral les atribuye la responsabilidad en el fracaso de alcanzar el acuerdo. Y se trata de una posibilidad cierta que ya se dio en 2019, cuando Albert Rivera, en quien los comicios de mayo habían depositado la minoría clave para gobernar, resultó estrepitosamente derrotado en unas segundas elecciones de septiembre en las que se le consideró responsable de que no se hubiera podido fraguar una mayoría de gobierno y terminó desapareciendo.
Para concluir, todo indica que el bloque de minorías agrupable en torno a Pedro Sánchez –y que lo sostuvo en la anterior legislatura– podrá repetir, ya que suma más escaños que el contrario (178 frente a 172 del Partido Popular más Vox y potenciales aliados). Pero la distinta naturaleza de sus integrantes (entre los que se cuentan dos fuerzas adversarias en el País Vasco) y la circunstancia que ente ellos se cuentan fuerzas contrarias a la Constitución que aspiran a la independencia, hacen muy difícil el acuerdo y auguran meses de infarto que muy bien podrían terminar en nuevas elecciones. Y es que en un régimen parlamentario, cuando los consensos no los consiguen los elegidos, los termina imponiendo el pueblo en las urnas. Algo que resulta difícil de entender en un régimen presidencialista como el colombiano, donde todo gira en torno a la estabilidad de un presidente elegido por cuatro años.
* Eloy García es ciudadano español y colombiano por carta de naturaleza. Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Complutense de Madrid.
No es fácil para un lector colombiano educado en el presidencialismo entender el resultado de las elecciones españolas. Y eso se debe a que en el parlamentarismo las elecciones se dirigen a reproducir los matices (sfumature en italiano) de la sociedad para desde la fotografía más fiel del pluralismo político posible propiciar luego un consenso que fundamente la estabilidad del gobierno. Para entenderlo vamos a glosar primero los resultados de España y explicar después cómo se organizan la estabilidad en un régimen parlamentario.
Cinco datos marcan las elecciones.
1. Los dos partidos históricos se mantienen sólidamente. El Partido Popular (137 diputados y 8.100.000 votos) y el PSOE (121 diputados y 7.800.000 votos) suman, entre los dos, casi dos tercios del total. Porcentaje altísimo que supone un fenómeno insólito para Francia, Italia y parcialmente para Alemania, que contemplan sorprendidas cómo en sus respectivos países los partidos tradicionales socialdemócratas, democratacristianos liberales y conservadores han colapsado y hasta desaparecido, sustituidos por agrupaciones inestables encabezadas por líderes populistas y demagogos poco fiables. Labilidad del sistema de partidos europeo, pues, frente a una sorprendente estabilidad española.
2. Los resultados de las dos fuerzas mayoritarias han sido casi siempre insuficientes para consolidar, por sí solos, una mayoría en el Parlamento (176 diputados sobre 350) susceptible de investir un presidente del Gobierno y de darle apoyo durante cuatro años de legislatura. Pero los dos grandes actores políticos, en vez de acordar entre ellos, han optado históricamente por acudir a las minorías nacionalistas para consensuar la mayoría de gobierno. Una necesidad que adquiere ahora dimensiones nuevas porque la representación nacionalista se ha acrecentado (desde una decena escasa de diputados hace cuarenta años a los treinta de ahora) y porque su reivindicación ha pasado en determinados casos del Estado regional a la independencia (lo son al menos 20 diputados vascos y catalanes). Y es aquí donde empiezan los problemas porque semejante propuesta choca directamente, además de con la unidad de España recogida como límite en la Constitución, con aquello que se llama arco constitucional, la convención que excluye del gobierno a quienes quieren servirse de la Constitución para destruirla.
3. La izquierda no socialista ha experimentado una importante rectificación en una suerte de operación fraguada tras el escenario, que ha dado a luz una nueva formación posibilista llamada Sumar que ha remplazado al viejo Podemos revolucionario, de manera que esta izquierda se ha moderado y se ha hecho constitucional. Es curioso que las dos fuerzas renovadoras surgidas del amotinamiento social desencadenado por la crisis financiera del 2008 –Pablo Iglesias y Albert Rivera– no solo no hayan sido capaces de cambiar nada en España, sino que se han desvanecido del escenario político como por ensalmo. Los jóvenes que hace quince años prometieron nuevos tiempos en la política han sido devorados por la historia como si se tratara de viejos hombres de poder.
4. Vox, el partido situado más a la derecha, ha visto reducido su apoyo en un tercio (ahora cuenta con 37 diputados y tres millones de votos). Importa advertir que el Vox español es más un movimiento de protesta política dirigido contra las concesiones a los nacionalistas, que un partido al estilo europeo forjado como reacción a la emigración foránea. No hay xenófobos en la sociedad española y tampoco existe tensión social al respecto. Y esta no sólo es otra diferencia radical con el resto de Europa, sumida en este punto en una atmósfera de guerra civil, sino la explicación del enorme auge que experimenta la vida española convertida en un portaaviones de América en Europa y de Europa en América.
5. La absurda dinámica de tensión que desde los primeros días de la democracia preside la relación entre los partidos socialista y popular hace extremadamente difícil el consenso natural entre izquierda y derecha, que en Europa habitualmente se construye desde el centro. Y que provoca una situación paradójica en la que ambos partidos se encuentran mortalmente enfrentados en una lucha por el poder contraria a lo civilizado y los deja a ambos carentes de fundamentos políticos e ideológicos que justifiquen el enfrentamiento (en el fondo ambos partidos gobiernan igual y políticamente hacen las mismas cosas). En realidad, ambos partidos se odian sin motivo porque lo único que explica la terrible inquina que mutuamente se profesan es que uno tiene lo que al otro le falta, las sinecuras del poder, el presupuesto …. lo que en Colombia se llama disponer de la mermelada.
¿Cuáles son los pasos para conformar el gobierno en el parlamentarismo español?
1 Es la Cámara baja (el Congreso) quien elige y depone al ejecutivo (el Senado no tiene esa atribución) en la persona de su presidente, que precisa de mayoría simple (más votos a favor que en contra) para resultar investido. Pero la mayoría simple no garantiza la gobernabilidad porque basta que toda la oposición se una para que las leyes, el presupuesto y las medidas del ejecutivo no resulten aprobadas. El objetivo del presidente del gobierno es que la mayoría absoluta del Congreso (176 diputados) le conceda la investidura y en un régimen parlamentario ello exige consensuar entre minorías una mayoría plural. Incluso en los grandes temas (leyes estatutarias, elección de componentes de los órganos de supremacía constitucional) la mayoría que se requiere es también reforzada. Lo que viene ahora es, pues, consensuar porque quien más logre consensuar, aunque no haya ganado directamente las elecciones, formará gobierno. Y estoy mirando al partido socialista de Pedro Sánchez, segundo en el ranking electoral tras el PP de Núñez Feijoo.
2 Un primer tanteo estará en la elección del presidente del Congreso (tercera autoridad del Estado), que desempeña un papel clave en la tramitación y aprobación de cuanto al Parlamento corresponde. Será sobre el 17 de agosto y en su nominación veremos cómo se van a comportar las minorías, deseosas muchas veces de consensuar, pero no de entregarse al candidato que votarán como presidente del Gobierno.
3 La proposición al Parlamento del candidato a presidente corresponde al Rey, que dispone de la iniciativa al respecto, hecho que se producirá a partir del 21 de agosto. Eso no quiere decir que el Rey elija libremente al candidato, sino que desde su neutralidad constitucional el monarca está obligado a presentar al que tenga más posibilidades de obtener el respaldo del parlamento, haya conseguido o no el mayor número de votos en las elecciones. En el régimen parlamentario se trata de obtener consensos y el consenso a veces lo tiene un partido minoritario. Para eso el Rey tiene que ser escrupulosamente neutral, tal y como le permite serlo el hecho de no ser elegido, de no salir de las urnas. La función del Rey aquí es garantizar la neutralidad de las instituciones, algo que no puede hacer fácilmente un presidente de la República, como el italiano. Esta es sin duda la función más importante de cuantas competen al Rey en España, garantizar que en medio de la tensión y en ocasiones del odio entre los partidos se pueda elegir como presidente a quien suscite mayor consenso en el Parlamento.
4 Si en el plazo de dos meses, a contar desde el instante en que se produce la primera votación de investidura, la construcción del consenso fracasa y no se llega a elegir presidente, ambas cámaras se disuelven y se convocan automáticamente elecciones otra vez. La pelota vuelva al pueblo, entonces, que deberá pronunciarse nuevamente, lo que significa que todo lo obrado en ese plazo puede redundar de manera negativa en los partidos y sus líderes si el cuerpo electoral les atribuye la responsabilidad en el fracaso de alcanzar el acuerdo. Y se trata de una posibilidad cierta que ya se dio en 2019, cuando Albert Rivera, en quien los comicios de mayo habían depositado la minoría clave para gobernar, resultó estrepitosamente derrotado en unas segundas elecciones de septiembre en las que se le consideró responsable de que no se hubiera podido fraguar una mayoría de gobierno y terminó desapareciendo.
Para concluir, todo indica que el bloque de minorías agrupable en torno a Pedro Sánchez –y que lo sostuvo en la anterior legislatura– podrá repetir, ya que suma más escaños que el contrario (178 frente a 172 del Partido Popular más Vox y potenciales aliados). Pero la distinta naturaleza de sus integrantes (entre los que se cuentan dos fuerzas adversarias en el País Vasco) y la circunstancia que ente ellos se cuentan fuerzas contrarias a la Constitución que aspiran a la independencia, hacen muy difícil el acuerdo y auguran meses de infarto que muy bien podrían terminar en nuevas elecciones. Y es que en un régimen parlamentario, cuando los consensos no los consiguen los elegidos, los termina imponiendo el pueblo en las urnas. Algo que resulta difícil de entender en un régimen presidencialista como el colombiano, donde todo gira en torno a la estabilidad de un presidente elegido por cuatro años.
* Eloy García es ciudadano español y colombiano por carta de naturaleza. Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Complutense de Madrid.