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Francia sigue bajo amenaza

En el aniversario exacto de la masacre de “Charlie Hebdo”, un hombre armado con un cuchillo y un falso cinturón explosivo intentó atacar una comisaría.

Ricardo Abdahllah, París
08 de enero de 2016 - 03:53 a. m.

“Te lo juro, mi hermano, primero les preguntó algo a los policías que estaban parados en la puerta y luego empezó a gritar como un loco. Cuando se les acercó, le gritaron, y él primero retrocedió y luego se les mandó encima. Ahí se lo bajaron”. Así cuenta Alí, cliente de un café frente a la comisaría de la Goutte d’Or, cómo un hombre intentó cometer un atentado apenas minutos después de la hora en que se cumplía un año del ataque en el que murió la mayor parte de la redacción del semanario Charlie Hebdo.

“No fueron muchos disparos. El tipo cayó de espaldas con los brazos abiertos. Entonces cuatro policías se acercaron despacio, con las armas en la mano y en un instante brincaron, y de otro brinco volvieron a entrar a la comisaría. No salieron hasta que llegaron unas camionetas”, continúa Alí. “No se escucharon ráfagas. Sino disparos sueltos. La gente se asomó a las ventanas y empezó a gritar que por qué lo habían matado. Que no había necesidad de dispararle así. Eso hasta que unos policías en la esquina, lejos del hombre empezaron a gritar: ¡Cierren las ventanas!’. Todos hicimos eso porque se veía que ellos también estaban asustados y pensamos que había más atacantes”, comenta otra vecina.

Ninguno de los testigos con los que El Espectador pudo hablar en el lugar afirma haber escuchado gritos de “Alá es grande”, como sugerían las primeras informaciones en las redes sociales.

¿Un “falso kamikaze”?

La razón por la que los agentes saltaron asustados se conocería minutos después. El hombre que había intentado entrar por la fuerza en la comisaría tenía en el bolsillo interior de su abrigo una bolsa de plástico de la que salían varios cables. Los policías sólo lo notaron al acercarse al cuerpo para confirmar el deceso. Una inspección realizada gracias a un robot controlado a distancia, y confirmada por los miembros del grupo de desactivación de minas de la Policía, permitió establecer posteriormente que el artefacto del supuesto kamikaze no contenía explosivos.

Un agente de policía habría resultado herido por el agresor, que sería Sallah Ali, un marroquí nacido en Casablanca, de veinte años de edad y cuyos antecedentes judiciales se limitan a una acusación por hurto en grupo en 2013 en Sainte-Maxine, una población de apenas 20.000 habitantes en la Costa Azul. En esa ocasión afirmó no tener una residencia fija.

En las primeras horas después del atentado, dos personas fueron arrestadas en la zona entre los metros Chateau d’Eau y Barbès-Rochechuart, pero se trataría en principio de transeúntes que no respetaron el cerco policial y habrían sido liberados tras una requisa y la verificación de antecedentes.

Por el momento no existe confirmación oficial del rumor de un segundo atacante que habría logrado escapar, el cual circulaba a principios de la tarde entre los habitantes del barrio de la Goutte d’Or, entre las estaciones de metro de Barbès-Rochechuart y Chateau Rouge, en el que se encuentra un populoso mercado callejero de productos africanos, que no fue evacuado a pesar de que las dos escuelas del sector fueron confinadas, la cercana basílica del Sagrado Corazón cerrada al público y todas las calles vecinas militarizadas y bloqueadas por policías con armas desenfundadas.

“Yo venía llegando en el metro cuando escuché que habían atacado en Barbès y casi me pongo a llorar. ¿Cómo van a atacar a sus propios hermanos”, dice una mujer senegalesa en referencia a la población del sector, ubicado en la parte baja de la colina de Montmartre y donde confluyen la más grande población argelina de París y un gran número de inmigrantes del África subsahariana.

Según informaciones suministradas por la Policía en horas de la tarde, en los bolsillos del agresor se encontraron un teléfono con mensajes de textos escritos en árabe y alemán y una hoja de papel con la bandera del Estado Islámico dibujada de manera descuidada con marcador negro.

Por Ricardo Abdahllah, París

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