François Fillon: sediento y con el agua lejos

En su más reciente discurso en Besançon, el candidato conservador fue aplaudido y vitoreado. Parecen los consuelos finales de quien ya está por completo condenado. Fotohistoria.

juan David Torres Duarte
09 de marzo de 2017 - 11:30 p. m.
Este jueves, François Fillon dio un discurso ante sus seguidores en Besançon. / AFP
Este jueves, François Fillon dio un discurso ante sus seguidores en Besançon. / AFP

El retrato tiene las maneras de una asunción eclesiástica: los colores de la bandera francesa, entrecruzados en un resplandor difuso, detrás de un candidato que —como todos los candidatos— quiere salvar al país entero de la debacle siempre anunciada. En el centro, en el punto más resaltado de la fotografía, está François Fillon con los brazos abiertos en plena disposición para el aplauso, un aplauso de gratificación por aquellos que está recibiendo, aunque tiene también el aspecto general de un obispo que bendice a sus feligreses con el atributo sagrado que le ha sido otorgado. Su rostro pétreo está en entera contradicción con la gratitud que expresan sus manos: en un segundo, Fillon encontró la manera de declararse bondadoso y misántropo.

La postal ocurre en Besançon, una ciudad al este de Francia, en donde se reunió este jueves con sus votantes, que de seguro recuerdan la historia del político que pasó de las sombras al primer plano sin pedir autorización. En las primarias de los Republicanos, todos tenían la certeza de que Nicolás Sarkozy sería el candidato presidencial, basados en una fórmula cuya efectividad no ha sido comprobada: aquella que convierte de manera automática a un cargo alto en una persona de confianza e influencia. Sarkozy tenía años de política sobre su persona. El segundo en las posibilidades, Alain Juppé, había sido primer ministro y tenía la elegancia que atrae su título. Fillon también había ocupado ese mismo cargo, pero Sarkozy lo desautorizó en varias ocasiones. Era, entonces, considerado como un político de segunda línea.

Tras las elecciones, ejecutó su venganza sutil: dejó a Sarkozy en tercer lugar y dobló el número de votantes de Juppé. Su ascenso principió: hubo quien lo declaró de entrada como el presidente de un país que necesita, hoy y siempre y como todos los países del mundo, por las razones que sean, un salvador en tiempos difíciles, que son todos. Puesto que la líder del Frente Nacional, Marine Le Pen, también tenía posibilidades de quedarse con la presidencia, Fillon tuvo la buena suerte de hacerse conocer como un conservador moderado. No un extremista, como Le Pen. Tampoco tan libertario, como Macron. El justo medio: alguien que proponía hacer recortes fiscales porque son necesarios, reformar y afianzar los lazos con Rusia porque son necesarios. Fillon despegó como una piedra arrastrada por un huracán.

La ruta de cualquier bólido, sin embargo, se estropea por falta de control. A las pocas semanas de su victoria, un diario reveló que su esposa y dos de sus cinco hijos ocupaban cargos ficticios en el Parlamento Europeo, devengaban como si fueran asistentes diplomáticos, pero en realidad no eran más que la esposa y dos de los cinco hijos de Fillon. Otro huracán, que lo arrastró a él de espaldas, comenzó. Sus partidarios lo abandonaron. Los que lo aplaudieron dejaron las palmas en posición de cierre. Un exprimer ministro lo consideró una desgracia para el partido y otros tantos pidieron su despido. Él continúa, impertérrito, obstinado con alcanzar la presidencia que cada día, de cara a las elecciones del 23 de abril, se ve más lejana.

Fillon debe pensar, en sus noches más inquietas, en la resignación. Se debe preguntar qué hizo mal, debe ajustar sus juicios a la medida de su inocencia y tal vez prefigure las palabras que dirá al atender la audiencia de inculpación este 15 de marzo. La fotografía resulta diciente: a su derecha hay una mujer sin rasgo de duda que sonríe y a su siniestra una mujer aplasta los labios con esa estrechez que es tributo del arrepentimiento.

Por juan David Torres Duarte

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