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“Tengo que vivir con la culpa de sobrevivir”: exprisionero de guerra ucraniano

Fueron dos años y cuatro meses en los que Maksym Butkevych, filósofo y veterano, estuvo detenido por las fuerzas rusas. Pasó de un encierro absoluto, de no tener ni siquiera cómo asearse y estar completamente incomunicado, a reintegrarse a una sociedad rota por la guerra y con escasos recursos para atender a personas con trauma. Esta es su historia.

María José Noriega Ramírez

20 de julio de 2025 - 11:00 a. m.
Filósofo, periodista, defensor de derechos humanos y veterano, Maksym Butkevych visitó Colombia para participar en una reunión sobre desapariciones forzadas.
Foto: / Daniela Rojas - El Espectador
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Maksym Butkevych no pidió su café con azúcar. Aprendió a tomarlo así, sin nada, después de ser prisionero de guerra por dos años y cuatro meses. El aroma que se desprendió de un tinto le recordó que en su país, Ucrania, se vende café colombiano. El clima de Bogotá, lluvioso, pero soleado a ratos, lo desconcertó. Le hizo pensar que ni siquiera en Londres, donde se radicó un tiempo y trabajó para la BBC, vio algo así de impredecible.

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En su vida ha vivido muchas vidas: la de filósofo y periodista, pero también la de defensor de derechos humanos y veterano. Apenas en octubre del año pasado recuperó su libertad en un intercambio de presos de guerra y aún está armando el rompecabezas de su historia, esa que fue una antes de que se enlistara en el ejército y otra después de estar en el campo de batalla y ser capturado por las fuerzas rusas.

Tras su regreso, ha tenido que acostumbrarse de nuevo a cosas básicas, como decidir por sí mismo si quiere tomar café o té, qué ropa se quiere poner o a dónde quiere ir. Ha tenido que aprender a hacer un plan de vida, o al menos a tratar de construir uno, en un momento crítico de la guerra de Ucrania, cuando confiesa que su gente necesita la ayuda internacional, pero no sabe de qué lado está Estados Unidos.

Han pasado más de tres años desde que Putin ordenó la invasión a gran escala. No se ha logrado pactar un alto al fuego indefinido, y, en cambio, se cuentan al menos 12.654 civiles asesinados y 29.392 heridos, según la Misión de Observación de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas en Ucrania, que también ha dicho que los prisioneros de guerra han sido sometidos a tortura, violencia sexual y malos tratos. Butkevych, que entró a la vida militar sin tener un entrenamiento diferente al que recibió hace más de 25 años cuando estudió en la Universidad Nacional Tarás Shevchenko, de Kiev, algo que es obsoleto en medio de la guerra actual, habló sobre eso.

Algunos han dicho que prefieren morir antes que ser capturados por los rusos. Usted fue detenido y condenado a 13 años de prisión. ¿De qué lo acusaron?

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Fui capturado el 21 de junio de 2022 en la región de Lugansk, no muy lejos de la frontera con Donetsk. Era un hermoso pueblo llamado Mirna Dolina, que en ucraniano significa “valle de paz”, y muy dentro de mí pensé que no era el lugar correcto para ir a la guerra. Digo que era hermoso porque, básicamente, la artillería rusa lo eliminó delante de nosotros. Fui capturado junto a otros ocho hombres de mi pelotón, mis subordinados, y permanecí detenido por dos años y cuatro meses. Fui liberado en un intercambio de prisioneros en octubre del año pasado.

Al día siguiente de ser detenidos, mientras seguíamos en la carretera, los oficiales rusos nos dijeron que todavía no éramos prisioneros de guerra. Nos aseguraron que hasta que llegáramos a nuestro destino y fuéramos registrados, las Convenciones de Ginebra no iban a aplicar para nosotros. Mientras tanto, era como si estuviéramos desaparecidos en el frente de batalla. Nos dijeron que si nos portábamos mal o no hacíamos lo que nos decían no apareceríamos de nuevo. A mí me dijeron que podíamos ir al patio trasero y ver los remanentes de aquellos que no lo entendieron. No lo quise hacer.

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Hubo meses de hambre, amenazas, interrogatorios y palizas. Incluso, a algunos les aplicaron descargas eléctricas. Fuimos forzados a hacer muchos ejercicios físicos extremos, como abdominales y flexiones. En general, la atmósfera era de violencia y miedo. Nunca nos permitieron salir a caminar. Solo nos mantuvieron encerrados en nuestras celdas. No tuvimos nada: ni papel higiénico ni cortaúñas. Tuvimos que limarnos las uñas contra las paredes.

¿Y cómo fue ese juicio?

Ellos decidieron que no era suficiente mantenerme encerrado como prisionero de guerra, y ahí fue cuando optaron por armar un caso contra mí. Me acusaron de crímenes de guerra en la ciudad de Severodonetsk, donde alegaron que, mientras estaba en la residencia con mi pelotón, vi a dos mujeres, locales civiles, y solo por haberlas observado decidí matarlas con una granada propulsada por un cohete, sin razón alguna. De acuerdo con los archivos del caso, fallé y solo las herí, además de que dañé los marcos de unas ventanas.

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Lo irónico es que ellos me acusaron a mí de violar las Convenciones de Ginebra, cuando ni ellos las cumplen. Ellos convirtieron el derecho internacional humanitario en una burla. Solo para aclarar: nunca estuvimos en Severodonetsk, nunca fuimos a esa ciudad. Además, el día en el que supuestamente cometí el crimen, yo estaba en Kiev. De eso hubo mucha evidencia, pero no importó. Simplemente, no importó.

Ellos extraen la confesión aplicando la fuerza física, con golpes y amenazas, como pasó conmigo. Me dijeron que si no cooperaba, no saldría libre en un intercambio de prisioneros. En cambio, me amenazaron con hacer de mi vida un completo infierno, con dispararme o llevarme al sitio donde supuestamente cometí el crimen para decir que intenté escapar. Me pusieron en una posición de estrés por horas, sin agua y en el calor del verano. Firmé una confesión a ciegas. Tiempo después supe de qué me acusaron.

El juicio me sorprendió: hubo un juez y también un fiscal. Tuve un abogado que no había visto antes y que, además, nunca leyó mi caso. Eso sí, no hubo audiencia, solo unos guardias. En ese circo tuve que decir sí a todo. Luego, un abogado de derechos humanos, en Moscú, apeló el veredicto. En la corte de casación dejé de pretender que había cometido el crimen y conté toda mi historia. Nunca cambió nada, pero agotamos todas las vías legales.

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¿Qué puede decir de su regreso a la vida civil? He leído que no hay recursos suficientes para atender las necesidades de la población...

Estuve en un programa de reintegración durante algunas semanas, lo cual fue muy bueno porque eso me permitió acostumbrarme a aquello de lo que fui privado en cautiverio. Por ejemplo, la habilidad de tomar decisiones, incluso las más básicas. De repente, recuperé la posibilidad de tener planes, porque antes, cuando dejé de ser un ser humano independiente y soberano, no era así.

Ucrania está en una situación compleja con respecto a las personas que enfrentan condiciones extremas de combate y detención. Tenemos a muchas de ellas con trauma, que necesitan un apoyo que demanda una cantidad enorme de recursos que no tenemos. Familiares de veteranos y de prisioneros de guerra, así como voluntarios, se están reuniendo para desarrollar programas locales para ello, formando redes informales de apoyo. Si ellos recibieran el respaldo del Estado o de instancias internacionales, serían capaces en cierta medida de ayudar a aquellos que llegan del frente de batalla y del cautiverio, tanto militares como civiles.

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¿Qué ha sido lo más difícil para usted en todo esto?

Al principio tuve una sobrecarga de emociones, cansancio y pérdida de memoria, que yo sé que poco a poco recuperaré o supliré con otros recuerdos. Pero hay ciertas cosas con las que he tenido que aprender a vivir, como los flashbacks y el síndrome del sobreviviente. Sé que estoy libre, que estoy aquí, pero los demás siguen allá, y siento algo de culpa. Cuando me siento sin poder, impotente, es como si estuviera de regreso en una celda, donde todo ser humano es tratado como un objeto y manipulado con miedo y dolor. Eso es estar en cautiverio. Es algo horrible.

Este es un momento crítico para Ucrania: hay reportes que indican que desde hace un buen tiempo ustedes no tienen suficientes soldados, Estados Unidos cambia constantemente de postura, primero acercándose a Putin y luego dándole un ultimátum de 50 días, y parece que algunos ya se olvidaron de la guerra. ¿Cuál es su posición frente a esto?

No me sorprende que la atención internacional se esté difuminando frente a lo que está pasando en mi país. Soy periodista, conozco el ciclo mediático e infortunadamente no somos los primeros en la lista, a pesar de lo terrible y sangrienta que es la guerra, la cual en un principio sí estremeció a varias personas alrededor del mundo.

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Sobre Estados Unidos y su nuevo gobierno, no soy ni diplomático ni político, así que puedo decir libremente que sí esperaba que Trump se acercara a Putin. Ambos creen que la vida de millones de personas debe ser decidida por un estrecho círculo de hombres ricos y poderosos, pues piensan que la gente no tiene agencia. Sin embargo, a veces no entiendo quién es el aliado suyo: ¿Ucrania o Rusia? Una cosa es cierta: sí necesitamos apoyo internacional.

Para terminar, ¿cómo un filósofo decide enlistarse en el ejército? ¿Qué pensaba mientras estaba en cautiverio?

Para entonces, yo tenía una visión antimilitarista, que no necesariamente era pacifista, y aún la conservo. Considero que los uniformados tienen un propósito pequeño y específico en la sociedad, y, por lo tanto, la militarización no se debe tomar la totalidad de ella, a no ser que exista una situación extrema. Eso es lo que está pasando ahora en Ucrania, donde todos estamos luchando por sobrevivir. Es decir, no veo una contradicción en eso.

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Sobre lo que pensé durante mi detención, es natural tener momentos de incredulidad y depresión. Creo que eso es algo que vive cualquier persona que pasa por algo así. Hubo instantes en los que todo era negro, en los que algunos pensábamos que allá afuera nos habían olvidado. Puse toda la confianza en mis seres queridos, en mis colegas y en mis amigos. Sabía que ellos pelearían por mí, hablarían de mí y pasarían la voz.

Cuando estás pasando por tantas cosas, no tienes tiempo de reflexionar sobre las cuestiones fundamentales de la vida, sobre cómo construyes tus convicciones y por qué haces lo que haces. Antes de la invasión a gran escala, anhelaba tener espacio y tiempo, pero nunca los tuve. Sin embargo, en el tercer día de estar preso en Lugansk, de repente comprendí que los tenía.

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