Menos de 24 horas antes de que el papa Francisco sufriera el ictus (derrame cerebral) y un posterior paro cardíaco que le costaron la vida, tuvo como último compromiso en su agenda el encuentro con el vicepresidente estadounidense J. D. Vance. Aunque supuso un punto final para el pontífice, fue la primera reunión entre la administración de Donald Trump y el Estado vaticano desde el regreso del republicano a la Casa Blanca.
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Francisco fue una voz incómoda para Trump desde su primer mandato, con frases como: “Una persona que piensa en construir muros, cualquier muro, y no en construir puentes, no es un cristiano. Eso no está en los evangelios”, sobre continuar con la construcción de un muro en la frontera con México. Ahora, en la segunda etapa del presidente, también mostró posturas críticas hacia su gestión de la migración.
Vance reconoció las diferencias de su gobierno con el fallecido pontífice: “Soy consciente de que tuvo algunos desacuerdos con ciertas políticas de nuestra administración. También coincidió en otras. No voy a manchar su legado hablando de política. Creo que fue un gran pastor cristiano, y así es como elijo recordar al santo padre”.
A pesar de las tensiones reconocidas, Estados Unidos tiene un rol importante para la Santa Sede, aunque no como se pensaría. Según el reporte anual del Óbolo de San Pedro de 2023, el país norteamericano es el principal donante al Vaticano, con montos que superan los US$13 millones anuales. Sin embargo, esto no implica que EE. UU. done al Vaticano a través de alguno de sus departamentos federales.
“Es una donación que se recoge todos los años durante la fiesta de San Pedro —como su nombre lo indica, el 29 de junio— y se realiza en todas las parroquias del mundo. Ese Óbolo de San Pedro va directamente a las arcas del papa, para que él, a su vez, lo destine a financiar las obras de caridad que la Iglesia realiza a lo largo y ancho del mundo. Ese, en esencia, es el sentido del Óbolo de San Pedro. Ahora bien, cuando digo “arcas del papa”, no me refiero a que el papa tenga cuentas personales, sino a que el dinero va directamente a la Santa Sede, que es el órgano administrativo de la Iglesia y tiene su sede en la Ciudad del Vaticano”, explica Sergio González, docente de derecho canónico de la Pontificia Universidad Javeriana.
Al tratarse de donaciones, pueden considerarse fondos privados que ingresan a las arcas del Vaticano. Según la misma lista, también figuran países como Italia y Corea del Sur entre los mayores donantes. González explica que, aunque Estados Unidos no es un país mayoritariamente católico —y, de hecho, la base de votantes que eligió a Donald Trump es principalmente protestante y conservadora—, a nivel global existe una comunidad católica más numerosa que la protestante. Esto se debe a que las iglesias protestantes están más fragmentadas y descentralizadas, lo que les resta fuerza como bloque religioso unificado.
“Puede que los católicos sean pocos en Estados Unidos, pero los que hay suelen tener un alto poder adquisitivo. Por eso, entre comillas, ‘pueden darse el lujo de hacer aportes significativamente superiores a los que se podrían esperar en países como Colombia’”, añade.
A pesar de ello, vale la pena mencionar que, al menos hasta la presidencia de Joe Biden, sí existió cooperación a través de Usaid en programas de asistencia humanitaria en asociación con organizaciones como Cáritas y Catholic Relief Services (CRS). Todo esto, por supuesto, se pausó con el desmantelamiento de Usaid orquestado por la administración Trump.
Independencia y transparencia del Vaticano
Todo lo que sucederá de aquí al próximo mes en el Vaticano será más que un acto religioso y conlleva un alto capital político. Raymond Leo Burke, el cardenal estadounidense completamente opuesto a los ideales que Francisco enarboló, cuenta con el apoyo de Trump para suceder al fallecido pontífice. De hecho, según el “Financial Times”, los denominados “católicos MAGA” (Make America Great Again, lema de Trump) ya están haciendo campaña en redes para potenciar el nombre del cardenal, que comparte afinidad ideológica con el presidente republicano.
Esta cercanía podría suponer un cambio frente a la tendencia actual del Vaticano, que desde la llegada de Francisco se ha reforzado en términos de independencia y transparencia, especialmente en lo económico. En 2013, cuando asumió el trono de san Pedro, Francisco heredó una Iglesia en profunda crisis económica, que comenzó con auditorías e investigaciones sobre desvíos de fondos de fuentes de financiación, como el mismo Óbolo de San Pedro.
En octubre de ese año, por primera vez, se publicó un informe anual del Instituto para las Obras de Religión (IOR, anteriormente Banco Vaticano) y, a raíz de esas irregularidades, Angelo Becciu fue el primer cardenal juzgado penalmente por un tribunal del Vaticano, lo que llevó al papa a retirarle sus derechos cardenalicios, impidiéndole participar en un eventual cónclave y despojándolo de sus cargos.
“Lo que hizo durante su pontificado fue dotar de mayor transparencia las cuentas del Vaticano, que vive principalmente de donaciones y, en parte, de los ingresos generados por los museos vaticanos. Estos también representan una fuente importante de recursos, pero estuvieron cerrados durante casi dos años, lo que significó que millones de personas dejaron de visitarlos. A pesar de la falta de ingresos en ese período, se mantuvieron los sueldos de los empleados, lo que generó un déficit. Aun así, en términos generales, buscó introducir mayor transparencia”, explica Néstor Ponguta, periodista vaticanista y analista.
Este déficit se refleja en el informe del IOR de 2023, que mostró un desajuste de 83 millones de euros. De hecho, justo antes de ser hospitalizado en febrero, Francisco firmó la creación de la “Commissio de donationibus pro Sancta Sede”, una comisión que funcionará durante tres años para fomentar las donaciones privadas al Vaticano con fines específicos.
Esta situación financiera y la preservación de la independencia lograda por Francisco serán algunas de las tareas que asumirá el papa número 267, quien será escogido en las próximas semanas en el tercer cónclave del siglo XXI.
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