Los juicios de Núremberg prometieron inaugurar un mundo donde los crímenes más graves no quedaran impunes. Ochenta años después de lo vivido en la Sala 600, donde se celebró este proceso, Gaza, Ucrania, Siria o Sudán muestran que esa promesa sigue incumplida.
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Hoy, mientras la justicia internacional tambalea, revisamos el origen del sistema actual para entender qué logró realmente aquel histórico juicio, y por qué pese a su intento no ha logrado frenar las atrocidades del siglo XXI.
La pregunta, al volver a estas raíces, es si el sistema puede salvarse o si definitivamente el experimento moral más ambicioso del siglo XX está al borde del colapso.
Un poco de Núremberg
Núremberg, en el sur de Alemania y corazón de Baviera, fue durante siglos una ciudad próspera y cultural, famosa por su arquitectura medieval y su papel central en la vida del Sacro Imperio. Sin embargo, al terminar la Segunda Guerra Mundial, era una ciudad en ruinas: más del 90 % de su casco histórico había sido destruido por los bombardeos aliados.
En medio de ese paisaje devastado sobrevivió, casi intacto, el imponente Palacio de Justicia, un edificio de piedra de finales del siglo XIX ubicado en el barrio de Fürth. Allí, en su Sala 600, se instaló el Tribunal Militar Internacional que transformaría para siempre el derecho internacional. La misión era castigar a los líderes nazis que quedaban por lo sucedido, pero no era una tarea sencilla.
Para las potencias aliadas, juzgar a los principales líderes nazis significaba caminar por una cuerda floja: una sentencia demasiado blanda habría sido interpretada por la población alemana como una señal de indulgencia o incluso como una validación de que el nazismo no había sido una ruptura radical con la civilización.
Sin embargo, un castigo excesivo, o ejecuciones sumarias, podía convertir a los acusados en mártires dentro de una sociedad todavía impregnada por la propaganda y el resentimiento de la posguerra.
En 1945, Alemania seguía siendo un país derrotado, pero no plenamente “desnazificado”. Millones de personas habían sido miembros del partido, la burocracia y el ejército, y muchos aún no entendían la magnitud del crimen. Era un momento frágil, en el que la justicia debía ser lo suficientemente firme para establecer un precedente, pero también lo bastante prudente para no alimentar nuevas radicalizaciones. Y sobre esa cuerda floja, caminaron jueces y fiscales.
¿Qué está a punto de ver y por qué?
Lo que está a punto de ver es un recorrido inmersivo por uno de los momentos y espacios más decisivos del siglo XX. Anticipando la película de James Vanderbilt que saldrá dentro de poco en Colombia —y que me tiene con gran expectativa por lo que dicen sobre sus actuaciones de cara a los premios Oscar—, me adentré en la historia y el texto en el que se basó el filme, El nazi y el psiquiatra, y encontré todos los detalles fascinantes.
Para mí, entender este episodio, sus implicaciones jurídicas, morales y humanas, ha sido fundamental para comprender por qué la justicia internacional funciona así.
Cuando era niño, recuerdo que pude explorar mundos parecidos en la enciclopedia Encarta, donde había mapas interactivos, líneas del tiempo y reconstrucciones de batallas o ciudades antiguas. Recuerdo en específico unas sobre Japón. Aquellas experiencias me hicieron sentir que la historia podía tocarse.
Al descubrir estas nuevas herramientas de Meta y su “metaverso”, pensé que podía servir para algo similar: acercarnos a Núremberg desde otra perspectiva, más dinámica, visual y humana, y ofrecer una forma distinta de comprender un evento que cambió para siempre el rumbo del derecho internacional y la memoria colectiva. Así que reconstruí la Sala 600 con la mayor precisión posible para ver qué pasó allí.
Espero que sea de su agrado este ejercicio, y siéntase libre de dejarme un comentario para tratar de mejorar el producto final.
¿Cómo navegar esta experiencia en MetaSteps?
1) Espere mientras carga la sala (unos segundos)
Al ingresar a este mundo virtual, la plataforma necesita descargar todos los elementos de la Sala 600. Esto puede tardar unos segundos, dependiendo de su conexión. No cierre la página ni presione nada.
Mientras carga, puede explorar los perfiles de los acusados, jueces y fiscales abajo, para empezar a familiarizarse con los protagonistas de este histórico proceso.
2) Cuando cargue, seleccione “Recorrido guiado” en la flecha de la esquina izquierda que dice “paths” (recomendado).
Una vez dentro, puede moverse libremente por la Sala 600 usando las teclas de flechas (si está en computador), o sus dedos (si está en un celular o tablet).
Pero para vivir la experiencia completa y no perderse nada, le recomendamos entrar por el “Recorrido guiado”.
3) Siga los pasos del recorrido sin adelantarlos
Cuando aparezcan los puntos del recorrido, déjelos correr a su ritmo. Si los adelanta o los salta, podría perderse elementos esenciales de las narraciones. Los audios pueden demorarse hasta cinco segundos en empezar.
Solo permita que el guía virtual avance y lo llevará, paso a paso, por toda la historia de la Sala 600.
Si prefiere explorar por su cuenta, puede acceder al contenido tocando las fotografías o personajes.
Al hacerlo, aparecerá un botón con una “i” (de “información”). Si le da clic o la toca, podrá escuchar el audio y ver los detalles de cada figura histórica sin necesidad de seguir la guía. Esta aparece al lado del objeto.
No siendo más...
La Sala 600 de Núremberg
Una reflexión final
Hubo muchas cosas positivas en este proceso, pero también muchos defectos. En síntesis, los líderes rindieron cuentas: Antes, los jefes de Estado eran casi intocables y las atrocidades se atribuían al Estado. Núremberg dejó claro las personas, no los Estados, cometen crímenes. Esto abrió la puerta a juicios contra Pinochet y Milosevic y reforzó el principio de responsabilidad de mando.
Pero los juicios estuvieron bajo el control de las potencias aliadas, que a su vez cometieron crímenes: bombardeos de civiles, Hiroshima, Nagasaki, deportaciones, ocupación. El mensaje fue ambiguo: la ley aplicaba… pero no para todos.
Así, Núremberg creó principios, pero no poder. Sentó las bases éticas y jurídicas del mundo moderno, como la responsabilidad individual, crímenes contra la humanidad, juicios justos, pero dejó sin resolver lo esencial: quién obliga a cumplir la ley cuando los Estados no quieren hacerlo.
Sentó la base moral de los derechos humanos y la ONU, pero sin mecanismos reales de ejecución. Hoy, conflictos como Palestina, Ucrania, Yemen o Siria muestran que los principios existen, pero la fuerza para aplicarlos es limitada.
La Guerra Fría congeló todavía más su legado, pues las superpotencias nunca aceptaron límites a su propio uso de la fuerza, no nació un tribunal permanente con autoridad real, y la cooperación internacional siguió siendo selectiva y política.
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Tras Núremberg, no se creó una Corte Penal Internacional. La Corte Penal Internacional nació cinco décadas después, y hoy sigue siendo débil frente a potencias que no la reconocen.
Cada avance, de Ruanda a la CPI, ha dependido más de ventanas históricas y presiones públicas que de un sistema sólido. Núremberg iluminó el camino, pero el mundo nunca construyó la carretera. Hoy seguimos viviendo en ese vacío. Hay normas, pero no hay un mecanismo global capaz de asegurar que se cumplan.
Aun con estos defectos, su importancia histórica es innegable. Tal vez no podamos tener un proceso así hoy en día. Jan Lanicek, historiador y académico en la Universidad de Nueva Gales del Sur (UNSW Sydney), explicó en The Conversation que las dinámicas actuales de poder, la falta de cooperación internacional y la resistencia de los Estados a extraditar líderes hacen que un proceso comparable sea muy improbable.
Sin una derrota total y ocupación, como en 1945, los tribunales internacionales no tienen fuerza real para obligar a comparecer a los responsables, según el experto. Eso no quiere decir que no vale la pena seguir intentándolo.
El propio Ben Ferencz, último fiscal vivo de Núremberg, recordó en una conferencia en la Corte Penal Internacional en 2017 que “el mundo no ha aprendido todavía que la ley es mejor que la guerra” y que “la ley, no la guerra, es la respuesta”. Su insistencia en que “hace falta coraje para no desanimarse” sigue siendo una invitación para fortalecer el derecho internacional contemporáneo. ¿Cómo? Sabiendo que la justicia internacional nunca será perfecta, pero sí puede ser mejor.
Los juicios a Pinochet en Chile, a Milosevic por lo ocurrido en las guerras yugoslavas o Hissène Habré por lo que hizo en Chad, demostraron que, incluso con obstáculos enormes, la rendición de cuentas es posible. Fortalecer el derecho internacional no exige repetir Núremberg, sino aprender de él para que no sea una excepción irrepetible. El verdadero legado de lo ocurrido en la Sala 600 no es repetir su modelo, sino construir uno que no requiera vencedores y vencidos para que la ley tenga fuerza. Y para empezar, hay que revisar su historia.
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