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Kolumbiytsi: cómo nos ven en Ucrania

Milicianos colombianos combaten y caen en Ucrania, entre el olvido oficial y gestos inesperados de gratitud que cruzan lenguas y heridas.

Marco Valentino Pereira

02 de junio de 2025 - 09:50 a. m.
Recordando a los caídos, en Kiev, capital de Ucrania.
Foto: Marco Valentino Pereira - Marco Valentino Pereira
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Estando en Kiev, a menudo me he encontrado en Maidan Nezalezhnosti, espacio equivalente a la Plaza de Bolívar. Puede faltar la estatua de Libertador, pero en una esquina cada vez más notable ha ido creciendo un monumento mucho más urgente, impactante y real. En un mar de amarillo y azul, recordando a los individuos caídos en la defensa de Ucrania, miles de banderitas han florecido resaltando dos grandes tricolores colombianos rodeados de decenas de fotografías enmarcadas.

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¿Qué pensaría el público ucraniano al encontrar caras de militares latinos entre sus compatriotas difuntos?

En una de las banderas aparecen varios apodos de chapa como Tigre, Tigrillo, Guajiro, Rolo, Cauca, Pastrana y Ares. Un colombiano entendería cada referencia mientras que un ucraniano notaría el número 59. Después de varias entrevistas —y meses después de fotografiar esa bandera—, también llego a entender algo de lo que aconteció en la Brigada 59 de Infantería de las Fuerzas Armadas de Ucrania.

“El grado cero de apreciación a los colombianos es sacarles provecho y explotarlos”, pensé. Si mueren 14 colombianos en la batalla de mañana, son 14 ucranianos muertos menos —en un país que lucha por su existencia—. Mejor aún, se prometen varios millones de pesos a los colombianos que llegan a apoyar, sabiendo que muchos morirán en el intento, sin alcanzar a reclamar su pago. Menos mal, porque el presupuesto del ejército está delicado. La verdad resultó algo más oscura que mis hipótesis.

“Mentiras. Tantas mentiras y documentos falsificados”, me comenta Castaño, exintegrante de la Infantería de Marina colombiana. “Nos mandan a la línea cero sin los papeles oficiales. Se murió un amigo, pero le faltan los sellos para que el contrato quede activo. Ahora no sabemos cómo ayudar a su familia”, agrega.

Castaño sufrió el maltrato de la Brigada 59 al llegar con otros 60 colombianos en mayo del 2024. Se murieron 12 el primer día, pero él cuenta que los comandantes ucranianos no quisieron recuperar los cadáveres de colombianos. Hasta quemaron la documentación de los difuntos para borrar su participación del todo. “Sin el cuerpo, no hay recompensa”, dice.

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Conocí a Castaño en un evento de reclutamiento para Milicianos latinos, a unas horas de la capital. Se estaba registrando de manera formal con las Fuerzas Armadas de Ucrania, lo cual le permitiría escoger brigadas futuras y así evitar exponerse al maltrato. En el mismo evento, conversé con otro sobreviviente colombiano de la Brigada 59, alias Guardián. “Sufrimos 10 u 11 bajas en una sola misión”, me cuenta. “A los colombianos atrapados los dejaron botados. Solicitaron ayuda por radio mientras se desangraban. Fue duro”. Me comenta que siempre hay cupo para traer más Milicianos a la primera línea, pero nunca hay espacio para evacuarlos. “Tal vez quieran conservar su raza primero”, agrega.

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Cuando finalmente fueron rescatados, el “agradecimiento” que recibieron fue una acusación de abandonar sus posiciones y robar municiones. Con esta excusa, les cancelaron dos meses de salario y los expulsaron. Les dieron 72 horas para salir de la región. En el caso particular de Guardián, calificaron sus heridas de heridas menores, para evitar el pago respectivo de compensación. Esto a pesar de haber pasado más de un mes recuperándose en el hospital y tener fragmentos metálicos en su cuerpo que no se podían extraer.

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Uno de los parches que lleva "Guardián".
Foto: Marco Valentino Pereira - Marco Valentino Pereira

Dejamos los temas pesados atrás y salimos a caminar, a tomar unos retratos.

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Me llaman la atención los parches que llevan puestos Guardián y su compañero. Son una mezcla de orgullo colombiano con buena fe hacia Ucrania. El amarillo y el azul de ambas banderas se entremezclan. Esto es intercambio cultural orgánico, pues se proyecta nuestro tricolor con cualquiera que lo vea, como una especie de tatuaje personalizado, una pequeña rebeldía contra el uniforme militar oficial. Al mismo tiempo, al establecer una amistad cercana con otro soldado, se suele intercambiar parches. ¿Cuántos ucranianos ya tendrán un parche colombiano?

De repente pasa un grupo de cinco niños sonrientes y alborotados. “Kolumbiytsi. Heroyam Slava!” , gritan (colombiano, gloria a los héroes). Esto no me lo esperaba, y me trae mucha alegría. Aquí no hay mercenarios, más bien hay héroes. En la ciudad donde nos encontramos está la base militar ucraniana que recluta a los latinos. Muchos colombianos ya habrán pasado por sus calles, por eso se puede entender por qué un grupo de niños los reconocería y apreciaría. Aun así así, me sorprende este momento de optimismo.

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Varios minutos después, caminando por un espacio verde en la ciudad, se detiene un hombre que venía trotando. Le da la mano a Guardián, y le agradece de corazón. Se intercambian pocas palabras, y se entienden menos, pero el mensaje resulta clarísimo. Esto es la recepción que merecen los que han apoyado a Ucrania con su labor y sacrificio. Realmente espero que, poco a poco, los colombianos que hayan decidido amañarse en Ucrania irán recibiendo una cálida bienvenida.

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El problema con el otro siempre es el temor a lo desconocido. Así surgen el racismo y la homofobia. Al conocerse, la gente se enfoca mucho más en lo común que en las diferencias. Pero históricamente los nexos interculturales han sido tenues entre Colombia y Ucrania.

En el centro de Kyiv encontré un café llamado Escobar Coffee —afortunadamente, sin las fotos correspondientes decorando el interior—. Si entendieran el dolor y la destrucción causados por el narcotráfico, los dueños nunca habrían construido su negocio sobre un chiste barato y de mal gusto. Al igual que un colombiano llamando la capital Kiev en vez de Kyiv, sin darse cuenta del legado soviético invocado que pocos ucranianos quisieran celebrar. ¿Qué tan ofendido se hubiera sentido un turista ucraniano en Bogotá al descubrir la bandera soviética en Malinkii Bar en La Candelaria? ¿U otro turista ucraniano en Cartagena, al encontrar la imagen de Putin al lado de Stalin en el bar KGB?

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Cada viernes por la noche, el ritmo de salsa atrae un gran público a un bar cubano muy frecuentado, al otro lado del centro de Kiev. Llegan muchos Milicianos colombianos en sus días de descanso, a tomar cerveza con sus compatriotas y bailar salsa con las ucranianas curiosas. Encontré un ambiente muy abierto y alegre; un espacio seguro luciendo la mejor energía de Latinoamérica. Esto sí parecía un intercambio cultural positivo. Y, sin embargo, a pesar de la clientela tan latina, al menú digital, bilingüe con inglés, aún le faltaba el español.

En últimas, la apreciación solo se gana con el contacto personal. Hasta las barreras de idioma se superan cuando existe voluntad de compartir. En un centro de recuperación al occidente de Lviv, adonde fui a retratar a varios colombianos con la pierna amputada, fui testigo de este tipo de amistad. Mientras retrataba al colombiano Miguel, apareció el veterano ucraniano Vova. Con una gran sonrisa, y ni una sola palabra en inglés ni en español, Vova dejó claro que no se movería hasta no posar en una foto también. El resultado es una imagen de la fraternidad colombo-ucraniana.

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Vova posa con Miguel.
Foto: Marco Valentino Pereira - Marco Valentino Pereira

Ahora, tal vez la mayor autoridad en tema de la imagen de colombianos ante el ojo ucraniano es el militar colombiano con mayor rango en las Fuerzas Armadas de Ucrania: el sargento Luis Ortiz, quien fue suboficial de la Infantería Marina. Ha pasado toda su vida persiguiendo la vocación militar, pues se enlistó a los 16 en años en Medellín. Llegó a Kherson en 2023, al Batallón 193 de la Brigada 124. Unos meses después se transfirió a la Brigada 79, llegando a participar en la intensa batalla de Avdiivka, donde sufrió una herida en la rodilla.

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Su valentía y deseo de defender a otros ucranianos fueron reconocidos por su comandante de brigada, quien quiso ofrecerle a Ortiz la oportunidad de ayudar a sus compatriotas latinos. Y así se creó un rol más administrativo y logístico, pero de gran impacto: el de supervisar el registro en las Fuerzas Armadas de los hispanoparlantes que llegaban al país, como Castaño y Guardián, y así asegurarles los derechos que exige un contrato oficial. “Los Milicianos entrenados y profesionales, contratados y enlistados por el ejército ucraniano no son mercenarios”, me aclara Ortiz. Su ascenso es un logro significativo, ganado con el buen trabajo, que a su vez eleva la imagen del profesionalismo colombiano ante cualquier dirigente militar que se le presente. ¡Hasta en la frontera con Polonia conocen el nombre de Ortiz!

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Pero no ha sido un camino fácil y no ha olvidado su primer mes de servicio. “Yo era el único extranjero en una unidad de ucranianos”, recuerda. “Nadie hablaba español y no tenía ni idea de ucraniano. Mis compañeros me ignoraban y salían a comer sin mí”. Ortiz era un foráneo y un don nadie, pero todo cambió después de la primera misión de asalto.

“En esa misión, hubo una emboscada en nuestro búnker”, narra. “Fui de los pocos que logró matar al enemigo invasor para defender a la tropa. Así que cuando leyeron mi apellido latino en los anuncios de radio esa noche, todo cambió de manera drástica. Ya era del parche. Me aplaudieron, me celebraron y me reconocieron como igual”. Me cuenta que le comenzaron a llevar comida y media de vodka a su habitación, y cuando comenzó a hacer frío hasta le prestaban sus abrigos.

“Poco a poco, las buenas referencias de colombianos van creciendo”, me dice Ortiz. “Tengo un amigo ucraniano en Odesa, Artur. Es muy respetuoso. Tomamos cerveza juntos. Le habla a los demás del café colombiano sin jamás mencionar a Pablo Escobar. Nos entiende. Ahora está tratando de aprender español”. Añade que cuando un ucraniano te comparte la foto de su familia es porque ya eres amigo de por vida.

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Ortiz cree que los detalles importan: el arroz con buen guiso que ahora se puede disfrutar en la cocina militar, los partidos de futbol que se organizan con nacionalidad mixta o las películas de habla hispana que comparte con subtítulos. Por su lado, Ortiz ha hecho tremendos esfuerzos para aprender ucraniano, y así construir puentes más sólidos en medio de tanto caos.

Paso a paso, lo está logrando.

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Por Marco Valentino Pereira

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