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“Usaremos nuestro poder de negociación colectiva. En lugar de superarnos y hacer subir los precios, mancomunaremos nuestra demanda”, dijo Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, a finales de la semana pasada, cuando los líderes europeos pactaron la compra conjunta de gas, hidrógeno y gas natural licuado, en un intento por avanzar hacia la independencia energética y regular los precios respectivos. La cabeza de la institución también se pronunció a favor del pacto firmado entre Estados Unidos y la Unión Europea que busca incrementar a 15.000 millones de metros cúbicos el envío anual de gas natural licuado estadounidense hacia el viejo continente. “En un mundo enfrentado al desorden, nuestra unidad transatlántica defiende valores y normas fundamentales en los que creen nuestros ciudadanos”, agregó.
Por su parte, el presidente estadounidense, Joe Biden, afirmó que “eliminar el gas de Rusia tendrá costos para la Unión Europea, pero no solo es la acción correcta desde el punto de vista moral, sino que también nos va a situar en una mejor posición estratégica”. Sin embargo, y a pesar de los actuales esfuerzos por buscar alternativas, parece que Europa no podrá alcanzar la independencia del gas ruso tan rápido como pretende. La falta de infraestructura, la apuesta del plan de transición energética de la Unión Europea (donde el gas es el elemento clave en el paso hacia energías renovables) y los grados de vulnerabilidad que hay entre los Estados miembros dificultan llevar a cabo una coordinación en materia energética. De hecho, este parece ser un punto de alta tensión en el bloque, que, al unísono, ha condenado la invasión rusa a Ucrania.