Cuando David Foster Wallace escribió “El tenis como experiencia religiosa” en 2006, no podía prever que dos décadas más tarde un hombre profundamente ligado a ese deporte iba a convertirse en papa, la máxima autoridad espiritual del Vaticano. Robert Prevost, ahora conocido como el papa León XIV, confesó en una de las pocas entrevistas que concedió que el tenis es una de sus grandes pasiones en la vida, una devoción que incluso lleva a la práctica. Tenemos un papa tenista, luego de uno muy futbolero.
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“Desde que salí de Perú, he tenido pocas oportunidades para practicar, así que estoy deseando volver a la cancha”, dijo tras ser nombrado cardenal por el papa Francisco en 2023, siendo uno de los purpurados más nuevos del cónclave.
Hoy las palabras del difunto Wallace, describiendo su afición compartida con el nuevo papa como toda una “experiencia religiosa”, parecen ser una guía metafórica para entender quién llegó a ocupar el trono de san Pedro, porque qué es el tenis, según Wallace, si no una búsqueda constante de excelencia, disciplina y trascendencia, de esfuerzo y superación personal que acerca a algunos al concepto de “Dios en el hombre”, y que, por supuesto, su práctica aproxima a sus fieles a “los triunfos y reveses de la existencia humana”.
Robert Francis Prevost Martínez nació en Chicago, Estados Unidos, en 1955, hijo de migrantes. Que el primer papa norteamericano haya crecido en este contexto, y abogue por la defensa de esta comunidad, es un golpe durísimo para los discursos xenófobos. Pero si lo examinamos bien, Prevost tiene más sangre peruana que estadounidense.
“Saludo a mi diócesis de Chiclayo”, dijo en su saludo, sin mención a Chicago o Estados Unidos.
Ha dedicado toda su vida a la búsqueda constante de la excelencia y la trascendencia. Antes de llegar al Vaticano, donde fue escalando posiciones hasta convertirse en prefecto del Dicasterio de los Obispos —una de las oficinas más influyentes en Roma a la que lo llevó el propio Francisco—, Prevost vivió dos décadas en Perú, en donde fue misionero en zonas rurales como Chiclayo.
Apenas a los 27 años, se doctoró en Derecho Canónico en la Universidad Pontificia de Santo Tomás de Aquino, en Roma, lo que tranquilizó un poco a los religiosos más conservadores a la hora de elegirlo como líder. En Perú, además de misionero, fue párroco, profesor y obispo.
Su trabajo con comunidades remotas y con migrantes venezolanos le dio un reconocimiento regional, y su postura ante temas sociales y políticos lo consolidó como una figura de referencia en el país andino, del que adoptó su nacionalidad después de tantos años de servicio. En 2017, mientras era obispo de Chiclayo, el nuevo papa le pidió al exdictador Alberto Fujimori que les pidiera perdón a sus víctimas en el país, tras el indulto que le fue otorgado ese año.
“Yo creo que hay que convocar a todos a un proceso de reflexión, de buscar sí la verdad, porque, lamentablemente, las mentiras también cuestan”, dijo.
El hecho de que eligiera como nombre “León” para su pontificado también ha sido destacado por los fieles de la Iglesia católica. La elección de este nombre establece una conexión directa con sus predecesores homónimos, especialmente con León XIII, recordado por su encíclica Rerum Novarum, que abordó las condiciones de los trabajadores y sentó las bases de la doctrina social de la Iglesia. Este gesto sugiere una posible continuidad en el enfoque hacia temas sociales y laborales en su pontificado.
Pero, así como el tenis como experiencia religiosa representa “los triunfos y reveses de la existencia humana”, también lo hace la vida del nuevo pontífice tenista. En su diócesis, el nuevo papa enfrentó acusaciones de encubrir casos de abuso sexual, las cuales fueron negadas categóricamente por la Iglesia local, que asegura que se trata de una campaña de desprestigio.
“Cuando yo era obispo”, cuenta, parafraseando al nuevo papa, Daniel Vera, coordinador del diario Expresión de Perú, que compartió con Prevost varias veces, “seguí el proceso de denuncias y los encaminé. Pero cuando me fui de acá ya no era mi responsabilidad encaminar el proceso. Las víctimas tienen que ser escuchadas y el proceso debe continuar”. Luego de que se fue, dice Vera, él ya no tenía la jurisdicción que correspondía para eso.
Lo que más recuerda Vera sobre el escándalo de los abusos de la Iglesia en Perú fue precisamente las palabras del nuevo papa, quien dijo cuando era obispo: “Si eres víctima de abuso, denuncia. No te quedes callado”. Eso, señala el comunicador, es una declaración poderosa sobre la dirección que él toma.
Ahora, desde la Santa Sede, la búsqueda de León XIV por la trascendencia continúa en otra cancha: en la principal, frente a más presión. (Como dato curioso, la elección del nuevo papa fue proyectada el jueves en la pista central del Foro Itálico en la que se celebran el Masters 1.000 y el WTA 1.000 Roma). El papa tenista no solo ha entrenado en polvo de ladrillo (como en su largo paso por Perú), sino que ahora entra a jugar en una superficie mucho más rápida y expuesta: la del escenario mundial. Su raqueta ya no enfrenta pelotas sino dilemas globales —la guerra, la migración, la desigualdad—, y cada decisión puede ser un ace o un revés. Pero como en el tenis, lo importante no es ganar todos los puntos, sino mantenerse en el juego con elegancia, fe y convicción.
Prevost tendrá que demostrar su vocación profundamente pastoral, influenciada por sus años de cercanía con Francisco, a quien conoció cuando visitaba a los agustinos en Argentina. “Siempre tuve la impresión de un hombre que quería vivir el evangelio con autenticidad, con coherencia”, dijo el nuevo papa sobre su predecesor en una entrevista posterior a su fallecimiento.
Según quienes lo conocieron en persona, como Vera, Prevost era el indicado para continuar con el proyecto de Francisco.
“Yo lo conocí cuando llegó como obispo. No es coincidencia de que Francisco lo enviara a un país andino, a una región (Lambayeque) que siempre estuvo en manos del Opus Dei, que tiene costa, que tiene tierra y tiene la puerta de ingreso a la Amazonía peruana. Es un puente. No es casualidad que quien tuvo ese contacto haya sido elegido para continuar la obra de Francisco, que hablaba de eso: del medio ambiente, de los pobres y de los migrantes, porque esta es además una región por la que pasan todos los venezolanos que llegan al Perú”, dice Vera sobre Prevost.
Incluso en sus pasiones como el fútbol llegaron a coincidir de alguna manera: Prevost, dice Vera, es un hincha adoptivo del Juan Aurich de Chiclayo de Perú, equipo cuya camiseta lleva los mismos colores que el San Lorenzo del pontífice argentino.
En el papa tenista, como en el texto de Foster Wallace, hay algo que trasciende la competencia: una búsqueda constante por vivir con autenticidad, aceptar las derrotas, celebrar los puntos ganados y seguir siempre jugando. A fin de cuentas, su juego acaba de empezar.
“La primera vez que hablamos le pregunté por temas duros, como el matrimonio entre parejas del mismo sexo. Él dijo: ‘Yo como miembro de la Iglesia, defiendo mi dogma. De puertas de la iglesia para dentro, mi dogma me dice que no, pero de puertas para afuera, que se casen, porque es un derecho civil’. Esa diferencia clara que tiene entre qué es Iglesia y qué es Estado es clave. Es una persona que escuchaba tus argumentaciones y encontraba los puntos en los que podían coincidir para luego estrechar la mano del otro”, contó Vera. Como un buen jugador.
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