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La Iglesia católica se está preparando para elegir al sucesor del papa Francisco, quien falleció a los 88 años. En medio de los preparativos para el funeral, que se celebrará el sábado 26 de abril, y de la expectativa alrededor del cónclave, surge una pregunta: ¿por qué los papas se cambian de nombre?
Jorge Mario Bergoglio resultó electo en 2013 y con ello marcó varios hitos: se convirtió en el primer jesuita y latinoamericano en ocupar la cabeza de San Pedro y, además, el único en adoptar, hasta el momento, el título de Francisco, en homenaje a san Francisco de Asís. Sus antecesores también optaron por cambiar sus nombres durante sus pontificados. De hecho, el alemán Benedicto XVI se llamaba Joseph Aloisius Ratzinger y el polaco Juan Pablo II tenía como nombre de pila Karol Jozef Wojtyla.
Esa modificación responde a una tradición católica, que tiene raíces en la misma Biblia. Allí, de hecho, Dios les cambió los nombres a aquellas personas a quienes les encomendaba una misión determinada, como por ejemplo Abraham, cuyo nombre original era Abram, o san Pedro, que se llamaba Simón, aludiendo a que él sería la roca sobre la cual se construiría la Iglesia. De ahí se entiende que el sumo pontífice se dé a conocer de cierta manera, muchas veces recordando a un antecesor.
A lo largo de la historia, los nombres más usados por los jerarcas católicos han sido Juan, Gregorio, Benedicto, Clemente, León, Inocencio, Pío, Esteban, Urbano, Alejandro, Adriano, Pablo, Sixto, Martín, Nicolás, Celestino, Anastasio y Honorio. El primer papa en cambiarse el nombre fue Mercurio, conocido como Juan II. Desde entonces, se convirtió en algo usual hacer esa modificación. Es un acto de simbolismo que para algunos representa dejar una vida pasada para construir una nueva como el máximo líder de la Iglesia católica.
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