Vladimir Putin cumple 70 años. La cara del poder en Rusia lleva ocupando ese cargo político por más de 20 años, en donde su premisa de gobierno ha sido el sueño del pasado soviético bajo un discurso muy nacionalista.
“Dios te puso en el poder”, dijo el patriarca ortodoxo ruso, Cirilo I de Moscú, para conmemorar el cumpleaños de Putin. El presidente de la cámara baja del Parlamento, Viacheslav Volodin, se sumó a las alabanzas y publicó un retrato del presidente ruso con la frase “si hay Putin, hay Rusia”.
Hoy por hoy, su nombre y su rostro no dejan de aparecer un día en la prensa, atenta a cada paso de la invasión que decidió lanzar sobre Ucrania el pasado febrero. Pero poco tiene que celebrar. Su país luce agobiado por la guerra, una que él empezó creyendo que le tomaría solo unos días reclamar la victoria. El mandatario se ha encontrado con una poderosa resistencia del pueblo ucraniano que avanza de manera imparable reconquistando su territorio invadido. Estas ofensivas han obligado al Kremlin a cancelar los festejos por el cumpleaños del presidente.
“Ha quedado claro que ahora no es un momento apropiado para las celebraciones”, señaló el gobierno ruso.
Más allá de su relevancia en la configuración del mundo actual, y su rol en la crisis geopolítica que ha sacudido a los mercados, ¿quién es la persona que comanda a Rusia, una de las potencias mundiales?
Nació el 7 de octubre de 1952 en Leningrado, conocido hoy como San Petersburgo, en el seno de una familia humilde. Es abogado de profesión, fue agente espía de la época soviética y es muy reservado con su vida privada. Tiene dos hijas y está divorciado desde 2013.
Su inicio en la política de Rusia postsoviética data de la década de los 90. Para ese momento, el mandatario que dirigía el país era Boris Yelstin, quien enfrentaba una profunda crisis posterior a la caída de la URSS: dificultades económicas, enfrentamientos internos y una pérdida de protagonismo en la escena mundial. Para ese momento, Putin llegó a Moscú, y en el momento el que era sólo un desconocido agente del servicio de inteligencia soviético KGB (Comité para la Seguridad del Estado) en Alemania Oriental, se convirtió en primer ministro el 9 de agosto de 1999. Poco después sería el presidente de ese país.
La guerra en Chechenia fue su carta de presentación y de entrada al mundo político de Rusia. Al entrar como primer ministro, inició una ofensiva militar contra el grupo separatista de Chechenia, contra los que anteriormente Moscú había perdido la primera guerra de 1995 a 1996. De entrada, esa ofensiva causó miles de muertes y dejó a Grozni, la capital, bajo el control ruso en el año 2000.
Posterior a la renuncia de Yelstin y el ascenso de Putin a la presidencia rusa, su premisa de gobierno, de cara al exterior, se ha centrado en devolverle al país la importancia geoestratégica que en algún momento de la historia tuvo y en una constante búsqueda de recobrar el estatus de potencia global, desafíando el orden internacional acuñado por Occidente. Dentro del territorio, Putin se ha mostrado siempre como un mandatario autoritario, eliminando cualquier tipo de oposición y las amenazas internas que ha presentado Rusia desde finales de la década de 1990.
La sociedad rusa de aquel entonces se veía enfrentada a una deuda externa que llevo a una hiperinflación, a una época de confusión y perdida de orgullo nacional. Para muchos, Putin con su discurso logro consolidar un concepto de identidad. Al igual que la economía comenzó a crecer y con ello bajó el umbral de pobreza. Según el Servicio Federal Ruso de Estadísticas, paso de un 33,5 % en 1992 a un 13,4 % en 2016.
Para final de su primer mandato, en 2004, la mayoría de los retos internos del país ya estaban controlados por Vladimir Putin, por lo que fue reelegido y se potenció la visión de Rusia en el exterior. Su objetivo en ese momento era consolidar el poder del Kremlin en los países postsoviéticos, quienes, a sus ojos, enfrentaban una amenaza por los movimientos proocidentales. Entre esos, la Revolución de las Rosas de Georgia y la Revolución Naranja en Ucrania, a los que Putin acusó de ser promovidos por Occidente.
Para 2005 su discurso estaba fuertemente endurecido hacia la Organización del Tratado del Atlántico Norte, la OTAN, acusando al gobierno de Estados Unidos de incumplir los tratados de no expandirse hacia la zona este de Europa. Su discurso en el año 2007, contra Estados Unidos y la OTAN durante la Conferencia de Seguridad de Múnich, hizo más evidente su desafío a Occidente y la forma en la que quería posicionar a Rusia en el panorama internacional.
En 2008, incursionó una ofensiva militar contra Georgia, bajo el argumento de proteger a los grupos separatistas prorrusos de las regiones de Abjasia y Osetia del sur, y al terminar su mandato presidencial se convirtió, nuevamente, en primer ministro.
Ya en 2012, regresa a la presidencia. Esta vez con la posibilidad de ser reelegido y bajo una reforma constitucional que le garantizaba la jefatura de Estado durante seis años.
Pero durante este mandato hubo un punto clave en donde se redefinieron las relaciones entre Rusia y Occidente. En 2014, Rusia se anexiona la península ucraniana de Crimea por medio de un referéndum. Esto luego de que masivas protestas llevaran a la destitución del entonces presidente ucraniano y prorruso Viktor Yanukóvich.
Ante la anexión, Estados Unidos Y la Unión Europea sancionan a Rusia. Apoyados por la OTAN que bloquea relaciones con el Kremlin. En marzo de 2018 volvió a ser elegido presidente, esta vez hasta 2024. Sin embargo, una reforma a la ley que firmó en 2021 le permitiría alargar su mandato hasta 2036, cuando tenga 84 años.
Desde inicios del 2022, el gobierno ruso ha venido escalando la tensión con Ucrania y occidente. La disputa por los terrenos sigue luego de más de siete meses de guerra, debido a las intenciones de Kiev de integrar la OTAN. En su visión, si Rusia “no resuelve esta cuestión de la seguridad, Ucrania estará en la OTAN en 10-15 años”, y después de eso, “los cohetes de la OTAN estarán en Moscú”, explicó Alexéi Makarkin, del Centro de Tecnologías Políticas.
Para Putin, su vecino se equivoca al verse como víctima del imperialismo zarista, luego del soviético y ahora del ruso. Considera que las dos revoluciones ucranianas en 2005 y 2014 contra las élites prorrusas fueron el resultado de conspiraciones occidentales.
El jefe del Kremlin quiere que Rusia se muestre fuerte, que se vea aterradora. Ceder no está en la naturaleza de este yudoka cinturón negro. Ese mismo que en su versión propagandista abraza perritos y juega hockey.
“Si el combate es inevitable, hay que golpear primero”, declaró en 2015. Una de sus maestras, Vera Gurevitch, contó que, a los 14 años, el joven Vladimir, después de romper la pierna de un amigo, proclamó que algunos “solo entienden por la fuerza”.