Una semana después de la victoria electoral de Vladimir Putin, que le garantiza continuar como presidente de Rusia al menos hasta 2030, el país sufrió el viernes pasado el ataque terrorista más fuerte en los últimos 20 años, cuando al menos cinco hombres atentaron contra la sala de conciertos Crocus City Hall durante una presentación del grupo local Piknik. Hasta el cierre de esta edición el balance superaba las 40 personas muertas y casi 150 heridas en un ataque que el mismo viernes fue reivindicado por el Estado Islámico.
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Todo ocurre, además del contexto electoral, mientras Rusia sigue intensificando su ofensiva en Ucrania. “Estamos en estado de guerra”, dijo el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, horas antes de que ocurrieran los ataques en Moscú, cuando reconocía que su país desplegó ataques en suelo ucraniano con al menos 90 misiles y más de 60 drones explosivos, de fabricación iraní. También se dan estos ataques dos semanas después de que fuerzas rusas combatieran en la república rusa de Ingusetia a seis supuestos combatientes del Estado Islámico que se atrincheraban en un edificio de la ciudad de Karabulak. Según señaló el Servicio Federal de Seguridad Rusa (FSB, por su sigla en ruso), los terroristas “tenían la intención de cometer delitos terroristas de alto perfil”.
Este antecedente, además de reafirmar la presencia del Estado Islámico en el Cáucaso, trae a la memoria el último acto terrorista de gran impacto dentro de Rusia, cuando grupos terroristas chechenos atacaron una sala de conciertos tomando como rehenes a más de 800 ciudadanos, los cuales 67 fueron asesinados. Esto ocurrió en 2002, en plena segunda guerra contra los separatistas de Chechenia, cuando Vladimir Putin no había completado siquiera su primer mandato presidencial.
“Todo esto remite un poco al conflicto nacionalista de Chechenia, el interés de la separación de la Federación Rusa y el Estado Islámico, que ha proclamado crear un Estado en el Cáucaso con todos los principios que les rigen siendo extremadamente conservadores y con una interpretación muy bélica del Corán”, explica el profesor de la Pontificia Universidad Javeriana Javier Niño.
Para Mauricio Jaramillo Jassir, docente de la Universidad del Rosario, no es extraño que el ataque del viernes sea una “una retaliación o mensaje de que están de vuelta”.
Sin embargo, para Aneta de la Mar, analista internacional, historiadora y docente de la Universidad Externado, la reivindicación que hizo el Estado Islámico deja muchas dudas, y es evidente que detrás del ataque debe haber una financiación sofisticada, probablemente externa, por tratarse de una operación compleja: llegar hasta Moscú, en pleno estado de guerra.
Aunque Ucrania desde un primer momento negó tener algo que ver con el atentado, atribuyendo, de hecho, su responsabilidad a los mismos servicios de inteligencia rusos, para la analista no deja de ser importante rescatar que Ucrania es el enemigo más cercano del Kremlin: “Es el primer país interesado en desestabilizar a Moscú, son los que más conocen cómo acercarse, porque son vecinos, muy parecidos, con nivel de espionaje y filtraciones como para llegar a las afueras de Moscú. Pero eso no está confirmado y queda como hipótesis”.
En contraste con Jaramillo y Niño, cree que los intereses separatistas no deben tener mucho peso en estos atentados. “Ya no hay esos movimientos separatistas, eso es de hace 20 o 30 años”, afirma. De momento, lo que hay son hipótesis y posibilidades abiertas por muchos flancos.
El estado de guerra que anunció Rusia cuando atacó a Ucrania el mismo día podría extenderse a una guerra total, cree Jaramillo Jassir. “Rusia puede entrar en un estado de guerra total: con Ucrania y los ‘pronazis’, pero también con un enemigo interno. Probablemente lance una guerra contra el terrorismo, que ya se creía ganada”, afirma.
Cabe mencionar que desde 2015 hasta 2017 Rusia estuvo combatiendo al Estado Islámico en apoyo al presidente sirio Bashar al-Assad, aliado del Kremlin, que participó en la guerra de Siria en pleno auge del movimiento yihadista tras su separación de Al Qaeda y autoproclamación como califato (sistema de gobierno).
Ese enemigo en casa, probablemente aliado con el Estado Islámico, causará, según aseguran los analistas, una respuesta contundente del Kremlin. “A Putin no le conviene decir quién es, pero sí reaccionar duro, pero no tanto para una escalada internacional o la ‘tercera guerra mundial’, como muchos dicen, sino para demostrar que es suficientemente fuerte para que nadie entre en su territorio”, concluyó De la Mar.