El sol perpendicular del verano austral derrite los restos de asfalto roto y pedregullo de una calle que hace años estuvo pavimentada. Satisfechos por la entrevista realizada, acomodamos los equipos en la valija del auto, mientras nos secamos el sudor. A lo lejos vemos una pequeña figura humana que se viene acercando, a paso cansino, por el horizonte.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
El único guardia de seguridad que protege la casa mira resignado. Ya sabe lo que ocurrirá a continuación, pero espera con paciencia. La figura humana se agranda. Es un joven oriental, japonés tal vez, sudado, con su camiseta atada a la cabeza para cubrirse del sol. Camina encorvado, con parsimonia y duda, mirando el paisaje a los costados: a su izquierda, un enorme galpón convertido en una escuela agraria para los niños de esa zona rural de Montevideo; a su derecha, dos hectáreas de campo cultivado con acelgas y algunas flores.
Más adelante, entre arbustos y matorrales, está lo que busca.
Antes de llegar al desvencijado portón de madera, el guardia se acerca al joven visitante. Le va a preguntar qué desea, pero el joven se adelanta. “Muchica”, balbucea, con una pronunciación indescifrable. El guardia nos mira y confiesa: es el quinto extranjero esta semana. Le dice que espere. El joven sonríe, agradece, junta sus manos a la altura de la cara. No habla una palabra de español, pero la sonrisa y las manos en señal de favor son lenguaje universal.
José Mujica, o simplemente “el Pepe”, es el habitante de esa chacra (o granja) que está detrás de los matorrales. Allí vive desde poco después de 1985, cuando salió de la cárcel luego de más de catorce años de reclusión. Allí vivió durante toda su gestión como presidente de Uruguay (entre 2010 y 2015) junto a su esposa, la actual vicepresidenta Lucía Topolansky. Allí sigue viviendo y allí planea morir.
El Pepe, como lo conocen todos en Uruguay, en tanto, retira la ropa colgada en una cuerda tendida entre dos arbustos, mientras Lucía termina de preparar el almuerzo. Un guiso de arroz con pollo.
El guardia entra, y sale un minuto después. Atrás de él, llega caminando cabizbajo, lentamente, el hombre al que había ido a buscar el joven oriental, quien abre sus ojos como dos monedas, nos mira sorprendido, ríe de nuevo, se emociona, llora. Cuando Mujica está a su lado, simplemente lo abraza, intenta arrodillarse frente a él; pero Mujica lo detiene, lo levanta y le vuelve a palmear la espalda. Ambos se ríen. El joven no habla español y Mujica no habla la lengua del visitante. Se ríen. Mientras se seca las lágrimas con el dorso de la mano, el joven saca su teléfono móvil y ensaya una selfie. Mujica posa con él, resignado.
EL PRESIDENTE MÁS POBRE DEL MUNDO
Uruguay es un pequeño país acodado entre dos vecinos gigantes, como Argentina y Brasil. Un “paisito” —como lo denominó el escritor Mario Benedetti— conocido por su ganado vacuno, que produce algunas de las mejores carnes naturales del mundo; por sus futbolistas, como Luis Suárez, Édinson Cavani o Diego Forlán; por sus seiscientos kilómetros de playas casi ininterrumpidas; por Punta del Este. Y por Pepe Mujica.
José Mujica, el carismático líder del izquierdista Frente Amplio de Uruguay, fue bautizado por la prensa internacional, entre 2011 y 2012, como “el presidente más pobre del mundo”. Aunque en rigor no lo sea. Simplemente, por elección, no vive como viven la mayoría de los presidentes. Vive, dice él,“liviano de equipaje”.
Desconfía de las cosas y el consumo. Dona su sueldo casi íntegro, porque dice que con el de su mujer le alcanza y le sobra hasta para ahorrar.“Yo tengo un patrón y una forma de vida que no la cambio por ser presidente. Entonces me sobra. A otros tal vez no les alcance, pero a mí me sobra”, decía cuando era presidente de la República.
Lee denodadamente, pero no tiene biblioteca frondosa porque regala los libros. Se pone casi siempre la misma ropa, aunque ya tenga varios años de uso. Mientras no se rompa la sigue usando y a veces la utiliza aun rota. Tiene un celular viejo, porque solo lo usa para comunicarse, y las noticias las lee en papel, religiosamente, y esa parece ser la única religión de este hombre que se define como ateo y amante de la naturaleza.
La suya es una vida de película. Sobre él se han escrito decenas de libros, traducidos a decenas de idiomas, cientos de entrevistas en los medios de comunicación más prestigiosos del mundo, se han hecho varios documentales y películas.
Más de 84 años vividos con toda intensidad, que transcurrieron desde la niñez humilde y trabajadora a la Presidencia de Uruguay, pasando por una juventud que abrazó sueños políticos, primero con el Partido Nacional uruguayo —al que hoy se enfrenta con vehemencia—, luego por la revolución armada, por la tortura recibida y por la cárcel.
En los años sesenta, cuando tenía 29 años, cofundó el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, una guerrilla urbana de izquierda, influida por la revolución cubana y el marxismo. En 1970 fue acribillado a quemarropa: recibió seis balazos y sobrevivió por milagro.
Fue encarcelado, pero en 1971 se escapó. Una fuga cinematográfica, la mayor de la historia uruguaya. Ciento diez presos se fueron en una noche del Penal de Punta Carretas, por un túnel subterráneo, hasta una casa lindera ubicada en el que hoy es uno de los barrios donde vive la gente más pudiente de Uruguay.
Fue nuevamente capturado en 1972 y ya no pudo escapar. Al año siguiente, una feroz dictadura se instaló en Uruguay.
Mujica permaneció preso hasta 1985. Fueron más de catorce años de reclusión, durante los cuales fue torturado salvajemente y estuvo la mayor parte del tiempo en absoluto confinamiento y soledad, considerado por la dictadura como un “rehén”, es decir, alguien a quien estaban dispuestos a ejecutar ante cualquier desliz de los tupamaros.
Durante su encarcelamiento recibió golpes, humillaciones, picana eléctrica. Comía poco. Se enfermó de los intestinos y riñones. Perdió sus dientes. Su completa soledad lo llevó a descubrir, entre otras cosas —según contó después—, que las hormigas hacen ruido, que cualquier papel sirve para leer o para escribir, y que el tiempo no puede ser desperdiciado.
Cuando Uruguay recuperó la democracia, en 1985, una amnistía le permitió salir de la cárcel y, al poco tiempo, abrazó la democracia con la misma pasión y convicción con la que antes la había atacado. Fue consecutivamente diputado, senador, ministro… Recorrió incansablemente el país, transmitiendo sus ideas y sueños, con su peculiar manera de hablar, lisa, llana, reflexiva, que se adapta al público con el que está.
Cuando su nombre surgió como precandidato a la Presidencia en 2008, muchos creían que se trataba de una broma. Parecía imposible que este anciano, por entonces desdentado, desaliñado y a veces hasta maloliente, pudiera ganar una campaña electoral y llevar las riendas de un país. Pero aceptó el desafío. Se arregló la dentadura, consintió en peinarse y arreglarse un poco. Sus asesores incluso lograron que por momentos se pusiera un saco de vestir. Corbata jamás. Un atuendo lo suficientemente apto como para ahuyentar algunos temores y ganar las elecciones en 2009, con el 53 % de los votos y mayoría parlamentaria para su partido, el Frente Amplio.
En marzo de 2010 asumió el cargo, pronunciando un discurso histórico ante el Parlamento. En una guiñada del destino, fue su propia pareja y vieja compañera de lucha, la senadora más votada Lucía Topolansky, quien le tomó juramento. El exguerrillero se convertía en presidente democrático. Y, tal vez, en el presidente uruguayo más popular de la historia, tanto dentro como fuera de fronteras.
EL PAÍS DEL AÑO
La Presidencia de Mujica no fue menos apasionante ni cinematográfica que su vida hasta entonces. Se caracterizó por permanentes sorpresas, salidas de protocolo, declaraciones rimbombantes y transformaciones históricas.
Revolucionó el ambiente político local e internacional con leyes que ampliaron los derechos individuales: la ley de despenalización del aborto, la ley de matrimonio igualitario (entre personas del mismo sexo), la ley de regulación y legalización del cannabis, que por primera vez fue producido y comercializado por el propio Estado...
Cuando Europa cerraba sus fronteras a los refugiados de la guerra de Siria y velaba en sus playas a niños que llegaban muertos, él decidió ir a buscar a esos niños y traerlos a Uruguay, en un plan piloto de reasentamiento de familias sirias refugiadas. Cuando el expresidente estadounidense Barack Obama le pidió ayuda para recibir a expresos de la cárcel de Guantánamo, a la que quería cerrar, él aceptó que se instalaran en Uruguay. Intentó intermediar en el proceso de paz que llevó adelante el gobierno colombiano con la guerrilla de las FARC. Dio discursos con lecciones de vida, contra el consumo, las adicciones y en defensa de la libertad, de la vida y del medioambiente en distintos foros globales, que fueron reproducidos hasta el hartazgo en YouTube y las distintas redes sociales.
Aunque tiene altos porcentajes de popularidad, dentro de su país no concita unanimidades y es tan amado como odiado: ha sido muy cuestionado por una parte de la ciudadanía. Pero fuera de fronteras se ha constituido, sin duda, en uno de los líderes más populares del mundo.
Tanto que, en 2014, fue postulado para el premio Nobel de la Paz por la ONG holandesa Drug Free Institute, por 115 profesores de la universidad alemana de Bremen y por el expresidente soviético Mijail Gorbachov, quien lo definió como un “ejemplo vívido del valor de los valores”.
Ha sido elogiado por personalidades internacionales del más diverso origen y, bajo su mandato, The Economist declaró a Uruguay “el país del año 2013” por sus reformas que “podrían beneficiar al mundo”.
UNA FORMA DE VIDA
La casa en la que vive José Mujica, y en la que permaneció siendo presidente, está ubicada en una zona rural de Montevideo llamada Rincón del Cerro. Toda la vivienda es probablemente más chica que el dormitorio de la mayoría de los presidentes del mundo. Consta de una cocina, un baño, un pequeñísimo living —en el que apenas caben apretadamente una mesa para dos personas, una biblioteca y un escritorio— y el dormitorio, con una cama de dos plazas y una bicicleta fija. En total son unos cincuenta metros cuadrados, con techo de chapa verde, un alero al frente y pintura descolorida por el tiempo, la humedad y la lluvia.
Es una casa que, aunque no deja de ser acogedora, invita más bien a estar afuera, en contacto con la naturaleza. Alrededor pueden verse un aljibe, decenas de árboles y arbustos autóctonos y, a la sombra de una lavanda, un palo borracho y un ceibo, hay un banco reciclado, hecho con tapas de refrescos. Ese banco se volvió famoso, porque allí Mujica hizo sentarse al rey Juan Carlos de España, mientras le explicaba por qué tuvo “la desgracia de nacer Rey”.
Mujica pregona, como decía el escritor uruguayo Eduardo Galeano, volver “a un tiempo con tiempo para perder el tiempo”. Un mundo en el que las cosas no nos controlen y que la gente trabaje para vivir y no viva para trabajar. Un mundo en el que prime la búsqueda de la felicidad.
Y la felicidad para Pepe Mujica supone pensar, hacer política, cultivar flores, mimar a su perra, leer y manejar un tractor.
A los tractores los guarda en dos galpones que están a pocos metros de la casa, junto al ya famoso “Fusca” o “Escarabajo” azul, modelo 1987, con el que, durante su mandato, se desplazaba fuera de la chacra cada vez que podía escapar de las tareas protocolares.
Aunque la casa es chica, el terreno es grande, de unas 25 hectáreas. Todo a lo largo y ancho de ese predio hay otros ranchos y casas, tan austeras como la de Mujica, en las que viven otras familias o amigos, a quienes les cedió espacios para vivir allí, junto a cultivos de acelgas y otras legumbres para la venta, una pequeña huerta para consumo propio y dos invernaderos donde cultivaba flores. Durante años, las flores fueron su principal ingreso.
La chacra, además, está habitada por varios perros, gatos y gallinas. Pero la mascota más conocida de todas era Manuela: la perra que quedó con solo tres patas, lo acompañó durante años y falleció en 2018.
Mujica y su esposa no tienen servicio doméstico alguno, ni aparatos de confort como lavavajillas o secarropa. La actual vicepresidenta Lucía Topolansky insiste en que ellos pueden con todo: lavar los platos, la ropa, cocinar y limpiar la casa. Pese a su popularidad, Pepe pretende que su vida y sus costumbres no cambien.
En un ámbito global más o menos uniforme, José Pepe Mujica defiende ideas diferentes. En un mundo de ostentación, consumo y búsqueda del éxito, él pregona la sobriedad, la amistad, el cuidado del planeta y el dar prioridad a pasar tiempo con uno mismo.
Mujica no tiene título universitario, pero es un hombre culto. Ha leído y releído todo lo que ha podido y le han permitido, incluso cuando estaba preso y apenas le daban recortes, revistas o libros que no tuvieran ningún tipo de contenido social o político, y se dedicó a leer sobre agronomía. Dice que esos textos le salvaron la vida.
* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial. Darío Alejandro Klein Scherz es un periodista y doctor en Periodismo uruguayo. Es corresponsal de CNN en Español en Uruguay, docente de la Universidad Católica, director de la productora Producciones DeAKa y codirector de Sudestada.Produjo documentales para National Geographic, CNN y Discovery Channel, entre otros.