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Algo que me ha inquietado siempre de Sanae Takaichi es su sonrisa. He buscado si la han caricaturizado en Japón, pero no he encontrado algo que de verdad llame la atención. A veces creo que sus rasgos faciales son tan marcados, que igualan la exageración que pueda hacerse en una ilustración.
Takaichi se aleja del hábito que denota feminidad en Japón, el de cubrirse la boca y los dientes al sonreír. Ella los muestra siempre, de frente. Su sonrisa es fuerte, demasiado directa, casi agresiva, casi se escucha. Y eso me inquieta.
Esta mujer, repito, de sonrisa amplia y de pómulos prominentes fue descrita como “hombre honorario” por la escritora Kyoko Nakajima. Y es que la figura de Takaichi sí inspira decoro, modestia, cuidado y respeto, con lo que enfatiza un cierto halo femenino acorde con el común de los japoneses, e incluso con la familia imperial. Pero también alude a la fortaleza, la disciplina o la racionalidad estereotípicas de la masculinidad.
De pelo corto, liso, negro profundo, peinado. Trajes a la medida que con el paso del tiempo se han hecho cada vez más azules, más oscuros. Accesorios sutiles: aretes diminutos, un collar de perlas, reloj y quizás un broche de su partido. Poco o nada de maquillaje. Pose recta, mirada fija y alerta, con frecuencia sonriente.
Takaichi recuerda la pulcritud de las “office ladies” (OL) de la década de los 90 que, de falda, chaleco y colmadas de dulzura, aún se recrean en la cultura popular de anime y dorama japoneses, y que en un momento, debido a su gran número, adornaron las estadísticas de la fuerza laboral femenina porque sí, eran o son trabajadoras de las grandes empresas, pero en cargos asistenciales sin mayor desarrollo profesional, pues un día se casarán y serán madres. Renunciarán.
A diferencia de las OL de la ficción popular y la realidad, Takaichi es la figura de una mujer que se queda en su puesto y hace carrera. Para ello niega la dulzura o la vulnerabilidad que estereotípicamente han sido conectadas con la feminidad, y así proyecta rectitud y disciplina, racionalidad, siguiendo la estética de un mundo masculino y patriarcal. En un cuerpo visiblemente de mujer, Takaichi aparenta una cierta equidad, pero en realidad reclama poder neutralizando su cuerpo y adaptándolo a los códigos de autoridad masculina.
Entonces, no es de extrañar que su política sea similar, de corte patriarcal.
Las posturas de Takaichi encarnan las doctrinas que fundamentaron el proceso de construcción de la nación (patriarcal) japonesa desde finales del siglo XIX y que eventualmente condujeron a la consolidación del ultranacionalismo.
Con esto me refiero a la comprensión de la sociedad japonesa como una sola familia extendida, unida por la misma sangre, habitante del mismo territorio, hablante de la misma lengua y encabezada por el emperador como el gran patriarca, que en pequeño, en cada familia, era representado por el padre. Y a la promoción de la división de los espacios productivos y reproductivos con políticas como la de “sabia madre, buena esposa”, que condenaron a la sociedad a una estructura regida por un capitalismo heteronormativo.
A las mujeres en específico las hizo guardianas de la moralidad de un sistema familiar, fundamentado en la figura del emperador. No en vano, el movimiento de liberación de la mujer y algunos avances feministas hasta los 90 atacaron al sistema imperial como base de una sociedad que da autoridad a los hombres por ser hombres.
Ya se han hecho populares las declaraciones que evidencian su postura conservadora frente a cualquier derecho ganado o en proceso de desarrollo en contra de las imposiciones del género binario y las tendencias etnocentristas.
Las frases de su campaña incluyeron, traducidas al español, “Con la fuerza interna de Japón, nos moveremos hacia un futuro de crecimiento”, “Empujaré a Japón a la cima de nuevo”, “Por el bienestar y la fortaleza del archipiélago japonés” y “Trabajaremos como caballos de batalla”.
En sus palabras hay huellas del orgullo nacionalista que caracterizó el camino a la guerra, y evidencias de querer poner nuevamente el sobreesfuerzo laboral como valor fundamental, tal cual se hizo en la reconstrucción de la posguerra, cuando los hombres se consagraron a las empresas y las mujeres al hogar, por el bienestar de la nación.
Luego de unos días de haber sido nombrada como primera ministra, sabemos que su agenda es ultraconservadora, y entonces que el aumento de la representación de mujeres en cargos de poder, aunque puede tener una fuerza simbólica que esta vez marca la historia de Japón y del mundo, no es suficiente. No implica transformación.
El 21 de octubre, en la ceremonia de su nombramiento oficial como primera ministra, Takaichi caminó en línea recta hacia el emperador. Vestida de negro y con una falda recta que le cubría los tobillos, se mimetizó en medio de los hombres de la sala, pero no dejó de apelar a una cierta feminidad con los tacones y un par de accesorios. En esta oportunidad nuevamente sonrió. Rompió la absoluta inexpresividad de sus homólogos del gobierno y levemente sonrió.
* Ph.D., profesora asociada. Departamento de Historia del Arte, Facultad de Artes y Humanidades de la Universidad de los Andes. Representante académica y cultural, Centro del Japón.