Marta Lucía Ramírez arrancó con pie firme el desempeño de su nuevo cargo: ministra de Relaciones Exteriores, que ejercerá de manera simultánea al de número dos del Gobierno (por cierto: ¿ya se posesionó de la Cancillería?).
Los dos puestos no son incompatibles ni contradicen ninguna norma; por el contrario, la Constitución prevé que el vicepresidente ejerza otra posición u otras funciones en el Gobierno, y ya otros lo habían hecho antes que Ramírez. Que el presidente Duque la haya encargado de los dos trabajos en la recta final de su mandato envía el mensaje de que los problemas en la diplomacia se estaban pasando de castaño a oscuro y requerían, por tanto, una fórmula de tratamiento especial.
Y sin pausa ni dudas, antes de llegar a su nuevo despacho en el palacio de San Carlos, Ramírez inició su primer viaje al exterior (¿estaba organizado desde antes?). Y nada menos que a Washington, la capital de la principal contraparte diplomática de Colombia. La urgencia llamativa pone de presente el delicado momento por el que atraviesan las relaciones bilaterales. Y explica, también, que el presidente Duque haya unificado en una sola cabeza los cargos de canciller y vicepresidente. Las relaciones exteriores constituyen una prioridad de la agenda de gobierno, es el claro mensaje.
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Los vínculos entre Bogotá y Washington, por su parte, están en un momento complejo, retador y decisivo, de creciente expectativa. El gobierno de Iván Duque se la había jugado por ser un aliado especial de la polémica administración de Donald Trump —muy cuestionada en el frente externo— y con la victoria demócrata y el arribo de Joseph Biden a la Casa Blanca se plantearon hipótesis sobre un posible giro en la política de la casa de Nariño hacia Estados Unidos, pero una jugada en esa dirección quedó descartada con el nombramiento de la vicepresidenta Ramírez. Más que cambio de rumbo, su llegada a Washington esta semana manda un mensaje de continuidad de la perspectiva desde Bogotá. No hay giro.
La pregunta es qué tan bien recibida será esa decisión en el gobierno Biden. Algunas de las primeras declaraciones sugieren que hay puntos de cercanía —como la posición crítica hacia Venezuela—, pero que reaparecen otros asuntos que en el pasado habían sido difíciles bajo administraciones demócratas en Estados Unidos. En primer lugar, la agenda de derechos humanos, cuyo regreso a un lugar de prioridad para la Casa Blanca coincide con los lamentables enfrentamientos en Colombia entre civiles y militares durante los días del paro nacional, con sus relatos atroces e imágenes que dejaron testimonios sobre indudables excesos en el uso de la fuerza. La vicepresidenta canciller recibirá más de una pregunta espinosa sobre el tema, y no solo en los salones del gobierno —donde se las formularán en forma respetuosa—, sino en los medios de comunicación y en las organizaciones no gubernamentales, que serán de tono más cuestionador y crítico. La vicepresidenta canciller tomó el toro por los cuernos con esta visita, que no estará exenta de episodios complejos.
Más que enfrentar la coyuntura por lo que le dicta el corazón y por su trayectoria muy cercana al sector privado, la canciller Ramírez en el diseño de su agenda quisiera mantener una visión con énfasis en la economía, sobre todo después de los destrozos producidos por el coronavirus en todo el continente. ¿Qué salidas habrá para una recuperación firme y generalizada?
Pero habrá otros puntos en la agenda —con el Gobierno, los medios y los centros de pensamiento— que serán de menor agrado de la vicepresidenta canciller: los derechos humanos, el tratamiento de las recientes manifestaciones por parte de las fuerzas del orden con sus evidentes excesos, las razones para un paro de dimensiones sin antecedentes y los criterios bajo los cuales actuaron las fuerzas del orden para enfrentarlo. El presidente de Estados Unidos no es Trump, ¡sino Biden!
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Y a la vicepresidenta canciller también le llegarán preguntas sobre la muerte de Jesús Santrich. ¿En esta visita los colombianos conocerán más detalles, y más profundos, sobre su muerte? ¿Y sobre sus repercusiones? ¿Qué vendrá ahora, en la medida en que se sepa más sobre la disidencia de las Farc, sus condiciones de operación y sus verdaderas intenciones y capacidades?
El asunto, espinoso de por sí, está ligado al impredecible curso que han tomado las relaciones de Colombia con Venezuela. La ruptura de los vínculos diplomáticos, hasta ahora, tiene el apoyo de las mayorías del común, pero genera serias dudas en la comunidad académica y los círculos especializados. Una prolongación indefinida o demasiado larga de la tensión e indefinición actuales —ya van más de dos años— terminará afectando a todas las partes. ¿Es sostenible esta situación de incomunicación, conflicto latente y enemistad en ascenso entre contrapartes que hasta hace poco reconocían su dependencia mutua? Hasta ahora Biden ha dado señales de que va a mantener la línea dura hacia Caracas planteada por su antecesor. ¿Lo hará? ¿Le conviene a Colombia, con una agenda tan amplia y compleja con Venezuela, mantener esta actitud confusa y conflictiva?
Ramírez tendrá en Washington un bautizo de fuego para el ejercicio de sus dos cargos simultáneos. Varias posiciones ocupadas en el pasado la han llevado al mundo diplomático de Washington, donde tiene familiaridad con los grandes protagonistas y sus problemas principales. No en vano, había programado y diseñado esta visita antes de conocer su nombramiento como ministra de Relaciones Exteriores. Otra cosa es que ahora, como canciller y vicepresidenta, aspire a lograr más atención de las diversas audiencias de la capital estadounidense y de Colombia. ¿Buscaba eso el presidente Duque al nombrarla en el doble cargo?
Hasta la semana pasada, la gran pregunta sobre la vicepresidenta era si dejaría su puesto en el Gobierno para lanzar una campaña al más alto nivel, pero esto ha quedado descartado. Marta Lucía se fue, pero no para la campaña sino para la Cancillería. El tiempo y su gestión dirán si fue una decisión acertada.
*Excanciller y periodista