El Baile de la Caña o "Umhlanga", en el que participaron el lunes decenas de miles de muchachas de Suazilandia es una de las tradiciones africanas más vivas aunque expuesta a tentativas crecientes de recuperación política por parte de un monarca cuestionado. Ver video del desfile.
Durante largas horas, los cantos que acompañan los bailes resonaron en la residencia real de Ludzidizini, punto culimante de las festividades anuales que han cautivado la imaginación y chocaron también por la costumbre tomada por su majersta Mswati III hasta 2004 de eligir a una nueva esposa (tiene 13 en total) entre estas jóvenes vírgenes con el pecho al descubierto.
Este año participarían algo más de 80.000, traídas en camiones, según las autoridades que tienden a inflar las cifras.
El "Umhlanga" tiene su contrapunto masculino en plena luna de diciembre, cuando les corresponde a los jóvenes hombres del reino cantar al rey.
El éxito está garantizado en este pequeño país de un millión de habitantes que ofrece pocas distracciones y donde el folclor sirve de bandera nacional, pero el encanto de esta liturgia empieza a perder brillo con la crisis política y económica.
"Tenía la costumbre de ir cuando era adolescente. Me gustaba estar en el campo, lejos de la casa con casi todas la chicas de mi pueblo y el día del baile estaba en primera fila, toda esa atención me gustaba", cuenta Khosi, que ahora quiere mantener el anonimato.
Esta estudiante de 24 años empezó a ver las cosas de forma diferente cuando entró en la universidad y comprobó la dificultad de obtener una beca o seguir cursos con horarios regulares.
"El Umhlanga expresa nuestra lealtad al rey y pensé ¿por qué debería servir al rey? Incluso hoy, está mudo frente a la crisis de la enseñanza", dice.
La falta de servicios públicos en este pequeño paraíso de tradiciones afecta a todos las áreas, según ella: "No encontramos casi nada en el hospital, ni siquiera antibióticos de base, jarabe contra la tos o un antiveneno para las picaduras de serpiente en zona rural".
El sistema de sanidad público es sin embargo crucial en un país de altos niveles de pobreza y donde el 26% de la población está infectada por el virus HIV, un récord.
"Pero la gente no relaciona los problemas con el sistema político", suspira Khosi. Sus abuelos se preocupan porque participa en las manifestaciones que sacuden al reino desde 2011 y ya pasó varias horas en una comisaría en abril de 2011.
"El baile crece cada año. El rey se sirve de él para mostrar el apoyo de la población y hacer pasar a los progresistas por locos", dice.
En el palacio real, Bulunga, de 79 años, confirma que no ha visto tantas chicas, desde un bebé de tres años a la treinteañera: "En tiempos de Sobhuza II (el padre del rey, ndlr) no éramos tantas".
El ambiente es festivo. Los días anteriores al baile, las calles de los alrededores ofrecen el espectáculo de estas mujeres y niños que vuelven de la tala de cañas destinadas originalmente a la tradición de rendir homenaje a la reina madre y al mantenimiento de sus propiedades.
Thelumusa Hlophe, de 18 años, está encantada: "He hecho amigas nuevas", dice y asegura que "adora al rey" y está "orgullosa" de bailar con el pecho al descubierto, aunque reajusta púdamente el "umgaco", la bufanda con pompones de lana roja, amarilla y azul que le ciñe el pecho y señal, subraya, de su "virginalidad".
El partido de oposición Pudemo (prohibido), denunció una distracción "para los pobres opuesta a un verdadero proceso para encontrar soluciones a las cuestiones de fondo", en un comunicado.
Pero atacarse al Baile de la Caña para criticar el rey y la ausencia de multipartidismo es pena perdida, explica un padre de familia, Simphiwe, Mngometulu, de 35 años.
"Si pensamos que vamos a resolver la crisis económica prohibiendo a su hija ir al baile de la Caña, no puede funcionar", dice.
"Pero no deberían justificar sus equivocaciones con la tradición", añade, denunciando el clientelismo del rey. "Usan la tradición para que no hagamos preguntas porque en nuestra tradición, está mal cuestionar las cosas".