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“A partir de hoy debemos rehacer a EE.UU.”

Su alocución presidencial  fue planeada durante dos meses. A pesar del tono esperanzador, el presidente entrante no ocultó su preocupación.

El Espectador

20 de enero de 2009 - 06:00 p. m.
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Estoy acá ante ustedes humilde por la tarea que enfrentamos, agradecido por la confianza que me han conferido, consciente de los sacrificios de nuestros ancestros. Le agradezco al presidente Bush por su servicio a nuestra nación, así como la generosidad y cooperación que ha mostrado durante esta transición (...).

Que estamos en medio de una crisis es bien entendido. Nuestro país está en guerra contra una red de violencia y odio con un alcance largo. Nuestra economía está gravemente debilitada, consecuencia de la codicia y la irresponsabilidad de algunos, pero también por nuestro fracaso colectivo de tomar decisiones difíciles y preparar a nuestra nación para una era. Se han perdido hogares, destruido empleos, se han cerrado negocios. Nuestro sistema de salud es demasiado costoso, nuestras escuelas les fallan a demasiados y cada día hay más evidencias de que la forma en que usamos la energía fortalece a nuestros adversarios y amenaza a nuestro planeta (...)

Hoy les digo que los desafíos que afrontamos son reales. Son serios y son muchos. No serán resueltos fácilmente o en un corto tiempo. Pero sepan esto: serán resueltos. En este día, nos reunimos porque hemos escogido la esperanza sobre el miedo, la unidad de propósitos sobre el conflicto y la discordia. En este día, venimos a proclamar un fin a quejas insignificantes y promesas falsas, las recriminaciones y dogmas desgastados, que por demasiado tiempo han estrangulado nuestra política (...)

Seguimos siendo la nación más próspera y poderosa sobre la Tierra. Nuestros trabajadores no son menos productivos de lo que eran cuando comenzó esta crisis. Nuestras manos no son menos inventivas, nuestros bienes y servicios no son menos necesitados de lo que lo eran la semana pasada o el mes pasado o el año pasado. Nuestra capacidad no se ha disminuido. Pero el momento de estar quietos, de proteger intereses estrechos y de posponer decisiones desagradables, ese momento con seguridad ha pasado. A partir de hoy, debemos levantarnos, sacudirnos el polvo y comenzar de nuevo el trabajo de rehacer a Estados Unidos.

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Donde quiera que miremos, hay trabajo qué hacer. El estado de la economía exige acción, audaz y veloz, y actuaremos, no sólo para nuevos empleos, también para sentar nuevos cimientos . Construiremos carreteras y puentes, las redes eléctricas y líneas digitales que alimentan nuestro comercio y nos unen. Devolveremos a la ciencia a su lugar apropiado y haremos uso de las maravillas de la tecnología para subir la calidad de la salud y reducir sus costos. Transformaremos nuestras escuelas y colegios y universidades para que encaren las exigencias de una nueva era. Podemos hacer todo esto. Y haremos todo esto (...)


Lo que nos preguntamos hoy no es si nuestro gobierno es muy grande o muy chico, sino si funciona. Si ayuda a familias a conseguir trabajos con un salario decente, salud que puedan costear y una jubilación digna (...) Aquellos de nosotros que manejan el dinero público rendirán cuentas, para gastar con sabiduría, reformar malos hábitos y hacer negocios a la luz del día, porque sólo entonces podremos restaurar la vital confianza entre el pueblo y su gobierno (...)

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Recuerden que generaciones anteriores encararon al fascismo y el comunismo no sólo con misiles y tanques, sino con alianzas fuertes y convicciones duraderas. Ellos comprendían que solamente nuestro poder no puede protegernos, ni nos da el derecho de hacer lo que queramos. En cambio, ellos sabían que nuestro poder crece con un uso prudente; nuestra seguridad emana de la justicia de nuestra causa, la fuerza de nuestro ejemplo, de las cualidades atenuadas de la humildad y la moderación.

Somos los guardianes de este legado. Guiados por estos principios una vez más, podemos afrontar esas nuevas amenazas que demandan incluso esfuerzos mayores, una mayor cooperación y entendimiento entre los países. Comenzaremos con traspasar responsablemente Irak a sus pobladores y forjar una paz duramente ganada en Afganistán. Con viejos amigos y ex enemigos trabajaremos incansablemente para disminuir la amenaza nuclear y el espectro del calentamiento del planeta. No nos disculparemos por nuestro modo de vida, ni bajaremos nuestras defensas. Y para quienes buscan avanzar en sus intentos por inducir el terror y la matanza de inocentes, les decimos que nuestro espíritu es más fuerte y no puede romperse, no pueden sobrevivirnos y los derrotaremos.

Porque sabemos que nuestra herencia diversa es una fortaleza, no una debilidad. Somos una nación de cristianos y musulmanes, judíos e hindúes y de no creyentes. Estamos modelados por todos los idiomas y culturas, atraídos de cada rincón de esta tierra, y como hemos probado el trago amargo de la guerra civil y la segregación y emergido de ese capítulo oscuro más fuertes y más unidos, no podemos evitar creer que los viejos odios pasarán algún día, que las líneas de las tribus pronto serán disueltas, que a medida que el mundo se hace más pequeño, nuestra humanidad común se revelará y que E.U. debe jugar su papel en marcar el comienzo de una nueva era de paz.

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Al mundo musulmán, buscamos una nueva forma de salir adelante, con base en nuestros intereses y respeto mutuos. A los líderes mundiales que buscan sembrar conflicto o culpar de los males de su sociedad a Occidente, sepan que su gente los juzgará por lo que puedan construir, no por lo que destruyen. A quienes se aferran al poder a través de la corrupción y el engaño y silencian a los disidentes, sepan que están del lado equivocado de la historia, pero que extenderemos una mano si están dispuestos a deshacer el puño.

A la gente de los países pobres, prometemos trabajar juntos (...) Y a aquellas naciones como la nuestra que disfrutan de relativa abundancia, decimos que no podemos afrontar más la indiferencia de los que sufren fuera de nuestras fronteras, ni podemos consumir los recursos del mundo sin tomar en cuenta sus efectos. Porque el mundo ha cambiado y debemos cambiar con él (...)

Nuestros desafíos pueden ser nuevos. Los instrumentos con los que los afrontamos pueden ser nuevos. Pero esos valores sobre los que depende nuestro éxito —el trabajo duro y la honestidad, el valor y el juego limpio, la tolerancia y la curiosidad, la lealtad y el patriotismo—, esas son cosas viejas. Esas cosas son verdaderas. Ellas han sido la fuerza subyacente del progreso a lo largo de la historia. Lo que se pide entonces es un retorno a esas verdades. Lo que requerimos ahora es una nueva era de responsabilidad, un reconocimiento, de parte de cada estadounidense, de que tenemos deberes hacia nosotros

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mismos, a nuestro país y el mundo, deberes que no aceptamos a regañadientes sino más bien con alegría, firmes en el conocimiento de que no hay nada más satisfactorio para el espíritu, tan definidor de nuestra personalidad, que dar todo lo que podamos ante una tarea difícil.

Este es el sentido de nuestra libertad y credo, el por qué hombres y mujeres y niños de todas las razas y creencias pueden unirse en celebración en este magnífico Mall, y el por qué un hombre cuyo padre hace menos de 60 años podría no ser atendido en un restaurante local, está hoy aquí para tomar el juramento más sagrado.

Así que marquemos este día con recuerdo de quiénes somos y cuán lejos hemos llegado. En el año de nacimiento de E.U., en los meses más fríos del año, una pequeña banda de patriotas se acurrucan cerca de fogatas languidecientes a las orillas de un río congelado. La capital fue abandonada. El enemigo avanzaba. La nieve se mezclaba con la sangre. En ese momento, cuando el resultado de nuestra revolución pendía de un hilo, el padre de nuestra nación ordenó que se leyeran estas palabras: ‘Informen al mundo futuro... que en las profundidades del invierno, cuando nada sino la esperanza y la virtud pueden sobrevivir... que la ciudad y el país, alarmados ante un peligro común, han salido al frente para enfrentarlo’.

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Estados Unidos: a las puertas de nuestros peligros comunes, en este invierno de nuestras privaciones, recordemos estas palabras eternas. Con esperanza y virtud, afrontemos una vez más las corrientes heladas y hagamos frente a lo que traiga la tormenta. Que los hijos de nuestros hijos digan que cuando fuimos puestos a prueba, rehusamos dejar que este viaje terminara, que no volvimos atrás, que no fallamos y con los ojos fijos en el horizonte y con la gracia de Dios, llevamos adelante el gran regalo de la libertad y lo entregamos de forma segura a las futuras generaciones.

El último vuelo del águila republicana

El mismo río de gente que aclamó a Obama guardó un silencio amargo cuando vio aparecer en el Capitolio al hoy ex presidente George W. Bush. Horas después, cuando ya acababa la tarde, vieron su helicóptero, en otrora el “Air Force One”, atravesar el cielo de Washington llevando consigo a George W. Bush, a Laura y a ocho años de gobierno republicano que terminaban el martes con el 22% de aprobación y una larga lista de controversiales decisiones políticas.

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Fue el mismo presidente Barack Obama quien le dijo adiós en la base de la Fuerza  Aérea Andrews. Le dio un fuerte abrazo y lo vio despedirse  desde la puerta de la aeronave, que lo habría de llevar a su nuevo hogar, una casona en un exclusivo sector residencial de Dallas, Texas.

Por El Espectador

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