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El 29 de enero fue el comienzo de una pesadilla en Italia. Ese día, el país europeo registró sus primeros casos de coronavirus, dos turistas chinos. Desde entonces, ha sido una lucha constante para los trabajadores de la salud en ese país, uno de los más golpeados del mundo. Equipo de protección improvisado, arduos y largos turnos y todo eso mientras están rodeados del sufrimiento de desconocidos, aislados de sus seres queridos.
Algunas de esas valientes personas tienen otro reto: están al principio de sus carreras médicas, y tienen que aprender en las condiciones más difíciles e inesperadas.
Francesco Frigo se graduó de sus estudios de medicina hace menos de un año. Estudió en la Universidad de Parma, en Emilia-Romaña, una de las regiones más afectadas del país. Hasta la fecha, hay casi 23 mil casos registrados en la región. Cuando apenas había empezado la crisis, la Autoridad Hospitalaria de Parma publicó una convocatoria para la contratación de personal médico para hacer frente a la emergencia. El joven de 25 años decidió enviar su solicitud.
Por su propia admisión, Francesco “no tenía experiencia en el campo,” además de algunas pasantías y actividades voluntarias durante sus años universitarios. Pero menos de 24 horas después de postularse, el joven recibió una llamada y al día siguiente se encontró en un hospital.
“Al principio estaba bastante asustado, pero luego de hablar con algunos amigos que ya estaban trabajando en la sala de aislamiento, decidí aceptar. Los primeros días fueron evidentemente los más difíciles porque por primera vez me encontré con la responsabilidad directa de la salud de los enfermos,” dice Francesco.
Poco después de empezar a trabajar en el hospital, el joven tuvo que enfrentar una situación particularmente delicada. Un hombre de 35 años con síndrome de Down estaba hospitalizado con el virus. El paciente se estaba recuperando cuando llegó una terrible noticia. Su padre, quien también estaba infectado por el virus, murió. Al enterarse de la muerte, el paciente afligido vino a llamar a la puerta de los médicos. Francesco recuerda ese momento fuerte: “Manteniendo la calma, nos preguntó: ‘¿Pueden darme un abrazo?’.”
Enfrentar el dolor y el aislamiento de los pacientes y prestar atención también a su propia seguridad y a la de los seres queridos, es una de las dificultades que cuentan Francesco y muchos médicos y enfermeros jóvenes que, como él, dan sus primeros pasos en la práctica médica durante la lucha contra la pandemia.
Elisa Errani, enfermera de 23 años, se encuentra en una situación parecida. Como Francesco, Elisa se graduó el año pasado. Se está preparando para entrar en una unidad para pacientes de coronavirus.
“Sinceramente, estoy un poco asustada. Este tipo de paciente es nuevo para mí. No he trabajado mucho en el campo, y cuando lo hice, estaba en cirugía. No tenía ninguna experiencia en enfermedades infecciosas, así que tengo que confiar en lo que estudié. Han estado haciendo cursos sobre cómo manejar este tipo de pacientes para tener el mayor conocimiento posible, pero la teoría es una cosa y la práctica es otra.”
En ciertos casos, cuestiones burocráticas impiden que algunas personas ayuden tanto como quisieran. Hay médicos que se han graduado, y están totalmente cualificados para manejar la emergencia, pero que por cuestiones administrativas y un programa educativo anticuado no se les permite trabajar en hospitales. Por esta razón, muchos, como Nicola Laurora, se unen a agencias que apoyan el sistema nacional de salud.
Nicola, de 29 años, lamenta la situación: “No nos han entrenado para enfrentar la emergencia, y sin embargo, también estamos en la primera línea. Somos el comodín, pero el problema con el comodín, es que lo puedes descartar en cualquier momento. Somos los que llenamos los agujeros, pero merecemos que nos den seguridad, estabilidad y una posición real.”
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Incluso para los trabajadores con más experiencia, los retos que conlleva esta pandemia son abrumadores. Valentina Paci, médica de 27 años, trabaja en Bolonia, capital de la región norteña de Emilia-Romaña. Según Valentina, ha sido muy difícil ver de primera mano el aislamiento de los pacientes más ancianos y vulnerables.
“El aislamiento es total porque no pueden usar el teléfono. Y si hay algo que me ha llamado la atención es cómo los familiares nos piden cada vez que le digamos al paciente que han llamado, que le saludan, que le quieren, que le expliquen por qué no van a verle, porque para muchos ancianos no está tan claro.”
Hasta la fecha, más de 150 trabajadores de la salud han muerto del virus en Italia, lo que refleja la severidad del riesgo para estas personas. Por eso, a veces el aislamiento se extiende a los mismos médicos y enfermeros. Veronica La Motta trabaja en Rimini, también en Emilia-Romaña. Varios compañeros de la enfermera de 29 años han tenido que aislarse de sus familias.
“Mi nueva jefa, como muchos, dejó a sus hijos con sus abuelos y sólo los ha visto por teléfono durante al menos un mes. Una chica recién graduada que empezó a trabajar conmigo vive en una caravana en el jardín de sus padres para no infectarlos o al menos no arriesgarse,” dice Veronica.
La enfermera también tiene algunos recuerdos dolorosos de los pacientes que ha tratado: “Tengo en mente muchas caras, de los que te miran asustados, de una señora que estalló en lágrimas cuando entré en la habitación porque tenía miedo de estar al lado de otra señora que andaba mal porque temía el mismo destino”.
Aunque parece que Italia finalmente esté saliendo del periodo más difícil, todavía hay mucho trabajo por hacer para estos jóvenes médicos y enfermeros, y sin duda los recuerdos de estos tiempos vivirán con ellos para siempre.