En diciembre del año pasado, el presidente de Nigeria, Muhammadu Buhari, anunció con cierto dejo de orgullo que Boko Haram, el ejército extremista que ha azotado por años la zona norte del país, había sido derrotado. Había sido su promesa de campaña: derrotar, por fin, al ejército dirigido por Abubakar Shekau —cuya biografía se ignora—, al ejército que ha asesinado a 17.000 personas desde 2009 y por cuyas acciones más de 2 millones se han desplazado. Buhari era entusiasta: recordaba que en todo 2015 Boko Haram había perdido el territorio ganado a fuerza de bala en las provincias de Borno y Adamawa. La realidad se encargó de refutarlo: este lunes, a causa de tres ataques suicidas, al menos 26 personas fueron asesinadas en la localidad de Bodo, en el vecino Camerún, a donde los militantes pasan con cierta frecuencia para atacar.
Una curaduría somera de sus maniobras destructoras afirmaría que, lejos de ser derrotado, Boko Haram sólo ha perdido territorio, pero nunca la voluntad de continuar con su idea de formar un califato entre Nigeria, Chad, Níger y Camerún (una suerte de nación bajo la ley islámica más estricta), ni tampoco ha disminuido su lealtad al Estado Islámico. En enero de 2015, en varias localidades norteñas en Camerún, secuestraron a 80 personas (entre ellos, 50 jóvenes y niños); entre julio y noviembre asesinaron a 27 personas en tres atentados en esa misma región; en la noche del 2 de diciembre, en Waza (también Camerún), mataron a cuatro y a causa de sus escaramuzas los turistas han abandonado la posibilidad de pasar por esta zona, antes tan apetecida por viajantes europeos.
El analista Ryan Cummings escribió en CNN: “Los actos de violencia que el gobierno nigeriano ha ridiculizado como indicativos de las debilidades de Boko Haram, en realidad son los mismos mecanismos que la han convertido en una de las —si no es que la única— organizaciones terroristas más mortíferas del mundo”. Según Cummings, Boko Haram dio un paso atrás al volver a la clandestinidad (causado, en parte, por la unión de los ejércitos fronterizos en una lucha conjunta, a pesar de sus debilidades económicas), pero volver a su modelo anterior podría sólo augurarles una resurrección próxima y no una derrota segura. En Camerún, desde 2013, han muerto 1.200 personas por los más de 30 ataques suicidas perpetrados por los yihadistas. De acuerdo con el diario Le Monde, Boko Haram utiliza Camerún como una fuente de aprovisionamiento de “armas, vehículos y mercancías”.
El grupo continúa con su “política de terror”, que se ha demostrado efectiva. Un periodista de Le Monde fue testigo en una ocasión del momento en que Boko Haram entró a un pueblo y el ejército, sin hacer un intento de defensa, se dio a la fuga en medio del terror. Así, en numerosas localidades aún abandonadas por sus gobiernos centrales y con ejércitos oficiales debilitados, Boko Haram puede tener una mayor influencia entre la población: entre aquellos que les creen y aquellos que les temen. En octubre del año pasado, Estados Unidos envió a 300 militares para que cubrieran la frontera en Camerún. La estrategia de ataque entre los ejércitos nacionales se ha visto afectada, según una comisión organizada por Buhari, por sospechas de corrupción y de gastos fantasmas. Un reporte reciente de la agencia EFE apuntó que los soldados cameruneses, que nunca se habían enfrentado a un enemigo que suele decapitar a sus víctimas o desollarlas o volverlas pedazos, sufren de estrés postraumático y fracasan en su tarea.