Una de las consecuencias palpables de los atentados en Bruselas, que dejaron más de 30 muertos y cerca de 200 heridos, es el rechazo a los migrantes bajo la creencia, carente de peso, de que son los foráneos quienes atraen la desgracia a la utopía europea. El gobierno polaco, por ejemplo, dijo que “no está preparado” para recibir a los 7.000 inmigrantes que se había comprometido a refugiar en su territorio: el presidente, Andrzej Duda, afirmó incluso que podrían traer “epidemias” y “todo tipo de parásitos” que infectarían a sus nacionales.
La realidad, sin embargo, tiene matices relevantes. Hasta ahora, dos de los cuatro atacantes de Bruselas, que han sido identificados por la policía como los hermanos Brahim y Jalid El Bakraoui, son belgas. El tercero, Najim Laachraoui, nació en Marruecos pero fue criado en Bruselas y estudió allí en una escuela católica. Ninguno de ellos tres encaja en el perfil del migrante que amenaza los cimientos europeos, ni tampoco lo hicieron los ejecutores de los atentados en París.
Una lista general de los orígenes de los responsables de los atentados de París y Bruselas da cuenta de que el enemigo de Europa viene de adentro y que en este caso los refugiados son las víctimas directas de un prejuicio. Ismael Omar Mostefai, uno de los suicidas que atacaron el teatro Bataclán en la noche del 13 de noviembre, era francés; también lo era Samy Amimour, el otro suicida. Salah Abdeslam, el único de los responsables de los ataques de París que quedó vivo, es belga. Su hermano, Ibrahim Abdeslam, venía de allí. Abdelhamid Abaaoud, abatido en la comuna francesa de Saint Denis el año pasado, era belga de orígenes marroquíes. (Lea: Europa encontró en el Estado Islámico a un enemigo que todavía no sabe cómo derrotar)
Las autoridades dicen que Najim Laachraoui, también involucrado en los tiroteos de París, estuvo en Siria luchando al lado del Daesh (o Estado Islámico). Laachraoui no es un caso singular: cientos de belgas han partido hacia Siria, a través de Turquía, para unirse a las fuerzas del grupo matriz que hoy controla buena parte de ese país y zonas extensas de Irak. Y junto a los belgas, parten franceses, ingleses, rusos, turcos y alemanes. En ese sentido, el origen tiene poco que ver con el hecho de acompañar a un grupo extremista en su conquista macabra de Europa: el Daesh aprovecha las divisiones culturales y políticas para afianzar un discurso donde, sin importar de dónde vengan, sus militantes son bienvenidos a secundar la ideología del Califato y de la conquista religiosa y política. En parte, es una guerra ideológica, no patriótica.
A su condición de apátridas se suma la expansión de células extremistas en el territorio belga. De acuerdo con Le Monde, diez ciudades belgas son consideradas de “alto riesgo” por el gobierno nacional. Es decir, puntos de formación extremista, dedicados a interpretar la ley islámica hasta el punto más desastroso (como imponer la pena de muerte para los homosexuales por su mero gusto sexual). En ocasiones, como en el barrio Molenbeek en Bruselas (de mayoría musulmana), dichos centros han crecido bajo la vista de todas las autoridades, sin que exista un control real ni una comunicación precisa sobre los sospechosos. Bruselas está dividida en seis zonas de Policía Federal y dicha escisión produce ceguera administrativa, ralentiza las investigaciones y fomenta la fuga y el crecimiento de estas células.
Una de las pruebas de que Bruselas, hoy apestada por el silencio y la soledad de sus calles, carece de un sistema íntegro de seguridad, es la captura de Salah Abdeslam. Desde los atentados de París hasta su reciente captura, Abdeslam era el hombre más buscado de Europa. Se pensaba que había huido a Siria para protegerse al abrigo del Daesh. Sin embargo, la historia es muy distinta: en todo ese tiempo, Abdeslam logró cruzar la frontera entre Francia y Bélgica y se refugió en Molenbeek, la comuna en apariencia más vigilada por el Ejército belga. Otra prueba: Laachraoui ya era buscado por la policía belga desde los atentados de París (incluso una fotografía suya había sido difundida la semana pasada) pero logró eludir cualquier control para acceder hasta las filas de migración del aeropuerto sin ser molestado.
El periodista Jason Burke señaló en The Guardian que la población musulmana es la que menos oportunidades tiene para integrarse a la economía belga (la mitad de las familias marroquíes, por ejemplo, son pobres). El diario The Independent formula otra hipótesis sobre el desarrollo de esta crisis. “En Bélgica, los factores usuales (desempleo, discriminación) han sido intensificados por la identidad dividida del país, dado que los hablantes holandeses y franceses se han separado en las últimas dos décadas (...) ¿Cómo debe considerarse un joven de origen marroquí nacido en Bruselas? ¿Holandés? ¿Francés? ¿Bruselense?”. El diario señala también una ironía: mientras Bélgica se piensa como una suerte de país global (el centro geográfico de Europa occidental, la sede de la Unión Europea), su forma de atender la crisis sigue apegada a un modelo regional que es responsable por omisión. Un ciudadano belga dijo ayer que el ataque era esperado. Que sólo esperaban su turno.