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Cien días para corregir el rumbo

Henrique Capriles, el candidato opositor, recorre poblaciones de todo el país llevando sus propuestas en medio de una campaña hostil y exacerbada, enfocada en los que serían sus primeros tres meses de gobierno.

Del enviado especial Puerto Cabello, Venezuela

25 de septiembre de 2012 - 04:40 p. m.
Henrique Capriles durante su intervención en la ciudad de Puerto Cabello. /Diego Alarcón
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Henrique Capriles Radonski se siente orgulloso de salir a “patear la calle”. Al final de la campaña, sin importar el resultado, podrá hacer la sumatoria de todos los kilómetros recorridos en “nuestra Venezuela”, que es la de él, la de los chavistas, la de los pobres y los empresarios. En cada discurso, Capriles se aparta de las vendettas: en su gobierno no habrá presos políticos, ni discriminación ideológica. Si hoy lo maltratan, él perdona, y si llega al Palacio de Miraflores, no descarta trabajar con algunos funcionarios públicos “del gobierno actual”, “los que trabajan por el bien del Estado y no de un partido”. Difícilmente entrarán en la lista aquellos que le dicen “majunche” (de poco valor, poca cosa), o “jalabola del imperio”, o “bolsa” (bruto), o sinvergüenza. Es decir, por ahora están descartados todos los alfiles del chavismo.

Capriles es la esperanza de los hastiados de Hugo Chávez, de los que siempre lo han odiado y de todas las ramas políticas que no están en el oficialismo. “La extrema derecha”, como la llama el presidente, es la coalición de los partidos tradicionales, como Alianza Democrática y Copei, y de nuevos movimientos políticos que se unieron gracias al enemigo común, bajo las carpas de la Mesa de Unidad Democrática (MUD). En la alianza hay centro, pero también hay derecha. Eso que Chávez señala como la “gran burguesía”, para Capriles es compromiso con el pluralismo.

El anunciante de la llegada de Capriles es un hombre robusto, moreno, de bigote, que anima a la multitud en el sector de Rancho Grande, en el puerto más importante de Venezuela, Puerto Cabello, estado de Carabobo: “No hay barrera que no pueda superar el huracán del progreso, Henrique Capriles Radonski. Pasó por encima de los que no quieren a este país. No más odio, por favor, no más peleas entre hermanos. Venezuela nos necesita unidos. Hay un camino”, predicaba el anunciante a una extensa masa de gente. Entre la multitud, una joven con un cartel de “orgullosamente majunche” y “Capriles, quiero ser tu primera dama”.

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El lema de campaña del candidato de la oposición dice que “Hay un camino”, y las palabras del anunciante se refieren a la batalla que acaba de ocurrir a la entrada de la ciudad, porque el camino a Puerto Cabello desde Caracas estaba bloqueado, acumulando una fila de vehículos de más de cinco kilómetros de largo.

Frente a frente, separados por la autopista Valencia-Puerto Cabello, los dos bandos intercambiaban miradas, insultos. De un lado, justo en frente del Destacamento 25 de la Guardia Nacional, estaban los chavistas: “¡Uh, ah, Chávez no se va!”. Del otro, adelante del aeropuerto Bartolomé Salom, donde aterrizaría el candidato, sus seguidores: “¡Se vive se siente, Capriles presidente!”. Las piedras de cada orilla comenzaron a volar y los rojos, que eran mayoría, atravesaron el camino e invadieron el parqueadero del aeropuerto. Entonces se fundieron a golpes con los otros y a donde había un carro de campaña, un afiche del candidato, llegaron los destrozos y el desmantelamiento. Entre la lluvia de piedras, un joven chavista se puso al hombro, sin pudor, un amplificador usurpado de un carro de campaña. Quizá necesitara equipos para una fiesta. ¿Y dónde estaba la Guardia Nacional mientras todo esto ocurría? En Venezuela la campaña electoral está crispada, se aplican todas las formas de lucha.

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Por eso Capriles, en el estrado de Puerto Cabello, estaba más enfático que de costumbre. Jamás nombró a Chávez, como en todos sus discursos, pero acusó a los “franelas rojas” de ordenar la apatía de la Fuerza Pública. Al pueblo no lo van a intimidar, dijo, insinuó una campaña del miedo y comenzó a barajar sus propuestas con la retórica sencilla de siempre. Henrique Capriles está lejos de ser un orador como Hugo Chávez, y sin embargo intenta poner a su favor la que luce como la más grande de sus desventajas: que el presidente complete 14 años con un discurso de arraigo popular: “Nuestras cuentas nos dan que lo que el Gobierno no hizo en 14 años no lo va a hacer en seis. Queremos algo mejor. Vamos a votar por la opción de progreso. Nuestra Venezuela cambia con propuestas, no con insultos”.

El programa de gobierno de Hugo Chávez dice que el proyecto socialista busca salvar a la especie humana, neutralizando el frenesí capitalista y su feroz apetito de recursos. Los planes de Henrique Capriles son distintos: él primero prefiere salvar a Venezuela de un proyecto “agotado, que sólo mira hacia el pasado” y redefinir el rumbo en sus 100 primeros días de gobierno, que es la idea sobre la que gira su campaña. El joven Capriles (40 años) ha recorrido personalmente gran parte del país diciendo que en 100 días se puede sembrar buenas bases; un período necesario para dar inicio a 22.000 obras comunitarias, aumentar el salario mínimo en cerca de 500 bolívares (115 dólares) y generar más de 100.000 empleos.

En una campaña en la que reinan los contrastes, el candidato opositor “patea la calle” como lo hiciera Hugo Chávez en su campaña hacia el poder, apoyado por cerca de 200.000 participantes con los que cuenta el Comando Nacional Venezuela, la sede central de la campaña, realizando actividades deportivas y culturales, como también hacen los activistas del chavistas.

El representante de la MUD busca descontar sobre el terreno la ventaja que hasta hoy sigue ostentando el presidente en las encuestas. El candidato afirma que no está dispuesto a sacrificar su llegada a Puerto Cabello, que habría estado allí arriba hablando aunque tuviera que venir corriendo. Capriles tiene algo de los que Chávez carece: buen estado físico.

Por Del enviado especial Puerto Cabello, Venezuela

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