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Ciencia, la víctima olvidada del cierre de la frontera

El bloqueo entre Venezuela y Colombia está entorpeciendo una relación científica de décadas. Académicos dicen que imposibilita el intercambio estudiantil y que tiene a varios convenios universitarios en la cuerda floja.

Sergio Silva Numa

04 de noviembre de 2015 - 10:05 p. m.
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“Hola, Luis. Ya en Mérida. El cruce de regreso por la frontera en San Antonio fue más rudo que la ida. Tres horas esperando bajo el sol. En realidad, todo el mundo pasa. Sólo que te tienes que calar la cola y la humillación. Pero estamos felices de haber estado unos días de nuevo en Colombia y yo feliz por la conferencia en Bucaramanga. Espero que ustedes estén bien”.

Mario Cosenza es uno de los investigadores más veteranos e importantes de Venezuela y el anterior es un aparte del correo que les envió a sus colegas luego de cruzar el puente que separa Cúcuta de San Antonio. Venía, como dice, de Bucaramanga, donde estuvo dando una conferencia en la Universidad Industrial de Santander (UIS). Allí ha estado más de una vez. Su hoja de vida dice por qué: es Ph.D. en física de la Universidad de Austin, Texas, en Estados Unidos, y tiene un posdoctorado en caos espaciotemporal de la Universidad de Toronto, Canadá.

Desde que el presidente Nicolás Maduro ordenó cerrar esa línea que divide a los dos países y que dejó en el limbo a 22.000 colombianos, llamadas o correos como los de Cosenza les llegan con frecuencia a Luis Núñez o a Jaime Forero. El primero es venezolano, doctor en ciencias, y trabaja en la UIS desde hace unos cinco años. El segundo es colombiano, Ph.D. en física y profesor de la Universidad de los Andes en Bogotá. Ambos están de acuerdo en que levantar semejantes obstáculos entre los dos países es una arbitrariedad. “Un atropello”, dicen.

La situación les genera malestar, no sólo porque el drama humano que muestran las pantallas y los periódicos es el retrato de la injusticia, sino porque, además, la medida está entorpeciendo una relación científica de décadas entre las dos naciones.

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Para ser concretos: a Venezuela le debemos buena parte del conocimiento científico que le permitió a Colombia hace un par de semanas volver a las grandes ligas de la astronomía mundial. Aunque en ningún lugar se mencionó, un grupo de 25 profesionales (entre ellos varios venezolanos) fue aceptado en la Unión Astronómica Internacional Para entrar hay que demostrar, entre muchas otras cosas, que el país está muy activo en investigación y que tiene un cualificado equipo de científicos que publican trabajos con regularidad.

Por esa valiosa relación, desde hace unas semanas Núñez y Forero, en compañía de otros colegas, lanzaron una campaña para llamar la atención sobre lo que representa el cierre para la ciencia. “Astronomía sin fronteras”, como la llamaron, busca que los gobiernos borren de una vez por todas esa línea imaginaria en la tierra que les está impidiendo estudiar el cielo con la libertad con que siempre lo han hecho.

“Queremos mostrar que en verdad no hay fronteras. Son puntos y rayas puestos arbitrariamente porque los lazos que nos unen son más imperecederos. Los ciudadanos siempre hemos estado dispuestos a educar y ayudar a nuestros semejantes. Han sido los gobernantes quienes quieren generar esas dificultades”, dice Núñez desde Bucaramanga.

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“La decaída de Venezuela ha impactado mucho al país. Muchos colombianos se formaban allá. Así que este impedimento para transitar con libertad representa un punto donde ya nada puede ser peor. Se pierde la confianza institucional, se pierde la motivación. Y eso genera una especie de miedo porque no se garantizan cosas tan simples como la movilidad”, complementa el profesor Forero.

Ellos dos y los otros seis científicos que me explican por una conversación virtual los problemas que implica la decisión de Maduro tienen decenas de ejemplos para ilustrar lo que dicen: “Para pasar la frontera se necesita una carta institucional que evidencie que eres un invitado. Si no, es muy difícil. Todo el trámite queda a voluntad de cualquier funcionario”, comenta Héctor Rago, doctor en ciencias físicas. “Teníamos un convenio académico entre la UIS y la Universidad de los Andes (Mérida), pero con el cierre quedó en el aire”, apunta Ysabel Briceño, doctora en ciencias humanas, docente de la Universidad Autónoma de Bucaramanga. “Estuvimos a punto de crear una maestría de computación entre la UIS y la U. de los Andes (Mérida), pero se cayó”, asegura Gilberto Díaz, responsable técnico del Centro de Supercomputación de la UIS. “Hay bogotanos que viven en su ciudad, pero hacían su doctorado acá. Ahora lograr una visita se convirtió en una tortura”, manifiesta Katherine Vieira, astrónoma del Centro de Investigaciones de Astronomía de Mérida.

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Y eso, en palabras de Germán Chaparro, astrofísico colombiano y profesor de la Universidad ECCI, es grave porque la ciencia, pese a las facilidades tecnológicas capaces de reducir distancias, la hacen los humanos.

De manera que, para exigir que vuelva a ser así, todos ellos se ingeniaron el lema de “Astronomía sin fronteras” y poco a poco han ido dando pistas sobre lo que buscan. Hace un mes, por ejemplo, se unieron (cada uno en su país, claro) para observar el eclipse de superluna. Y ahora quieren reunir a los integrantes de la Academia de Ciencias Exactas y Naturales venezolana y colombiana para discutir la manera de sobrepasar los disgustos y la zozobra. Además, si la seguridad y la burocracia lo permiten, en diciembre harán un gran encuentro científico en la capital de Norte de Santander.

El efecto Venezuela

Para explicar lo que hoy está viviendo Venezuela, el profesor Luis Núñez tiene una curiosa metáfora: “Latinoamérica se parece a una rueda de bicicleta que gira con el paso de los años. A nosotros ahora nos tocó estar en la parte de abajo y a ustedes, los colombianos, en la de arriba”.

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A lo que se refiere Núñez es que desde hace unas cuatro décadas el país vecino se había convertido en el hogar de muchos astrofísicos latinos. De los chilenos primero, cuando la dictadura de Pinochet tenía atascado el presupuesto para ciencia, y de los colombianos luego, cuando los gobiernos de turno le prestaban poca importancia a la investigación. A Mérida, que siempre fue un destacado núcleo académico, aunque poco a poco esté languideciendo, fueron a parar muchos estudiantes en busca de financiación y conocimiento.

Un valioso centro de computación, un importante parque tecnológico, un sofisticado centro de astronomía, la Universidad de los Andes y una red de profesores muy cualificados, con reconocimiento en el exterior, fueron algunas de las razones que sedujeron a muchos colombianos. Y la cercanía, claro: al estar a sólo cuatro horas de Cúcuta por carretera facilitaba el intercambio de alumnos y profesores.

La alteración de ese intercambio, que los venezolanos sin titubear llaman crisis, en verdad empezó hace unos diez o doce años. “Los primeros meses del nuevo gobierno fueron de euforia. Pero luego empezó ese férreo control político a todas las actividades. Hoy la ciencia en Venezuela está muy mal. La mayor parte de mi generación está devastada”, subraya Núñez. “Ahora formamos parte de una diáspora”.

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Diáspora de la que hacen parte los astrofísicos Ignacio Ferrín, hoy en la Universidad de Antioquia; Miguel Ibáñez (colombiano, pero formado en Venezuela), hoy en la U. de Tunja, y Núñez. También hay uno en Estados Unidos, otro en México, dos más en Chile, dos en España y uno en Canadá.

En cifras, ese difícil panorama, se resumirían así: mientras Venezuela representaba en la década de los noventa el 4,5% de la producción científica latinoamericana, en 2013 no llegó a significar ni el 2%. Mientras en el año 2000 publicaron 469 más investigaciones que nosotros (1.293 frente a 824), en 2014 los papeles de invirtieron: Colombia tuvo un registro de 6.795 y Venezuela de 1.592.

Sin embargo, a los ojos de Jaime Forero, esa decaída hay que mirarla como un arma de doble filo. “Todo ese panorama obligó a varios científicos a emigrar a nuestras universidades. Y llegaron con una experiencia muy valiosa, con nuevas líneas de investigación, con estudiantes con experiencias posdoctorales y un gran reconocimiento internacional”, dice Forero.

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Uno de los casos más notables es el de Núñez. Gracias a él hoy la UIS hace parte del experimento de rayos cósmicos más grande del mundo: el Pierre Auger, ubicado en Argentina y conformado por cerca de ochenta institutos y universidades del mundo.

Y aunque algunos encontraron en Colombia una buena escapatoria, pese a las reducciones en el presupuesto para ciencia y tecnología que ha hecho el gobierno Santos, otros aún conviven con la zozobra y los malos salarios. Javier González, doctor en física fundamental y profesor de dedicación exclusiva de la U. Nacional Experimental de Táchira, por ejemplo, gana poco más de $156.000 (pesos colombianos). Y eso a él y a muchos más se le antoja delirante.

Quizás por eso, con pizcas de ironía, con pizcas de verdad, dice que también le gustaría venir a trabajar, a investigar en Colombia. Le encantaría, así Nicolás Maduro sea tajante con el cierre de la frontera. Hace quince días anunció que lo prolongaría por dos meses más.

 

 

ssilva@elespectador.com

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Por Sergio Silva Numa

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