En la península de Corea los ánimos parecen estar cada vez más caldeados. Los roces entre los presidentes Kim Jong-il, del norte, y Lee Myung-bak, del sur, de los que han formado parte palabras como “guerra” y “derecho a la defensa”, por ahora se han traducido en un fuerte impacto a los mercados financieros de Seúl. El torbellino diplomático que se generó por la acusación de Lee a Corea del Norte de torpedear en marzo uno de sus buques, en aguas fronterizas, y causar la muerte a 46 marinos, lejos de debilitarse, se agita.
El martes, Kim Jong-il respondió a la ruptura de relaciones comerciales anunciada por Corea del Sur con una serie de decisiones: cortar cualquier tipo de relación con su vecino, derogar el pacto de no agresión que en 1953 puso punto final a la Guerra de Corea, responder militarmente si una embarcación vecina invade sus aguas y expulsar al personal surcoreano de Kaesong, una empresa conjunta Norte-Sur que se encuentra dentro de su territorio.
En el punto más tenso de la historia reciente de las dos naciones, la secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, anunció que tanto su país como China trabajarán juntos para dar un parte sobre el hundimiento del buque. Desde Rusia también vinieron declaraciones. El presidente Dmitry Medvedev llamó a la calma para “evitar una mayor escalada sobre la situación en la península coreana”.
Según la visión de Kim, el problema del hundimiento de la embarcación es un montaje destinado a impulsar al partido del presidente Lee en las elecciones locales de la próxima semana. Por ahora, a pesar de lo crispado de los ánimos, los analistas consideran que es improbable que se desate una guerra.