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El pasado 15 de diciembre el cardenal colombiano Darío Castrillón Hoyos creyó haberle dado al papa Benedicto XVI la mejor noticia de Navidad: después de seis años de intensas negociaciones privadas había logrado que los excomulgados obispos del movimiento lefebvrista se sometieran de nuevo al magisterio de la Iglesia Católica, a cambio de que les fuera levantada la sanción de excomunión que les había sido impuesta en 1988.
El hecho resultaba trascendental teniendo en cuenta que el regreso al redil de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X podría significar el fin de una división histórica entre los defensores del Concilio Vaticano II (1962) como tratado modernizador de la Iglesia y los del Concilio de Trento (1545), encabezado por los controvertidos obispos seguidores de Marcel Lefebvre, defensor de prácticas como la misa en latín, de espaldas a los feligreses y mirando al altar; del celibato pleno y de una férrea disciplina eclesiástica.
La reconciliación pareció quedar formalizada este 21 de enero cuando el Sumo Pontífice, por recomendación de Castrillón, emitió el decreto de levantamiento de la excomunión de Bernard Fellay, superior de la Fraternidad San Pío X —creada por Lefebvre—, el español Alfonso de Galarreta, el francés Tissier de Mallerais y el británico Richard Williamson, quienes habían sido ordenados obispos contra la voluntad del papa Juan Pablo II.
Cuando Castrillón y el papa Ratzinger creían que uno de los mayores dolores de cabeza del catolicismo estaba superado, Williamson apareció en la televisión sueca negando la gravedad del Holocausto judío durante la II Guerra Mundial, la muerte de seis millones de víctimas y la existencia de cámaras de gas como sistema de exterminio del nazismo de Hitler.
De inmediato el Gran Rabinato Supremo de Israel anunció el rompimiento de relaciones con la Santa Sede. Es decir, lejos de superar una escisión, se frustró una y se generó otra. El fantasma del cisma se tomó el Vaticano y el culpable señalado, incluso en el pronunciamiento leído por el portavoz del Papa, Federico Lombardi, fue el cardenal colombiano, aunque el viernes en la tarde trató de desmentir el señalamiento inicial.
¿Por qué las piedra van contra el ex obispo de Pereira y Bucaramanga? Castrillón es el presidente de la Comisión Ecclesia Dei, Iglesia de Dios, creada precisamente a raíz del caso de los lefebvrianos como la oficina encargada de “traer de nuevo al corral a las ovejas descarriadas”. La pregunta que se hicieron esta semana tanto los jerarcas judíos como los del Vaticano
es: ¿Por qué Castrillón, el responsable de la negociación con los ex comulgados, a quienes se supone debe conocer al dedillo, no advirtió que Williamson manejaba ese discurso antisemita, si incluso tiene un blog en el que ya había publicado tales opiniones?
El Papa dijo no estar enterado, el cardenal Batista Re, prefecto de los obispos y quien firmó el decreto de levantamiento, tampoco. Lapidación oficial. Los analistas vaticanos, que hace cinco años postularon al prelado colombiano como papable, ahora se volvieron contra él sin darle derecho a la réplica. Castrillón no ha querido pronunciarse ni ante los medios romanos ni respondió las llamadas que le hizo El Espectador.
El 30 de enero, Williamson le dirigió una carta al propio Castrillón ofreciéndole disculpas por su “imprudencia”, pero Benedicto XVI le exigió que se retractara en público, lo que todavía no ha hecho.
¿Qué va a pasar ahora? Las fuentes consultadas por este diario coinciden en que el escándalo ameritaría la renuncia del cardenal, pero advierten que, conociendo los juegos de poder de la Santa Sede, eso no va a ocurrir. Lo que realmente le preocupa ahora al Pontífice es que la situación no se agrave ni con el Rabinato Judío ni con los lefebvrianos. Se da como un hecho para esta semana que el Vaticano insista en su exigencia de rectificación a Williamson y en que su movimiento decrete que se pliega al magisterio de la Iglesia y reconoce la vigencia absoluta del Concilio Vaticano II y del poder de todos los papas desde Juan XXIII hasta el propio Benedicto XVI. Mientras no lo hagan, no les será levantada la “suspensión a divinis”, que les impide ejercer como pastores.
Lo que está en juego también no es sólo la unidad de la Iglesia Católica, sino el nombre de Ratzinguer, pues se autonombró el Papa de la reconciliación, condenó el Holocausto y ahora su liderazgo es cuestionado incluso en su propio país, donde lo acusan de haberse dejado obnubilar por Castrillón.
En cuanto a Castrillón, aparte del actual cuestionamiento de su efectividad como negociador del Papa, el 4 de julio cumple 80 años y se convierte en un cardenal al borde del retiro, ya que pierde su poder nominador, es decir, no podrá votar en el próximo Cónclave.