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De brazos cruzados

La crisis económica hace que el futuro de los jóvenes italianos sea cada vez más incierto. El 41,6% no tiene empleo, situación que se complica con la nueva política de austeridad.

José Antonio López / Especial para El Espectador, Roma
17 de julio de 2014 - 04:57 a. m.
Un hombre de Nápoles (Italia) busca trabajo en los avisos clasificados del periódico. / AFP
Un hombre de Nápoles (Italia) busca trabajo en los avisos clasificados del periódico. / AFP
Foto: AFP - CONTROLUCE

Con 25 años, Veronica Ciardo, una turinesa profesional en servicio social con experiencia en programas de integración para inmigrantes, ha vuelto a vivir una situación recurrente en su vida: escuchar el rumor de recorte de personal y luego ser despedida. En Pavia, 250 kilómetros al oeste, Marco Ragusa, de 24 años, vive una situación similar: en ausencia de oportunidades laborales, su opción ha sido inscribirse en dos programas sucesivos de maestría en ciencia política. Un empleo temporal recogiendo olivas el verano pasado le ha dado un margen para sostenerse en los últimos meses. En el epicentro del estilo y las pasarelas, Milán, Paola Lesina, de 26 años, culminó su carrera de styling y producción de escenarios. No obstante, salvo eventuales contratos freelance, su sustento proviene de su trabajo en un pub.

No son casos aislados sino la radiografía de la difícil situación de informalidad laboral y carencia de oportunidades que viven los jóvenes en Italia. De acuerdo con el más reciente informe de Eurostat, el centro estadístico de la Comisión Europea, Italia reporta el 41,6% de desempleo juvenil, uno de los más altos de Europa, superado por España con el 57,7%.

Esta cifra pone un manto de duda no sólo sobre el desarrollo económico del país, con una generación de brazos cruzados en el mayor punto de su ciclo productivo, sino también sobre la sostenibilidad fiscal del Estado de bienestar italiano, en donde el grueso de la población envejece, las expectativas de vida crecen y no es claro cómo ni con la capacidad productiva de quién se sostendrá el sistema de salud y pensión.

Algunas medidas, como la reforma a las pensiones en 2011, que “incrementó la edad de retiro a 65 o 67 años, aunque vista como impopular, fue necesaria para la sostenibilidad del sistema de protección social”, explica Bruno Contini, profesor de economía y de estudios del trabajo de la Universidad de Turín.

El desempleo juvenil, por otra parte, es un problema estructural del mercado laboral, no sólo en Italia sino en toda Europa. Desde principios de los noventa, la repuesta de la Comisión Europea para activar la participación laboral de los jóvenes abogó por el modelo laboral conocido como Flexecurity. Como política pública, no obstante, este modelo de flexibilidad y seguridad laboral terminó siendo poco más que un eufemismo. “En Italia, el término Flexecurity es más acerca de flexibilidad en el mercado laboral; pero seguridad, nada en absoluto. Las personas bajo esta modalidad precaria de contratación carecen no sólo de cubrimiento en términos de pensiones, salud o beneficios de desempleo, sino que además reciben bajos salarios y están en riesgo de ser despedidas en cualquier momento”, explica Contini. “El sistema de bienestar en Italia es ineficiente en relación con esta clase de problemas de desempleo juvenil. En los países escandinavos, e incluso Francia, Alemania y Holanda, los jóvenes también son empleados con contratos flexibles, pero cuando entran en períodos de desempleo tienen protección social”.

En 2011, antes de ser relevado por Enrico Letta, Silvio Berlusconi recibió del Banco Central Europeo las medidas que debía adoptar en política económica como condición del rescate fiscal: recortes en el gasto público e incremento en la tasa impositiva eran los puntos claves. En los noventa, esas medidas de austeridad implementadas en tiempos de crisis habían probado que, contrario a los efectos de desarrollo y crecimiento esperados, en realidad conducían a desempleo y detrimento del poder de compra.

Ahora las consecuencias de la precariedad laboral, bajo el modelo de Flexecurity, y las medidas de austeridad en la peor crisis económica que afronta Europa desde 1929 pasan su cuenta de cobro a los jóvenes italianos. Tras un período de más de ocho meses en busca de trabajo, Veronica Ciardo aún recibe el seguro de desempleo, el 50% del salario que obtenía antes de ser despedida. Marco Ragusa aún conserva un excedente de los 3.000 euros que ganó el verano pasado recogiendo olivas. Se postula para otro trabajo de verano, esta vez en Finlandia, donde se paga mejor. Con suerte, los ahorros de ambos alcanzarán hasta la primavera, pero llega un caluroso y poco promisorio verano.

Por José Antonio López / Especial para El Espectador, Roma

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