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Jon Lee Anderson reportea: desde el corazón de la guerra o el corazón de algún personaje importante de la historia moderna. Jon Lee Anderson se enfrenta a las dificultades de su oficio: desde ser tomado como rehén en un enfrentamiento bélico, hasta el recelo de un dictador a conceder entrevistas. A pocos días de presentarse en el Festival Malpensante y aún trabajando en una crónica sobre García Lorca, Jon Lee Anderson conversó en exclusiva con El Espectador.
¿Cuál fue la primera vez que se vio en el corazón de una guerra o conflicto escribiendo una crónica y cuál es el recuerdo más impresionante de ese momento?
Guatemala, 1982, durante la dictadura anticomunista del general Efraín Ríos Montt, quien estaba librando una campaña de exterminio de la población indígena rural, entre quienes la guerrilla se había asentado. Lo que más recuerdo es el terror que se marcaba en los rostros de los campesinos y el odio y sadismo en la cara de los militares. Había un pueblo en donde un letrero en plena plaza decía: “En las guerras hay vencedores y perdedores. Sólo los vencedores merecen vivir”.
¿Cómo era el ambiente en el país en medio de ese conflicto?
Visité un pueblo en la remota provincia de Huehuetenango. Ahí reinaba un joven oficial, un machote que quería impresionar. Cuando me vio, insistió en que pasara la noche en su cuartel. Me preguntó si me gustaba la carne. Cuando asentí, me llevó a la calle y pidió que le trajeran una vaca. Cuando la tuvo al frente ordenó a uno de sus soldados que la mataran con su fusil. La vaca cayó botando chorros de sangre. Era como una ejecución llena de violencia. Luego nos la comimos.
¿Qué opina del papel de EE.UU. en las guerras de Irak y Afganistán?
En una palabra: calamitosa. Si eran guerras “necesarias”, históricamente hablando, entonces también era necesario librarlas bien. EE.UU. derrochó miles de millones de dólares que no tenía, (prestando incluso a los chinos) para pelear unas guerras a distancia, a través del mercado, es decir, “privatizándolas”, entregando grandes aspectos de su implementación y su política a empresas privadas o “contratistas”, en muchos casos, con consecuencias desastrosas. Y ni hablar de las pérdidas humanas.
¿Qué hacer para librar la lucha contra el terrorismo?
Ojo: yo estoy totalmente de acuerdo con perseguir y ojalá aniquilar a Al Qaeda. Pero hay que hacerlo bien e intentar no crear más enemigos en la batalla. Durante ocho largos y penosos años, Bush hizo todo lo contrario. Su mandato fue catastrófico. A Obama le toca salvar la situación. Una tarea nada fácil.
Usted se involucra profundamente con las circunstancias difíciles y las personas más afectadas que componen el contexto de sus crónicas, ¿cómo afecta esto la construcción de una crónica?
Creo que uno tiene que hacer el esfuerzo de ser objetivo como reportero. Tiene que tener ecuanimidad y justicia en la elaboración de la crónica, pero, obviamente, hay situaciones en las que es moralmente obligatorio conmover a los lectores. ¿De qué serviría, por ejemplo, que yo escribiera una crónica de un bombardeo en que murieron civiles sin hacer que los lectores, de alguna manera, compartan esa experiencia?
¿Un cronista debe conmover el espíritu de sus lectores?
Yo no quiero, en ciertos casos, simplemente informar y/o entretener: repetir la noticia; para eso están los altavoces. Yo quiero que los lectores sientan, huelan, y ojalá hasta se sientan atormentados por lo que sintió la gente en un bombardeo. Y si es que yo estuve ahí, intentar, en mi prosa, revivirlo y poner al lector justo a mi lado. Creo que quizás hoy en día esa necesidad recayó más que nunca en los escritores, ya que todo el mundo —por internet y la televisión— tiene la noción, bastante falsa, de saberlo, conocerlo y haberlo visto todo. ¡Y no han sentido nada!
¿Ha sentido miedo en las zonas de conflicto en donde ha trabajado? ¿En qué momento sintió más temor?
Por supuesto, más veces de las que puedo recordar. ¿Acaso no siente uno miedo cuando está a punto de morir? Cuando me agarraron unos militantes de la Yihad Islámica en Gaza y me utilizaron como escudo humano en el techo de una mezquita durante un enfrentamiento con soldados israelíes. Luego, mis captores me querían apedrear hasta la muerte, y alguien me salvó la vida cuando todos ya tenían piedras en la mano. Es una historia larga y complicada. Durante varias horas padecí el terror de un rehén al que quieren matar.
¿Cómo evalúa al presidente Barack Obama y lo que va de su gobierno?
Barack Obama ha cambiado el estilo y el tono de las relaciones entre la Casa Blanca y el resto del mundo: de agresivo y belicoso a uno de distensión y pragmatismo. Considerando los momentos en que vivimos, las múltiples llagas que tiene que curar dentro y fuera de los EE.UU., la carencia de un liderazgo y de peso entre países aliados, no es sorprendente que haya optado por una política más parca que radical.
¿Qué opinión le merece el gobierno del presidente Bush?
Sin duda alguna, Bush ha sido el peor presidente en mi vida y posiblemente de la historia de los EE.UU., y será recordado como tal. Si hubiera justicia, él debería ser llevado a juicio por deshonrar a la patria. Merece aunque sea una amonestación histórica por parte del Congreso, como una especie de impeachment simbólico, y la privación de ciertas prebendas y favores. Su ex vicepresidente, Dick Cheney, debería ser sentenciado a cárcel por su abierto y vergonzoso activisimo a favor de la tortura, y probablemente por otras ofensas adicionales. Donald Rumsfeld también, por su negligencia criminal como Secretario de Defensa, actitud que condenó a muchos soldados norteamericanos a la muerte e invalidez innecesaria, además de miles de soldados aliados iraquíes y afganos; ni hablar de las decenas de miles de civiles de ambos países muertos por las mismas razones.
Usted ha escrito perfiles de personajes de gran relevancia en el ámbito político y cultural. ¿Cuáles han colaborado sin problemas?
Ninguno ha colaborado sin problemas; el que cooperó más, y fue más generoso, sin embargo, fue el único del grupo que no era un político como tal: Gabriel García Márquez. Como periodista veterano, sabía exactamente lo que yo necesitaba, y me dio todo el acceso y apoyo necesario para lograrlo. Fue una experiencia formidable y sin duda, en su realización, fue el más placentero de todos mis trabajos para The New Yorker.
¿Cuál fue el más difícil de acceder?
El más difícil probablemente fue Pinochet, por su ropaje militar y sus recelos con los periodistas, además no había dado entrevistas en muchos años. Sin embargo, una vez que supe que él era fanático de Napoleón y de los césares romanos logré que se abriera un poco. Entonces entendí cómo quiso percibirse a sí mismo y cuál era su talón de Aquiles: quiso presentarse como el gran anticomunista. Su problema era que su batalla no se daba en un campo abierto y legitimizado sino que era una guerra sucia, denegada, librada sobre todo en secreto, en celdas de tortura y fusilamientos clandestinos. Entonces su paradoja era que se presentaba como el gran militar, pero ¡no podía hablar sobre la batalla que lo había llevado a la victoria! Y vivía francamente atemorizado de que le encontraran culpabilidad en los asesinatos que había ordenado.
¿Podría compartir con nosotros alguna anécdota en particular?
Hugo Chávez. De mis perfilados con ninguno he estado tan cómodo como con él. La última vez que lo entrevisté, el año pasado, me preguntó, al final de la entrevista, si me apetecía acompañarlo en su jet presidencial a República Dominicana, a una cumbre de presidentes en donde se iba a enfrentar con Álvaro Uribe, de Colombia, quien, en ese momento, era su enemigo declarado.
Hay ciertos personajes de sus perfiles que son especialmente importantes para América Latina, como el Che, García Márquez, Hugo Chávez y Augusto Pinochet. Después de haber trabajado ampliamente en estos perfiles, ¿qué imagen le queda de ellos?
Me han reforzado mi percepción de la importancia de la voluntad: por distintos que sean todos éstos, lo que los une es eso. Son pruebas ejemplares de que un solo individuo puede tener una enorme contundencia histórica, por bien o mal.
¿Con qué armas debió contar para tener acceso a la documentación restringida que tenía el gobierno cubano cuando elaboró el perfil del Che?
Franqueza y paciencia.
¿Aceptaría un día que un periodista escribiera su perfil?
Lo pensaré. Pero eso de periodistas escribiendo sobre otros periodistas suena un poco incestuoso.
¿Sobre qué personaje desearía escribir un perfil en el futuro?
Raúl Castro.
¿Qué crónica cree que le falta por escribir?
Demasiadas.
Si pudiera ser uno de los lugares donde ha reporteado, sería...
África.
Si pudiera ser un libro, sería...
Entonces las aventuras de Tintín.
Si pudiera ser un momento de su vida, sería...
Trece años, deambulando solo en África nuevamente.
Un personaje de guerra
Las crónicas de guerra y los perfiles de grandes personajes son la mejor carta de presentación del periodista estadounidense Jon Lee Anderson.
“Me he inclinado por temas del poder porque, en últimas, es un puñado de hombres el que lo tiene y son ellos los que definen el destino de muchos individuos”, dijo en una conferencia en 2005.
Su primer trabajo fue en la revista peruana ‘The Lima Times’. Corresponsal de ‘The New Yorker’, ha trabajado para diarios de Europa y de su país.
Asimismo, ha escrito seis libros de crónicas y reportajes, de los que sobresale la biografía de Ernesto Che Guevara. Actualmente realiza un perfil del presidente Hugo Chávez.