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Aunque el presidente francés, François Hollande, ha afirmado que “con seguridad una coalición terminará por formarse”, su iniciativa se complica al carecer del apoyo de sus aliados europeos. De la misma manera, si bien el resultado de la intervención francesa “en solitario” en Malí puede considerarse exitosa, los lazos históricos entre Siria y Francia y los intereses directos de Francia en este país son menos fuertes y pesan poco a la hora de justificar una intervención.
En estado de alerta tanto a nivel externo como interno, por temor a eventuales represalias, las unidades militares francesas y estadounidenses estarían listas para lanzar una intervención en cuestión de horas, pero las modalidades de esta intervención están aún por definirse. Un desembarco de tropas terrestres parece por ahora descartado. Primero, porque la posición oficial tanto de EE.UU. como de Francia no es intervenir para cambiar el curso de la confrontación sino para evitar que Al Asad recurra de nuevo al uso de armas químicas. Segundo, por el riesgo de pérdidas de soldados, que pasaría mal en una guerra que, antes de comenzar, ya es impopular tanto en Francia como en Estados Unidos.
“Hollande está en lo más bajo de su popularidad y ha seguido una línea que en este momento lo obliga a intervenir, pero no puede permitirse pérdidas. Debe ser una intervención corta a la que sigan negociaciones en pocos meses, de lo contrario sería un suicidio político”, afirma un diplomático adscrito al Ministerio de Relaciones Exteriores francés.
Cualquier acción, sin embargo, muy probablemente será retardada hasta que se conozcan las conclusiones de los informes de los inspectores de armas químicas de la ONU, que abandonaron Siria ayer. Para el excomandante de la fuerza de la OTAN en Kosovo y analista militar Jean-Claude Allard, se trata sobre todo de una cuestión de legitimidad. “Los principales interesados en la intervención son los estadounidenses, y ahora que no tienen un aliado como la Gran Bretaña es muy lógico que esperen a Francia para actuar.
La intervención militar muy seguramente será coordinada y llevada a cabo por los estadounidenses, aunque, claro, habrá participación francesa, así sea minoritaria”.
Es entonces posible que la intervención francesa se realice a través de la Fuerza Aérea, que tiene la capacidad de atacar sin sobrevolar el espacio aéreo sirio y podría así evitar exponerse a las defensas antiaéreas de fabricación rusa con las que cuenta Al Asad. En la reciente intervención en Malí se utilizaron helicópteros que precedieron el avance de las tropas terrestres, pero los enemigos carecían de las armas pesadas y la logística de un ejército regular, como sí es el caso en Siria.
“No hay mucho que se pueda utilizar de lo aprendido en Malí. De la intervención en Libia tal vez habría que aprender que no hay que precipitarse a la hora de tomar decisiones, pues el país está mucho peor de lo que estaba antes”, dice Allard. Los estadounidenses, por su parte, podrían lanzar misiles de precisión desde sus barcos de combate, evitando igualmente una confrontación directa. Si bien los misiles de Al Asad podrían alcanzar las embarcaciones de guerra, éstas cuentan con un sistema de defensa que las hace blancos muy difíciles para un misil lanzado desde tierra.
Ante la perspectiva de un ataque contra Israel y Turquía como represalia, Allard es también escéptico: “Al Asad está tratando de controlar una rebelión, y no va a buscar problemas mucho más graves atacando otros países”.
Una acción conjunta de EE.UU. y Francia cerraría la brecha creada por Jacques Chirac cuando se negó a participar en la primera Guerra del Golfo. Más aún, si ningún otro país participa, sería la primera ocasión en la que los dos países luchan juntos desde 1781, cuando gracias a la ayuda francesa dada a los rebeldes estadounidenses, Inglaterra perdió sus últimas colonias en el Nuevo Mundo.