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El ataque en Australia y el fantasma del Estado Islámico: inspiración, más que reorganización

Lejos de un regreso como organización, el ataque en Sídney refleja la persistencia de ISIS como ideología que sigue radicalizando personas en distintos países.

Hugo Santiago Caro

16 de diciembre de 2025 - 06:00 p. m.
Dolientes en un monumento improvisado en Bondi Beach, Sídney, Nueva Gales del Sur, Australia.
Foto: EFE - ROUNAK AMINI
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La tragedia que rodea el atentado ocurrido el domingo en Sídney, Australia, contra una congregación de judíos que celebraba Janucá, en el que murieron 15 civiles y un atacante, ha traído de regreso el fantasma de una de las peores amenazas terroristas del siglo: el Estado Islámico (ISIS o EI). Según confirmaron autoridades locales y medios como The Washington Post, en la escena del crimen —una playa— se vio una bandera de la organización en su momento autoproclamada califato.

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Surgido como una mutación de Al Qaeda en Irak tras la invasión de Estados Unidos, el grupo alcanzó su mayor proyección internacional entre 2014 y 2016, cuando llegó a controlar amplios territorios en Siria e Irak. En ese periodo llevó a cabo ataques coordinados en ciudades como París (2015) y Bruselas (2016), además de atentados masivos en Turquía y otros puntos de Oriente Medio.

Aunque hoy su capacidad es menor, su estela persiste como fuente de inspiración para nuevos ataques, como el perpetrado en una sala de conciertos en Moscú, que dejó cerca de 140 muertos. Sus autores afirmaron pertenecer a una célula del Estado Islámico de Jorasán, nombre de una antigua región de Eurasia, con presencia en Afganistán, Pakistán, Rusia, Irán e India. En las celebraciones del Año Nuevo pasado en Nueva Orleans, Estados Unidos, un terrorista que proclamó inspiración en la organización ejecutó un ataque que dejó 14 personas muertas.

Más que una cadena de ataques coordinados, lo que viene surgiendo es un patrón distinto: el Estado Islámico como una sombra, la inspiración que radicaliza a los autores de atentados descentralizados. Pero, entonces, ¿de qué hablamos cuando hablamos del Estado Islámico hoy en día? Lo primero es hacer la distinción. No se trata de una organización terrorista con la capacidad de Al Qaeda a principios de siglo, ni de un califato como el autoproclamado hace diez años, que tuvo amplio poderío territorial en partes de Siria e Irak o que estuvo involucrado en la guerra de Libia tras la caída de Muamar el Gadafi. Es más, Irak, Libia y Siria cuentan a la fecha con gobiernos democráticos o transicionales que, en su mayoría, buscan consenso entre las otrora partes beligerantes en cada país.

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“Su declive se dio a partir de 2017, fruto de las operaciones militares de la coalición internacional, la resistencia de las poblaciones nativas y, en 2019, con la ejecución extrajudicial de su líder, Abu Bakr al-Bagdadi”, explica Felipe Medina, profesor de Estudios de Medio Oriente e Islam de la Universidad Javeriana. Añade que resisten células en Irak y Siria bajo la bandera del grupo de Jorasán, el mismo que reivindicó el ataque en Moscú el año anterior.

Claro, aquí vale la pena realizar de nuevo la distinción: ISIS de Jorasán sí cometió un ataque, pero no todos los atentados están directamente ligados, y no es lo mismo ataques inspirados que acciones ejecutadas por personas comunes y corrientes radicalizadas. Así como en Nueva Orleans, meses antes de eso, en Viena, Austria, las autoridades locales lograron neutralizar a tres personas de entre 17 y 19 años que pretendían ejecutar ataques durante los conciertos de The Eras Tour, de Taylor Swift, en el país europeo. Uno de ellos, se conoció, había jurado lealtad al Estado Islámico y confesó su intención de inmolarse y usar explosivos y armas blancas para causar muertes en masa.

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Aunque lo de Australia sigue bajo investigación, no toda bandera de ISIS expuesta hoy representa el regreso del terrorismo en masa y coordinado. Es más bien un remanente de la peligrosa propaganda de la organización. Medina invita a discriminar cada caso: “El gran desafío es establecer quién es parte del Estado Islámico. Esta marca fue importante en 2014, cuando muchos grupos anteriormente afiliados a Al Qaeda cambiaron su lealtad y denominación hacia el EI. Cuando se derrumbó, volvieron a otras denominaciones. Por ende, debemos mirar cada caso y, en especial, la geografía política local para entender a cada grupo armado”.

Explica también que es prudente examinar en cada caso los procesos de “radicalización”, la ideología y los procesos de ocupación extranjera en cada país, sobre todo porque “cualquier persona podría, de un día a otro, activarse, realizar un atentado y decir: ‘Soy del EI’”. Lo pone en términos de entender hoy al Estado Islámico como una “ideología viva”.

¿Una amenaza solo para Occidente?

Para Medina, no se trata de una amenaza solo para Occidente. Cree que es una “ideología” que amenaza al mundo entero. Remarca que las primeras víctimas de ISIS fueron poblaciones musulmanas y locales en los países donde surgió. Además, como dato particular de la coyuntura australiana, pese a que se trata a todas luces de un ataque antisemita, uno de los héroes de la jornada fue un migrante sirio que vendía fruta en esa playa y que neutralizó a uno de los atacantes. Es decir, proviene del país en el que por mucho tiempo operó el EI.

Claro, influyen tensiones globales como la ofensiva de Israel en Gaza, considerada por varios Estados y una comisión independiente delegada por la ONU como genocidio, y que a la larga terminan alimentando la radicalización. El ataque en Australia recuerda que el peligro ya no reside en un califato armado, sino en la capacidad de una ideología derrotada para sobrevivir como sombra y reaparecer allí donde el miedo, la rabia y la desinformación encuentran terreno fértil.

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Por Hugo Santiago Caro

Periodista de la sección Mundo de El Espectador. Actualmente cubre temas internacionales, con especial atención a derechos humanos, migración y política exterior.@HugoCaroJhcaro@elespectador.com
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