En medio del caos y la parálisis que vive el mundo por la propagación del nuevo coronavirus, queda claro que la política está decidida a continuar y preparar lo que viene para las sociedades de los próximos años. En tiempos de aislamiento, la democracia se manifiesta más que nunca en el espacio digital, y los intentos de socavarla con herramientas digitales y desinformación ponen en la cuerda floja derechos fundamentales como la privacidad y la libre expresión, de cara al futuro que se avecina una vez se supere la crisis.
Las denuncias sobre el mal uso de las plataformas digitales y violaciones a derechos humanos digitales llegan a diario desde casi todos los flancos. China, por supuesto, es el primer gran cuestionado por las potencias de Occidente. Si antes se le criticaba su riguroso sistema de control tecnológico, luego recibió fuertes denuncias por desinformación, cuando reconoció, hace unas semanas, 1.290 muertes más de las 2.579 que se informaron originalmente en la ciudad de Wuhan. La respuesta del portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, Zhao Lijian, fue que todo se debía a informes retrasados o erróneos.
Por otro lado, el pasado martes, durante un foro organizado por el Real Instituto Elcano, analistas y expertos afirmaron que Rusia también está llevando a cabo acciones de desinformación en Occidente. Alina Polyakova, del Centro de Análisis de Políticas Europeas, en Washington, aseguró que el gobierno de Vladimir Putin está manejando la situación con teorías conspirativas y una presencia enorme en redes sociales a través de ‘bots’ y cuentas falsas, así como medios estatales. Le puede interesar: Los usos políticos del coronavirus
Al coctel de acusados también entra Facebook, que fue acusado ayer por Amnistía Internacional (AI) luego de que la agencia Reuters revelara que el gigante tecnológico había accedido a borrar de su plataforma información considerada como “antiestatal” por el gobierno de Vietnam. “La despiadada supresión de la libertad de expresión por parte de las autoridades vietnamitas no es una novedad, pero el cambio de política de Facebook lo convierte en cómplice”, afirmó la organización.
William Nee, asesor de derechos humanos de AI, agregó que “la docilidad de Facebook ante dichas exigencias supone un peligroso precedente. Gobiernos de todo el mundo lo considerarán una invitación abierta para poner a Facebook al servicio de la censura estatal y pone las cosas muy difíciles a todas las empresas tecnológicas al hacerlas vulnerables al mismo tipo de presiones”. Para Steven Levitsky, profesor de Ciencias políticas de la Universidad de Harvard, el escenario clásico de una amenaza externa que causa temor público no ha sido utilizado en este caso. “En China, Bielorrusia, Estados Unidos, Brasil y Nicaragua, la desinformación se está utilizando para minimizar e incluso ignorar la crisis, dando una falsa impresión de que el gobierno tiene todo bajo control”, afirmó el experto en conversación con El Espectador.
Al preguntarle si ve mandatarios que amenacen la democracia, Levitsky agregó: “Bukele, en El Salvador, parece ser uno; Áñez, en Bolivia, puede ser otro. Pero en la mayoría de los casos, los gobiernos que se movieron en una dirección autocrática en respuesta a la crisis de salud ya lo estaban haciendo antes de la crisis, como Orban en Hungría, Modi en India, Duterte en Filipinas e incluso Bukele. Otros posibles autócratas, como Bolsonaro y Trump, han respondido lenta e ineficazmente a la crisis y ambos pueden terminar debilitándose, en lugar de fortalecerse”.
El doble filo tecnológico
Cuando el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, aseguraba el pasado 14 de marzo que se utilizarían todos los medios para combatir la propagación del coronavirus, “incluidos los medios tecnológicos, digitales y otros que hasta hoy nos hemos abstenido de usar entre la población civil”, sentó un precedente importante en un debate clave de la crisis: la vaga frontera entre la vigilancia de la expansión del virus y la vigilancia de las personas por parte de los gobiernos.
De hecho, el periódico israelí Haaretz lanza un dato preocupante sobre la decisión de Netanyahu, y es que dichos medios, “generalmente utilizados para contrarrestar el terrorismo”, serán los encargados de controlar los movimientos de las personas para aplacar los contagios.
La discusión se toma muy en serio en Europa. De hecho, la Unión Europea desaconsejó hace unos días el uso de sistemas de geolocalización en las aplicaciones móviles destinadas a advertir a su usuario que estuvo en contacto con una persona contagiada por el coronavirus, al valorar en prioridad la protección de datos. En vez de esta herramienta, la Unión Europea aboga por el uso del Bluetooth, tecnología basada en radiofrecuencia, ya que esta no permite la geolocalización de personas, según reza un comunicado de la Comisión Europea.
La organización latinoamericana Derechos Digitales coincide con esta posición. “Debe tratarse de un sistema de vigilancia epidemiológico, con base científica sólida, no de la implementación de un sistema de control de la autonomía de los ciudadanos que permita ser fácilmente reconducido a otros propósitos de control social con posterioridad”, afirman. Vea también: ¿Qué está pasando con el coronavirus a nivel mundial?
Uno de los ejemplos que podrían dar luces en el buen manejo de las plataformas es el de Alemania. La organización Derechos Digitales explica que se trata de una aplicación voluntaria que mide la proximidad con otros dispositivos en una red Bluetooth. Al descargarla “almacenará localmente información de contacto y luego, cuando se confirme un caso en esa red, los miembros recibirán un mensaje de alerta”. En ese momento, el usuario podrá entregar su información cifrada para análisis científico o pedir un test para comprobar si contrajo el virus.
Al debate tecnológico parece caerle bien la frase del poeta alemán Friedrich Hölderlin: “Allí donde crece el peligro crece también la salvación”. De hecho, Levitsky afirma que “la tecnología se puede utilizar para muchos propósitos: buenos y malos. En manos de los autócratas, los mecanismos de control tecnológico pueden tener consecuencias aterradoras para la libertad personal; pero su existencia, e incluso su uso, no nos condena al totalitarismo. Estas tecnologías pueden salvar vidas y, si se usan correctamente (por ejemplo, con alcance y duración limitados y con un consenso multipartidista detrás de ellas), no tienen que amenazar los derechos democráticos establecidos”.