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Hace novecientos años, en un lugar sobre una alta planicie al norte del río Limpopo llamada Gran Zimbabue, los reyes Shona construyeron grandes palacios en piedra, donde vivían en espléndido aislamiento de sus súbditos y con absoluta autoridad sobre los medios de subsistencia manadas de ganado, terrenos y el oro que extraían de la tierra.
En la década de 1960, miembros del movimiento de liberación en lo que era en ese momento Rhodesia del Sur, entre ellos Robert Mugabe, adoptaron el nombre de Gran Zimbabue para referirse al Estado nacional por el cual estaban luchando. Hoy en día se puede decir que Robert Mugabe es dueño de las riquezas que aún quedan en Zimbabue.
Durante veintiocho años se ha mantenido en el poder, el único presidente que ha tenido Zimbabue desde que en 1980 finalizó el gobierno de las minorías blancas. Por lo tanto, su sobrino Leo lleva una vida bastante cómoda. Es empresario y tiene intereses en varias empresas, entre otras, un conglomerado de telefonía celular. Es director de las Industrias de Defensa de Zimbabue, las cuales se encargan de la adquisición de armas para el ejército de su tío, y que en su mayoría se compran a la China. También tiene control sobre al menos una granja de gran tamaño que fue expropiada a sus dueños blancos.
En la década del 90’ Leo adquirió notoriedad debido a su supuesta participación en la consecución de sobornos a nombre de su tío y otros oficiales de gobierno durante la construcción del Aeropuerto Internacional de Harare. En el 2005 fue arrestado por contrabando, exportación y venta de alimentos propiedad del gobierno, pero los cargos fueron retirados por falta de pruebas. (Leo insiste en que ninguna de las acusaciones tiene fundamento). Ese año fue candidato al Parlamento por el Frente Patriótico Unido Nacional Africano de Zimbabue, mejor conocido como Zanu-P.F., el partido del gobierno. Ganó por un amplio margen.
Hace algunos meses, Leo fue agregado a la lista de sancionados impuesta por los Estados Unidos en contra de Mugabe y miembros de su gobierno. Las sanciones incluyen prohibición para viajar a los Estados Unidos, congelamiento de sus dineros en el exterior y la prohibición para que cualquier ciudadano estadounidense desarrolle negocios con aquellos mencionados en la lista. Debido a su actividad en el negocio de tráfico de armas, Leo también fue incluido en la lista de sancionados por la Unión Europea.
Las nuevas sanciones se impusieron como respuesta a la ola de terror que Robert Mugabe desató durante la campaña presidencial. Más de 150 miembros del partido de oposición fueron asesinados, muchos violados y miles de personas golpeadas o torturadas, muchas veces luego de ser forzados a ingresar a los llamados campos de reeducación.
Debido a la violencia, Morgan Tsvangirai, rival de Mugabe por la presidencia por el Movimiento por el Cambio Democrático, o M.D.C., y quien en marzo lo había derrotado en primera vuelta, se retiró de la contienda y tuvo que ocultarse. En las elecciones realizadas el siguiente 27 de junio, Mugabe no tuvo oposición alguna y rápidamente fue declarado vencedor.
Leo, el sobrino
Este verano me reuní con Leo Mugabe en sus oficinas en Harare. Sobre la calle se encontraba aparcada su nueva Toyota Land Cruiser Amazon color plata. Es un hombre de 51 años, alto y con chivera, que viste un elegante traje oscuro. Sobre la pared tras su escritorio cuelga un mapa de Zimbabue fabricado con diversas pieles de animal. Su secretaria nos acompañó, una mujer joven que vestía un conjunto de falda y chaqueta muy ceñido y lucía una gran cantidad de joyas. Iba peinada con trencillas teñidas de rojo. En un cuaderno escribía todo lo que Leo decía, y como su porrista personal, aplaudía entusiastamente cada vez que éste hacía un comentario.
Leo Mugabe se encontraba de buen humor, emanaba confianza y optimismo acerca del futuro de Zimbabue. Me preguntó: “¿Desde que llegó ha visto que hayan golpeado a alguien? Hay menos violencia aquí que en Nigeria, y todos sabemos por qué están exagerando la violencia en Zimbabue. Es por la riqueza de la tierra, aquí tenemos ciertos recursos, como níquel, oro y platino. Yo creo que los zimbabuenses ahora comprenden que están sufriendo debido a las sanciones impuestas por los Estados Unidos, Gran Bretaña y Europa”.
Desde cualquier otro punto de vista los prospectos para Zimbabue eran excelentes. Por ejemplo, su tío estaba distribuyendo gratuitamente computadores en las escuelas rurales. “Dentro de pocos años Zimbabue será un país totalmente capacitado en tecnología de la información. Somos una nación en movimiento y estos niños comprenderán lo que realmente significa el empoderamiento”.
Sin embargo, esa semana la tasa de inflación oficial había llegado a 11 millones por ciento, la más alta del mundo. Algunos días más tarde, los analistas llegaron a creer que había podido llegar hasta 130 millones por ciento. El 80% de los zimbabuenses se encuentra desempleado. La desnutrición crónica hace parte de la cotidianidad y en las zonas rurales ya se puede sentir el hambre. La alimentación de cerca de dos millones de zimbabuenses depende de las contribuciones de las agencias de socorro internacionales. Un 20% de la población se encuentra infectada del virus de sida/VIH, la esperanza de vida para los hombres es de 44 años y 43 para las mujeres.
Pero Leo se burla de la idea de que la situación es crítica: “Aquí las personas siguen su día a día. Nadie se está muriendo de hambre; es más, miren los lindos carros que conducen. Como cristiano creo que esto es un reto enviado por Dios. La atención centrada en Zimbabue es un reconocimiento al hecho de que somos el nuevo pueblo de Israel, y que tenemos a nuestro propio Moisés”.
Entendí que dicho Moisés era su tío. Su secretaría aplaudió la analogía con entusiasmo.
En el 2000, bajo el liderazgo de Robert Mugabe, sus más belicosos seguidores, muchos de ellos veteranos de la guerra civil librada en la década del 70’, comenzaron a tomar a la fuerza las granjas comerciales propiedad de los zimbabuenses blancos. Para ello contaron con el apoyo de bandas armadas y con frecuencia el de oficiales de Zanu-P.F. Estos hechos en su totalidad precipitaron la desaceleración en la economía del país.
Leo lo negó: “No tenemos remordimiento alguno, ni él ni yo los tenemos”.
Y continuó: “Nos hemos tomado la tierra. ¿Cuál es entonces el siguiente paso? El siguiente paso son las minas, los minerales. Sabemos que somos un país muy rico, si sacamos a los estadounidenses y los británicos. Sí, ellos han invertido en el país, pero si es necesario también entraremos a tomar posesión de las minas”.
Zimbabue ocupa el segundo lugar a nivel mundial en reservas de platino y cuenta con una riqueza relativa en otros recursos minerales. La industria minera representa un 40% de los ingresos por exportación. En el 2006, Robert Mugabe amenazó con nacionalizar las minas, al asignar al país un 51% de interés accionario sobre éstas. Las negociaciones con los propietarios de las minas, que incluyen South African Implats, Anglo Platinum y la británica Río Tinto, aún continúan.
“Río Tinto se puede quedar en Londres, pero sus minas y equipos se quedarán aquí. ¿Es eso lo que quieren? Porque para allá van”, nos dijo. “Podemos entregarles las minas a los zimbabuenses negros, quienes las trabajan hoy en día. No daremos ni un paso atrás en el tema de la tierra, y la riqueza que yace bajo ella también continuará siendo nuestra”, agregó.
La posibilidad de que al tomar posesión de la minas esto deje al país aún más aislado del mundo no parece preocuparle: “Hemos invitado a otros ricos y poderosos países a que inviertan en Zimbabue, y sabemos que están interesados: Rusia, China e India también. Los estadounidenses y los británicos no están dispuestos a sentarse a conversar con nosotros, pero estos países sí quieren hacer negocios con nosotros. Es más, ya están aquí. Esto sucederá este año. Para cuando llegue el 2010 estaremos volando”, agregó.
Al despedirme, Leo Mugabe me informó que recientemente se habían encontrado diamantes en la zona este de Zimbabue. El descubrimiento lo había convencido de que “había algo único en este momento, en este país”.
El libertador
El régimen de Mugabe está en contra de la presencia de reporteros occidentales. La mayoría de reporteros que visitan Zimbabue van disfrazados de turistas, evitando cualquier contacto con oficiales del gobierno y posibles detenciones. (Barry Bearak, corresponsal de The Times, estuvo detenido durante cuatro días). Por lo tanto, cuando ingresé a Zimbabue lo hice con suma precaución. No me hospedé en un hotel sino en una casa de familia, conduje por Harare en una camioneta Nissan de segunda, y me vestí con una sudadera Adidas que había comprado en Johannesburgo, haciéndome pasar por un zimbabuense blanco.
Sin embargo, hubo pocos oficiales de ZANU-P.F. que se dejaran entrevistar. Más que otra cosa, quería entender la lógica que había llevado a Robert Mugabe a destruir su país y su reputación.
Meter Bouckaert, director de emergencia de Human Rights Watch, me dijo: “Él fue el héroe de una época, la imagen de la liberación africana. Esa es la verdadera tragedia de lo que sucedió aquí”.
Pocos líderes africanos hablan públicamente en contra de Mugabe, quien a los 84 años se ha convertido en un personaje de quien se burlan y menosprecian a nivel internacional. En junio fue despojado de la orden de caballero honorario que había recibido por parte de la Reina Isabel II en 1994; y ese mismo día, en la celebración de su cumpleaños número 90, Nelson Mandela se lamentó de la “trágica falta de liderazgo en nuestro vecino Zimbabue”.
Inclusive Morgan Tsvangirai, quien ha pagado un alto precio por su oposición a Mugabe, habiendo sobrevivido a tres intentos de asesinato, un juicio por traición a la patria y, el año pasado, a una golpiza por parte de la policía que le dejó serias lesiones en la cabeza, me dijo que Mugabe inspiraba “emociones divididas”.
“Por una parte, es el hombre que liberó al país del colonialismo blanco, pero también es el hombre que ha asesinado y reprimido a la población de manera dictatorial”, me dijo Tsvangirai.
“Es el padre de nuestra patria, y el problema es que debemos intentar salvar el lado positivo de lo que han sido sus contribuciones y dejar que la historia juzgue sus contribuciones negativas”, agregó. “Yo encuentro que es un hombre viejo que ha manejado erróneamente su proceso de sucesión”.
Durante mi visita conduje por campos descuidados y abandonados. Una gran parte de la tierra ha sido quemada. Aquí y allá se veían pequeñas columnas de humo azul que subían desde los arbustos quemados. Una tras otra, pasé por las granjas que solían pertenecer a los granjeros blancos, abandonadas y destruidas. Observé los graneros y viveros sin tejado, las cercas de los linderos caídas, y lo que anteriormente habían sido tierras arables, ocupadas por las chozas empajadas de los colonos.
Grupos de hombres y niños indigentes vendían lo que podían a la vera del camino —cebollas, naranjas, animales tallados en madera—, o simplemente esperaban durante horas la posibilidad de que alguien les ofreciera transporte. Había pocos vehículos en las carreteras. En las afueras de Harare, en los retenes policíacos los vehículos eran detenidos para realizar inspecciones en busca de cantidades ilegales de “mealie-meal”, o maíz molido, el principal alimento en Zimbabue.
Junto con el déficit en alimentos existe un próspero mercado negro, por lo cual el gobierno de Mugabe ha implementado un estricto control de precios para los alimentos esenciales. Las personas a las cuales se les encontraba una mayor cantidad de alimentos de la permitida legalmente debían ofrecer sobornos a la policía, o esperar que sus bienes fueran confiscados.
En las semanas siguientes a las elecciones, debido a la zozobra política, la moneda se desplomó. Antes de cruzar la frontera con Sudáfrica, había cambiado cien dólares americanos y recibí tres billones quinientos mil millones de moneda zimbabuense, a una tasa de cambio de 35 millardos por dólar. La mayoría de billetes estaban recién impresos, billetes de cinco, veinticinco y cincuenta millones, con dibujos de jirafas y silos de almacenamiento. Unos pocos días después la tasa era de cien millardos por dólar. Los precios de los alimentos se triplicaron de la noche a la mañana, y miles de salarios pasaron a valer nada.
Era casi imposible obtener billetes, los bancos únicamente permitían el retiro del equivalente a un dólar americano por día. Esto desató una locura existencial. Los precios bordeaban lo ridículo, y el común del pueblo debía intentar resolver cálculos en trillones para realizar la compra más prosaica. Un día entré a un supermercado para comprar una botella de agua. El precio de medio litro de agua era de $1’’900.000’000.000 en moneda zimbabuense, o el equivalente a 19 dólares americanos. En un anaquel cercano encontré una botella de Johnnie Walker Black Label por $83”000.000’000.000.
No es sólo la economía la que parece un espejismo. En la capital se vivía una semblanza de calma, las personas iban hacia sus trabajos, mujeres africanas caminaban con sus paquetes sobre la cabeza, y parejas de mujeres blancas hacían ejercicio en barrios con nombres como Trelawney, Avondale y Belgravia. Pero los cuerpos torturados de los desaparecidos miembros del M.D.C. seguían apareciendo, y Tsvangiari y muchos de sus partidarios aún permanecían escondidos.
La ciudad estaba empapelada con afiches de Mugabe en posición desafiante, el puño en alto y el lema de “La batalla final por el control total”. Sin importar las tácticas de terror utilizadas durante años para amedrentar los medios en el país, los periódicos de la oposición aún se publican, y las fotografías de la primera página muestran las víctimas de la violencia practicada por el gobierno. Se venden en los semáforos en las calles de Harare, junto a los periódicos del Gobierno, que reportan una realidad paralela donde el camarada Mugabe es el amado líder de todos los zimbabuenses, la violencia tras las elecciones es producto del M.D.C., y la verdadera razón del sufrimiento económico del país son las sanciones impuestas por los países de occidente.
* © 2008, Jon Lee Anderson. Este artículo apareció primero en la revista ‘The New Yorker’. Traducción de Laura Salazar. Mañana segunda entrega: “La promesa”