Debido al paso del cometa interestelar 3I/ATLAS por nuestro sistema solar y al revuelo que provocó entre la comunidad científica y la ciudadanía, hemos vuelto a mirar al cielo para intentar observar algo inédito. Sin embargo, lo que encontramos es un feudo corporativo espacial.
La promesa de 1967, cuando la “Carta Magna” del espacio declaró que el cosmos era un asunto de toda la humanidad y prohibió a los Estados la apropiación de los cuerpos celestes, ha quedado relegada a una simple utopía. En su lugar, se ha inaugurado un nuevo capítulo que podríamos denominar “feudalismo orbital”, donde la soberanía digital ya no reside en los Estados, sino en una sala de juntas de Boca Chica, Texas.
Los números son escalofriantes y retratan un monopolio sin precedentes. Según la Oficina de la ONU para Asuntos del Espacio Ultraterrestre, se calcula que de los 14.325 satélites activos que orbitan simultáneamente nuestro planeta, el 56% pertenece a una sola empresa: SpaceX. Una única corporación que contrala más de la mitad de la infraestructura orbital humana. Esto no es libre mercado, es una privatización del espacio que convierte la infraestructura crítica de seguridad en rehén del capricho individual. Lo vimos en 2022, cuando Elon Musk desactivó Starlink en Ucrania durante un operativo militar, recordándonos que la geopolítica moderna depende de si un señor feudal decide subir o bajar las compuertas digitales.
Este cambio de paradigma no ha ocurrido de la noche a la mañana, sino que se ha diseñado a partir de una arquitectura normativa liderada por Estados Unidos. Con la Ley de competitividad de lanzamiento espacial comercial de 2015 y los posteriores acuerdos Artemisa, se rompió con el consenso multilateral al permitir la propiedad privada de recursos extraídos y establecer “zonas de seguridad” exclusivas en la Luna. De esta forma, se transforma el derecho internacional en un principio de “quien llega se lo queda”. Imaginemos por un momento que alguna empresa tuviera la tecnología para llegar al asteroide 16 Psyche: su valoración, estimada en 70.000 veces el PIB total mundial por los metales que contiene, ocasionaría el desplome de la economía global, aunque dicha empresa solo se hiciera con una pequeña porción.
El problema va más allá. Mientras empresas como SpaceX, Amazon, Spacesail o Guowang, compiten por el botín, el entorno compartido, que es finito, se degrada. Con más de 34.000 objetos de más de 10 centímetros orbitando, el riesgo de la basura espacial es inminente. Nos enfrentamos al síndrome de Kessler, un escenario donde los desechos generan colisiones en cadena, creando más escombros. El resultado sería quedarnos atrapados, pues la capa de basura sería tan densa que convertiría la órbita en un cementerio de chatarra intransitable.
Al final, la apuesta debe ser recuperar la legitimidad multilateral para que el cielo sobre nuestras cabezas nunca deje de ser de la humanidad y no termine siendo subastado al mejor postor.
Nota: Colombia en la actualidad cuenta con 2 satélites activos orbitando: el FACSat-2 (Chiribiquete) y Libertad 1.
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